La Biblia insiste una y otra vez en la misma idea: suceda lo que suceda, Dios está ahí. Por eso no temeremos aunque la tierra tiemble, aunque los montes se derrumben en el corazón del mar, aunque sus aguas rujan y echen espuma, y se estremezcan los montes por su braveza.
Y si sucediera algo de esto ¿no temeríamos?
La clave está en creer a las promesas de Dios o en no creer.
Y sobre la fidelidad de Dios hay mucho escrito, hasta el punto de que nos asegura que es para siempre. Es como si afirmase que no podemos concebir la naturaleza de Dios aparte de su fidelidad, su lealtad, su rectitud. Podemos contar con Él siempre, porque es fiel con los que le aman. Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que habiten conmigo. El que anda en camino de integridad, ese me servirá.
Cuando copio Sus palabras, siento su presencia. Su Palabra destila santidad, autenticidad, luz, pureza. Como el salmista, me gozo y me recreo en Ella. Leyendo Su Palabra descubrimos la Fe.
Es curioso: La fe es creer en lo que no vemos, pero, sin embargo, se va afianzando en lo que experimentamos. Y siento que Dios está más cerca de lo que pensamos. A veces, le pedimos ayuda, o un favor, un socorro… y llega la ayuda, la respuesta… Con todo pensamos ¿será posible? ¿Habría llegado igual si no lo hubiésemos pedido? Creo que no. Pero no puedo analizar la mente de Dios porque Sus Pensamientos no son nuestros pensamientos, ni Sus Caminos son los nuestros. Los planes y métodos de Dios son mejores que los que nosotros podemos idear.