sábado, 1 de septiembre de 2012

Señales y Prodigios

(Adaptación de la predicación que hice el 19 de Agosto sobre Hechos 14)
El miércoles de la semana pasada, la hojita del calendario empezaba así: “Hay una frase que a veces oímos y que nos deja pensativos: “¿No sería más sencillo si Dios se revelase de una vez a todo el mundo?” La Biblia nos enseña que Dios lo puede todo. Podría imponer su presencia, pero no lo hace hoy, pues desea hablarnos de otra manera.”
Los creyentes en Cristo estamos deseando que Jesús aparezca con toda su gloria y ponga punto final a esta “carrera de despropósitos”. Cuando tenemos la oportunidad de asomarnos al estado del mundo por medio de algún documental serio, literalmente quedamos aterrados, paralizados al comprobar hasta donde alcanza la maldad del hombre y rápidamente oramos: “Señor, haz que pronto termine esto, ven pronto.”
Pero al momento también nos damos cuenta que Él también quiere finalizar con los efectos del pecado en el hombre, Él más que nadie como así nos lo demostró entregando a Su único Hijo, a Su Amado, a la muerte para que nosotros pudiésemos optar a ser salvos y así librarnos del castigo que merecemos por nuestras injusticias.

Pero, pensamos, mientras no regresa el Señor, si hiciésemos algún milagro que dejase a la gente con la boca abierta ¿no sería más sencillo que la gente creyese? Como cuando la Iglesia comenzó su andadura, Dios acompañaba el testimonio de la Palabra de su gracia concediendo que se hiciesen señales y prodigios avalando esta Palabra. Era una forma de indicarles a los judíos que aquello que los apóstoles estaban predicando era lo que Dios quería que predicasen, ahí tenían la prueba, ¡Fijaros!, ¡otra señal, otro prodigio! Dios está detrás de esto… “Y hablaron de tal manera que creyó un gran número, tanto de judíos como de griegos.”  
¿Has visto? ¡Es mucho más sencillo! Han visto las señales y los prodigios que ha concedido Dios y ya han creído. ¿Todos? ¡Muchos no creyeron! Dios estaba respaldando su mensaje del inicio de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, el Nuevo Pueblo para Dios con señales y prodigios y ¿es tan sencillo? ¡No es nada sencillo! Porque los apóstoles seguían encontrando oposición, y por eso el escritor nos apunta que tenían que hablar con valentía, confiados en el Señor, ¡no era nada sencillo!
El hombre está tan ciego, tan atrofiado en su conciencia por la contaminación del pecado que aunque vea, ¡ya no ve! Tiene su mente entenebrecida y ¿sabéis cómo reacciona? Violentamente: “Como surgió un intento de parte de los gentiles y los judíos, junto con sus gobernantes, para afrentarlos y apedrearlos… huyeron…”

Esa “frase que a veces nos deja pensativos”, no es una cosa de ahora y, para Jesús no es nada nuevo. En la historia del rico y Lázaro (Lucas 16), el hombre rico tuvo la misma idea: ¿no sería más sencillo si enviaras a algún resucitado que les contase lo que les espera a mis 5 hermanos y así se arrepentirían? La respuesta de Abraham es contundente a través de los siglos: “Tienen la Palabra de Dios, no la escuchan y tampoco se van a convencer si se levanta alguno de entre los muertos para anunciársela”.

¿Sabes?... No me quedo muy convencido... Tal vez si viesen un milagro… ¿creerían?
¿Cuántos milagros hizo Jesús el tiempo que estuvo aquí en la tierra? Muchos ¿verdad? Dio de comer a multitudes, sanó enfermos, resucitó muertos, habló al mar, al viento, usó a los peces y a otras criaturas para demostrar Su poder sobre la Creación… Y como consecuencia, lo nombraron hijo predilecto y le hicieron una estatua en la plaza del pueblo en homenaje y recordatorio de su figura… Pues resulta que no: al principio, por ejemplo cuando sanó a los gadarenos, “toda la ciudad salió al encuentro de Jesús”, ¿para darle las gracias y presentarle sus respetos por lo que había hecho? No, para invitarle, amablemente, a ¡que se fuera de sus territorios!
¿Qué decían los fariseos cuando Jesús echaba fuera a los demonios de algún poseído? “Por el príncipe de los demonios echa fuera a los demonios” ¡Es un demonio! ¡No creemos!
¿Pero si estos estaban poseídos, hacían cosas de locos, eran muy peligrosos, se ha producido un milagro que nunca antes cosa igual habíamos visto en Israel (así decían muchos)? ¿No os da motivo para creer?
¿Creer, a quien, a un demonio?
Mientras tanto “Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.”
¿Cómo actuaba Jesús? Por amor y el amor no se impone, sino que se recibe. Dios desea hablarnos de otra manera, Él no nos va a imponer nada, ni nos va a deslumbrar con señales ni prodigios para convencernos. Jesús le dijo a Tomás: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”
Al igual que Jesús, Pablo y Bernabé recorrían las ciudades, enseñaban en las sinagogas y predicaban el evangelio del reino y, de vez en cuando, Dios les concedía que hiciesen señales y prodigios para respaldar el nacimiento de la Iglesia de Cristo. Llegan a Listra y sanan a un cojo de nacimiento.
Dios no hace nada al azar y cuando les concede este milagro, como cualquier otro, es siempre con un propósito. ¡Nunca hicieron milagros “por capricho”!
¿Quieres sanar a éste? ¡Sánalo! No sucedía así.
Pablo estuvo enfermo, Timoteo tenía problemas de estómago, otros ayudantes de Pablo como Trófimo sufrieron enfermedad, pero las señales y prodigios eran concedidas conforme a la voluntad de Dios con un propósito divino como aquí, en Listra. La curación de aquel hombre cojo de nacimiento provocó tal revuelo que la gente creyó a una en Dios y en el Evangelio… ¿sí? Mmm, otra vez no. La gente adoraba ídolos, dioses inventados por ellos y cuando vieron lo que Pablo y Bernabé habían hecho creyeron que los visitaban dioses y quisieron adorarlos y ofrecerles sacrificios…
Pero surge el propósito de Dios en medio de este lío y los apóstoles, a gran voz, comienzan a anunciar las buenas nuevas “…para que os convirtáis de estas vanidades (estos ídolos de barro, estas imágenes a las que adoráis (igual que ahora se hace)), al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos.” Y aquí no se menciona, pero añadirían “y ese Dios vivo es el que ha sanado a este hombre cojo que todos conocéis, un pobre hombre que ha tenido fe y ha creído”.
“Aun diciendo estas cosas, apenas lograron impedir que el pueblo les ofreciese sacrificios…” ¿Es más sencillo con señales y prodigios?
Aquel hombre sanado, primero oyó hablar a Pablo (la Palabra), debido a eso tuvo fe (la fe viene por oír la Palabra) y luego el Señor lo usó, conforme a su propósito, para crear otra oportunidad de proclamar el Evangelio.
El mundo no va a creer en Jesucristo imponiéndoles señales impresionantes que nunca antes hayan visto, porque Dios no quiere imponer, Dios quiere que voluntariamente le recibamos al sentir y creer en Su Amor. El mundo reacciona como aquella multitud y ¿cómo reaccionan las multitudes?: por impulsos, son manejables y son impredecibles. Pero ojo, las multitudes están formadas por personas, a veces muy fáciles de convencer, y aquella multitud que dos minutos antes querían adorar a Pablo y a Bernabé por considerarlos dioses, convencidos por unos pocos, apedrearon a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad pensando que estaba muerto.
¿Qué ha pasado? ¿No habían visto el milagro? ¿Por qué no creían?
El mundo está bajo la influencia del maligno, del pecado y de la corrupción que ha generado el pecado. El pueblo de Israel es el ejemplo que nos ha quedado sobre esto: vio infinidad de señales prodigiosas hechas por Dios en su presencia, y a la mínima, renegaban de aquella salvación tan grande y deseaban volver a Egipto, símbolo del mundo.

Dios nos invita a tener una relación de confianza con Él, pero no nos obliga. Ordena a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan, que crean en su amor, que miren a Jesús como el único acceso a Su presencia, pero ese amor no es impuesto, es recibido voluntariamente. La actitud de Dios se ve en sus palabras de humildad y mansedumbre: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
¿Puede derribar la puerta? Puede, es el Creador del universo. Pero no lo hace, espera a que voluntariamente le abramos.
¿Puede traer un coro de miles de ángeles con trompetas para que lo oigamos? Puede, el es el Dios de los ejércitos celestiales y tienen a miles y miles de ángeles a su servicio. Pero no lo hace. Espera a que prestemos atención, creamos a Su palabra, tengamos fe en Él y le invitemos a entrar a nuestra vida.
Dios no se impone, sino que invita.
Quiera Dios que no tardes en oír su voz, abras la puerta de tu corazón y disfrutes del gozo, la paz y la confianza que se disfruta en su comunión.
Amén.

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