Como si se tratase de una tradición, en estos últimos días del año se acostumbra a echar la vista atrás y recordar los momentos más importantes, o más impactantes para los noticieros, de lo que ha sido el año. Esta mañana escuchaba en la radio que el año 2011 se va a recordar por dos movimientos multitudinarios de protesta en la calle: la llamada “primavera árabe” y el “15-M”. Ambos movimientos surgen fruto del descontento de la gente de la calle, del ‘pueblo llano’ que ve como “los que mandan”, o los ricos, se enriquecen todavía más por medios abusivos, corruptos, avariciosos y a todas luces, injustos, sin importarles que en ese pueblo que los vota, o se somete, o acepta resignadamente (como suele pasar en los Países donde no se elige a sus representantes democráticamente), haya cada vez más personas necesitadas, en la pobreza o al borde de la misma, sin trabajo y afrontando, en muchos casos ya, situaciones límite.
Pero ¿cómo se puede llegar a controlar el mundo para llegar a un día en que no hagan falta las manifestaciones de protesta en la calle?
Hay personas que creen en el hombre y que piensan que por medio del conocimiento, la ciencia, los avances tecnológicos, la educación, se puede llegar a construir un mundo perfecto, justo, mejor… A mí la Biblia, la Palabra de Dios me ha enseñado a no creer en el hombre simplemente mostrándome el problema del hombre: “Jehová vio que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su corazón era de continuo sólo al mal.” (Génesis 6:5). Entonces – dirá alguien – la culpa es de Dios ya que si los que creéis en la Biblia decís que Él ha hecho al hombre, se ve que lo ha hecho mal. Es verdad que según nos revela la Biblia, Dios hizo al hombre, pero también nos dice que cuando hubo terminado de crearlo “Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno” (Génesis 1:31). Otros escritores inspirados lo explicaron así: “¡Cuán numerosas son tus obras, oh Jehová! A todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas.” (Salmo 104:24) “Todo lo que Dios ha creado es bueno…” (1 Timoteo 4:4).
Entonces, ¿a qué es debida la afirmación sobre los malos pensamientos del corazón del hombre inclinados siempre al mal? Si analizamos la historia de los primeros pasos del hombre y la mujer en el mundo llegaremos al capítulo 3 de Génesis en donde se descubre lo que provocó ese cambio y permitió que la “buena creación” de Dios se manchase y comenzase su proceso de corrupción y caída: el hombre y la mujer escucharon a Satanás, le creyeron, desobedecieron a Dios, su Creador, y por consiguiente, sufrieron las consecuencias de su desobediencia. Así de simple y de duro a la vez, ya que su desobediencia fue el inicio de la desobediencia de la humanidad que, al igual que al principio, sigue prefiriendo las tinieblas a la luz, y, en su mayoría, sigue prefiriendo vivir al margen de Dios, no escuchándolo o negándolo y por lo tanto su corazón continúa lleno de lo que no le agrada al Dios supremo.
Pero Dios sigue amando a Su creación y a Su criatura y por tanto ¡hay esperanza!
¿Hay esperanza? ¿Es posible cambiar ese corazón humano manchado por el pecado? Si. La Biblia afirma que “de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16) Jesús es la “puerta” para volver a recuperar la comunión con Dios. Ha costado Su vida y Su sangre derramada en la cruz pero ha permitido que “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). ¿Cómo lo puedo “recibir”? Abriéndole tu corazón, pidiéndole que Él lo ocupe, y Él lo va a limpiar de la mancha del pecado. Va a crear un corazón limpio, un corazón con pensamientos e ideas de acuerdo con la voluntad de Dios, es un trabajo cuya responsabilidad es obra del Espíritu Santo de Dios y, ¿sabes cuál es el fruto del Espíritu? “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio” (Gálatas 5:22) En un corazón lleno de ese fruto no caben los malos pensamientos.
Cristo puede cambiar nuestro corazón. ¡En Él hay esperanza!
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