La Biblia insiste una y otra vez en la misma idea: suceda lo que suceda, Dios está ahí. Por eso no temeremos aunque la tierra tiemble, aunque los montes se derrumben en el corazón del mar, aunque sus aguas rujan y echen espuma, y se estremezcan los montes por su braveza.
Y si sucediera algo de esto ¿no temeríamos?
La clave está en creer a las promesas de Dios o en no creer.
Y sobre la fidelidad de Dios hay mucho escrito, hasta el punto de que nos asegura que es para siempre. Es como si afirmase que no podemos concebir la naturaleza de Dios aparte de su fidelidad, su lealtad, su rectitud. Podemos contar con Él siempre, porque es fiel con los que le aman. Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que habiten conmigo. El que anda en camino de integridad, ese me servirá.
Cuando copio Sus palabras, siento su presencia. Su Palabra destila santidad, autenticidad, luz, pureza. Como el salmista, me gozo y me recreo en Ella. Leyendo Su Palabra descubrimos la Fe.
Es curioso: La fe es creer en lo que no vemos, pero, sin embargo, se va afianzando en lo que experimentamos. Y siento que Dios está más cerca de lo que pensamos. A veces, le pedimos ayuda, o un favor, un socorro… y llega la ayuda, la respuesta… Con todo pensamos ¿será posible? ¿Habría llegado igual si no lo hubiésemos pedido? Creo que no. Pero no puedo analizar la mente de Dios porque Sus Pensamientos no son nuestros pensamientos, ni Sus Caminos son los nuestros. Los planes y métodos de Dios son mejores que los que nosotros podemos idear.
Lo grande es que esos Planes y esos Métodos están hechos pensando en nosotros. Es infinitamente mucho más de lo que podemos merecer, porque no merecemos nada, pero Él lo hace por amor y en base a la Obra perfecta de Su Hijo, el cual se entregó a la muerte por amor a nosotros y de ahí que Sus ojos, estén pendientes de los que ahora son Sus hijos: Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. ¡Recibisteis el espíritu de adopción como hijos!
¿Cómo es que nos olvidamos tan pronto de las respuestas y las ayudas que recibimos en momentos críticos? A nuestro Padre celestial tiene que dolerle en Su corazón el que seamos hijos ingratos.
Al pueblo de Israel le sucedía esto. Tan pronto estaban experimentando la presencia de Dios en todo Su poder y magnitud, como tan pronto estaban quejándose y deseando volver a Egipto (símbolo del mundo) en donde habían servido como esclavos en opresión. ¿Es tan duro el corazón humano? Si lo es. Y nuestro bendito Señor sufre con nuestra infidelidad y lo expresa con palabras llenas de ternura: Sin embargo, no me invocaste, oh Jacob; sino que te cánsate de mí, oh Israel… No compraste para mi caña aromática por dinero, ni me saciaste con el sebo de tus sacrificios. Más bien, me abrumaste con tus pecados; me fatigaste con tus iniquidades. Yo soy, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí, y no me acordaré más de tus pecados.
A los discípulos les sucedía esto. Habían sido testigos de cosas impresionantes: aquellos pocos panes y peces multiplicados milagrosamente para alimentar a una multitud; aquella tormenta en el mar que era tan fuerte que ellos, expertos hombres de mar, temieron por su vida y Jesús “le habla” a los elementos y los calma; aquella visión inaudita de Jesús andando sobre las aguas; aquellos enfermos, cojos, leprosos, curados por Su Palabra; aquel Jesús agonizante clavado en un madero que después se les aparece vivo, sano, fuerte, maravilloso, que les manda ir a un lugar en Galilea para despedirse de ellos, y dice el texto: ¡pero algunos dudaron!
Creo que estas muestras del pueblo judío y de los propios discípulos de Jesús, son una ayuda para nosotros para que entendamos que no hemos cambiando, en esencia, de lo que eran los habitantes de la tierra hace 2000 años. Que cuando tenemos dudas, cuando reaccionamos sin fe o sin convencimiento ante lo que nos acontece por la misericordia de Dios, reaccionamos como ellos, igual, y ante esa realidad, se muestra la grandeza de nuestro Dios, su firmeza eterna identificada por La Roca, su Gracia cuya profundidad y amplitud somos incapaces de medir, su Misericordia, que es por los siglos.
Me gusta especialmente aquella respuesta del padre que trae a su hijo a la presencia de Jesús, un padre apesadumbrado, triste por la enfermedad de su hijo, asustado ante la presencia de Jesús y de la multitud que los rodeaba; un padre ansioso,,, su hijo tiene una enfermedad terrible y aquella persona parece que puede sanarlo… Pero entonces Jesús habla y se dirige a él: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? – Desde niño. Muchas veces le echa en el fuego o en el agua para matarlo; pero si puedes hacer algo, ¡ten misericordia de nosotros y ayúdanos! – Jesús le dijo: “¿Si puedes creer…? ¡Al que cree todo le es posible! Inmediatamente el padre del muchacho clamó diciendo: - ¡Creo! ¡Ayuda mi incredulidad!
¡Creo! ¡Ayuda mi incredulidad!
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