Huimos del miedo, no queremos tenerlo, pero en estos días, mucha gente se divierte haciendo fiesta al miedo, a la muerte y a los muertos, a lo relacionado con la sangre, las brujas, la magia negra… ¿una disculpa para hacer fiesta de disfraces tétricos? Halloween, la fiesta también conocida como “Noche de Brujas” o “Noche de Difuntos”, una tradición en Estados Unidos y en el Reino Unido y que se ha introducido en nuestro país en donde no tiene arraigo ninguno, pero ya se sabe, como tenemos fama de que apreciamos lo que viene de fuera como algo bueno, y si eso permite fiesta y diversión y tapar lo que se venía haciendo por estas fechas que no era otra cosa que hablar de visitas a los cementerios, recordar a nuestros muertos y cosas más bien tristes y algo religiosas, pues se acepta más rápidamente, aunque da cierta cosa ver con que impunidad se introduce en los colegios y “mentaliza” a los más pequeños, mientras que por otro lado se hace mucho hincapié en eliminar cualquier vestigio religioso que pueda molestar a sus laicos padres.
Halloween es una fiesta secular, aunque hay quien afirma que tiene un trasfondo religioso, relacionándola con la festividad de Todos los Santos. Para nuestra época, lo interesante es que se asocia a fiestas de disfraces, bromas relacionadas con el miedo, lectura de historias terroríficas o visionado de películas sobre este género… en conjunto, provocar una especie de miedo festivo que es en realidad lo que se busca cuando se va a ver una película de terror, buscar sensaciones fuertes, pasar miedo gratis.
Según el psicólogo cubano Mira y López, es el miedo uno de los más aterradores gigantes del alma. Los psicólogos dicen que la mayoría de los miedos son aprendidos, que sólo nacemos con dos miedos instintivos: el temor a los ruidos fuertes y a que nos suelten. Lo que está claro es que la sensación de miedo a veces nos paraliza y no es muy fácil de explicar el motivo. Miedo ante un examen, ante una entrevista de trabajo, ante una visita al dentista, una operación… y lo simpático es que cualquier situación de este tipo literalmente puede aterrarnos y la sensación de alivio va en proporción al miedo que hemos pasado cuando, al salir o pasar por alguna de estas “terroríficas experiencias”, comprobamos que no ha sido tan atemorizante como lo habíamos imaginado. ¿Qué sucede entonces? ¿Es todo producto de nuestra imaginación? Realmente tenemos miedo al dolor. Es desagradable cuando te van a poner una inyección, claro que no podemos decir que duele porque no duele, pero ¿qué nos produce esos sudores? El miedo. Alonso de Ercilla y Zúñiga, un famoso escritor español, escribió: “El miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente.” Recuerdo alguna película en la que se menciona algo parecido: Los valientes tienen miedo pero lo disimulan muy bien. Parece que es algo común a todos. Como una prevención a sufrir, a pasar dolor, a morir. Miedo a morir.
Por eso este tipo de fiestas parece una forma de escapar al miedo, como si riéndonos de él y con él, diésemos un paso más para vencerlo. Sin embargo, a la hora de enfrentarnos a él, comprobamos que sigue ahí, que no lo hemos ahuyentado del todo, que en las situaciones difíciles, aparece de nuevo. Cuando se define se dice que es un sentimiento. No deja de ser un “sentimiento desagradable”, pero se ve que es común a todos porque todos tenemos la aversión natural al riesgo y la amenaza y siempre vemos como una victoria, algo positivo, un triunfo personal, el ¡vencer al miedo! Evitamos, desde luego, las situaciones límite en las que se pasa del miedo al terror.
“Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez.” Así comienza el relato de D. Ramón del Valle Inclán “El miedo”. “Mensajero de la muerte”, título que nos vuelve al comentario anterior… muerte, pánico al dolor, pánico a lo desconocido. Una de las frases más repetidas por Jesús a lo largo de su ministerio con sus discípulos, aquí en la tierra, fue “¡No temáis!”, “No tengáis miedo”, “Soy yo, no temáis”: Cuando los discípulos lo vieron caminando sobre el agua, quedaron aterrados. — ¡Es un fantasma!—gritaron de miedo.
Otro pasaje: Sucedió que hubo un terremoto violento, porque un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Los guardias tuvieron tanto miedo de él que se pusieron a temblar y quedaron como muertos. El ángel dijo a las mujeres: —No tengan miedo;
Los ángeles no se extrañan que tengamos miedo, saben que es innato en nosotros. Pero observo un avance interesante, su presencia, que para nosotros es anormal, o la aparición de Jesús en situaciones imposibles (andando sobre el mar, saliendo de la tumba con el aspecto deslumbrante de un relámpago), en los creyentes no tiene porque producir miedo, o, dicho de otra manera como lo dijo Pablo: “Si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros?” ¡Surge de nuevo la esperanza! ¡Vencer al miedo innato! ¡Vencer al miedo siendo conscientes de nuestra relación con Dios, con Jesús, estando de su parte! Bueno, el Salmo 23 es muy conocido y habla algo de esto ¿no? Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; Tal vez la clave este en creer o no creer a lo que Dios nos repite constantemente: ¡No temas!
¿No te parece?
Lo que al hombre natural le da miedo, al espiritual le da confianza.
Olas de miedo y asombro mortal caen entre los soldados. (Mateo 28:4).
Entre los fieles: “no temáis, venid, ved”. Primero venid. (Mateo 28:5-6).
Todo epitafio: “aquí yace”; el de Jesús: “aquí ha resucitado”. Vedlo.
Nos llama: siervos, discípulos, amigos, hermanos. (Juan 15:14).
Ha resucitado. “No le vi”, dijo uno, “pero hoy hablé con él”. Campderros, D. (2003).
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