jueves, 4 de octubre de 2012

CONDUCTAS

Es impresionante la cadena de noticias que generan los juicios que se están celebrando en este país a causa de la corrupción. Son tan numerosos que nos hemos acostumbrado, y lo peor, nos hemos insensibilizado y pasamos de puntillas por la noticia porque, nos hemos aburrido de hacer comentarios que, en nuestro pobre conocimiento popular, sospechamos acertados pero que, si los analizásemos fríamente, llegaríamos a la conclusión de que sí, la conciencia del hombre está cauterizada de tal forma que ya no se miden los riesgos, ni las consecuencias de robar, mentir, engañar, porque, finalmente “no pasa nada”.
Hoy he leído: “No te impacientes a causa de los malhechores, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad, porque como la hierba pronto se secan y se marchitan como el pasto verde.” (Salmo 37:1-2).
¿Envidia?, pensé. Claro, normalmente se tiene envidia de los que “viven bien” (aparentemente) porque tienen cosas, las lucen delante de los demás, a veces hasta son famosos del mundo (de la farándula o del mundo a secas). Producen envidia en la gente que lo pasa realmente mal. No solo porque tengan cosas, sino porque cuando los detienen y les acusan de haberse apropiado de lo ajeno, casi siempre de muchos miles de euros, usando esos euros robados u otros que ya tenían, se pagan unos abogados que cobran mucho dinero y que los sacan a los “dos días” de las manos que se suponen que les tienen que administrar justicia y se asoman a nuestras pantallas televisivas con una gran sonrisa asegurando que son totalmente inocentes mientras no se demuestre lo contrario. Producen también envidia porque, curiosamente, nunca devuelven lo presuntamente robado, aunque se trate de cantidades que no sabemos ni manejar, ni valorar, por lo excesivas.

Ante estas escenas que ya se están convirtiendo en cotidianas, el pueblo llano, asustado porque no comprende tamañas atrocidades, exclama resignado: “¡No existe justicia en el mundo!” El salmista vuelve a insistir al respecto: “No te alteres con motivo de los que prosperan en su camino, por el hombre que hace maldades. Deja la ira y abandona el enojo; de ninguna manera te apasiones por hacer lo malo.” ¿Por qué nos dice Dios esto? Es fácil que viendo lo que vemos, alguno pueda angustiarse ante lo duro de su situación y decida hacer algún “pequeño robo” (principio de “grandes”), viendo la prosperidad del que nosotros (y Dios), consideramos malvado. Si a ellos no les “pasa nada”, podemos argumentar, por qué me va a pasar a mí, si además “sólo” he robado para comer.

Ante nuestros “porqués”, Dios tiene una respuesta y una promesa: “Porque los malhechores serán destruidos, pero los que esperan en Jehová heredarán la tierra. Dentro de poco no quedará el impío. Contemplarás su lugar y no aparecerá. Pero los mansos heredarán la tierra y se deleitarán por la abundancia de paz.”
¿Heredar la tierra? Dos veces lo dice.
¡Vale! ¡Ya está la religión llenando de ideas pacificadoras la mente del pueblo para que no se pongan nerviosos, dejen tranquilos a los poderosos del lugar, y se conformen con la que les ha tocado bailar, si es que les ha tocado algo!
¿Sabes? Es verdad que la mayoría de las veces se demuestra que no hay justicia en el mundo, especialmente cuando se trata de ajusticiar a un “poderoso”. Pero Dios nos asegura que Él es un Dios Justo y no va a dejar injusticia sin “reparar”, por más que muchos piensen que se trata de ideas sedantes y promesas para ilusos. Eso pueden pensarlo los que no creen en Dios ni que la Biblia sea Su Palabra, pero lo que creemos en Dios tenemos muchas certezas afirmadas en lo que Él dice, y una de ellas es que todo lo que el promete, profetiza o informa respecto a sus consecuencias, todo, finalmente se cumple.
Porque estas palabras son un aviso de futuro, y para los creyentes y las personas abrumadas por la necesidad o la injusticia, una advertencia muy solemne: ¿Por qué envidiar a uno que dentro de poco se encontrará en una situación inferior al polvo? El tiempo es una brisa, un susurro que pasa, nos parece mucho pero es muy poco y, al poco, mirarás a esa persona y… ¡ya no estará allí! Su casa estará vacía, sus propiedades pasarán a otros, más tarde, más temprano será olvidado… ¿Dónde quedará su soberbia, su exhibicionismo, su poder? ¡Desnudo he venido a este mundo y desnudo salgo de él!
El problema será el enfrentarse al momento del juicio ¡sin abogado!

John Pennington escribió a propósito de este salmo: “Los mansos heredarán la tierra. No los de espíritu altanero, que remueven el mundo para conseguirlo, sino los mansos, que son vapuleados de un rincón al otro, y sufren y apenas se les deja tranquilos en parte alguna. Esta tierra de la cual estaban privados, ahora la poseerán para gozar de ella.”

Yo diría más: Ni siquiera será esta tierra tal y como está. Porque alguno se mofará diciendo ¡pues vaya lo que le dejamos! ¡Menudo marrón (en todo el sentido del color)! No, no será esta porque Dios asegura que los cielos y la tierra que ahora existen están reservados para el fuego, guardados hasta el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos…Según las promesas de Dios esperamos cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia (2 Pedro 3:7 y 13). ¿Os fijáis? Nuevos cielos, nueva tierra y ¡justicia! ¿No es maravilloso? ¡Demasiado, para ser verdad! Pues puedes estar seguro que Dios no miente y que, en la eternidad, la justicia habitará porque Cristo reinará justamente, con pureza, con verdad, y esa justicia será aplicada por Él, de manera que no solo “habitará”, sino que también la justicia “reinará”. ¡Que consuelo para los que han sufrido injusticia! Todo el mundo dará cuenta de lo que hizo.
Y ante este conocimiento de que todos algún día estaremos delante de Dios, debería producir en nosotros el deseo de ser lo contrario de los que ahora se jactan de sus robos, un deseo de ser irreprensibles, limpios moralmente y limpios espiritualmente por la Obra Salvadora de Jesús, quien nos limpia de todo pecado, si acudimos a él buscando perdón arrepentidos. Que así sea.

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