Disfruto de un paréntesis.
Es verdad que hay mucha gente que no puede, me acuerdo de ellos. Nosotros, este
año todavía hemos podido, gracias a Dios.
Las vacaciones de verano son como un paréntesis en el devenir normal de la rutina diaria. ¡Bendita
rutina! Aunque haya días que nos quejemos, a veces con razón, otras por
egoísmo, porque si comparamos nuestros problemas con los de muchos de los
habitantes de este mundo, y lo hacemos desde un prisma de objetividad,
seguramente, en muchos casos, nos recriminaríamos avergonzados.
Y aquí estamos en pleno paréntesis
veraniego. ¡Con qué facilidad “desconecto”! Me exijo desconectar. Ya tendré
tiempo de preocuparme, me digo. Es verdad que me cuesta más “conectar”, pero
todavía falta tiempo para eso. Así que toca hacer cosas nuevas, sin prisa, sin
mirar el reloj, mañana no hay que levantarse obligado por la terca
responsabilidad del despertador… ¡ah! ¡que placer!
Disfrutamos conociendo nuevos sitios, nuevas gentes, nuevas
formas de hablar… Es curioso que, aún dentro del mismo país, haya tanta
diferencia en la forma de hablar y en las costumbres, en distancias tan cortas.
Muchos trabajan para atender nuestro paréntesis.
Las vacaciones de una parte genera empleo a la otra que lo tiene más difícil.
Bueno, es algo, aunque apenas disimula el problema del desempleo. No nos
dejamos engañar por las marchas triunfales de la hipocresía de los gobernantes
empeñados en autoconvencerse de que el pueblo es ignorante e iluso. Ya no
sabemos cómo demostrarles lo contrario.
El tiempo ayuda. Hemos comenzado la segunda semana del
paréntesis con el tiempo veraniego de la primera y, como estamos en el norte
del país, todavía es más agradable al no tener que sufrir el calor abrasador
que domina hacia el sur.
Disfrutamos contemplando el mar. Los puertos pesqueros que
vamos conociendo tienen su encanto, pero ese mar… ese horizonte tan grande, tan
perfecto, llenándolo todo… Ese batir acompasado del oleaje rompiendo en las
rocas, o rindiéndose en la arena en una suavidad hermosa y serena… “Las aguas…
les pusiste término, el cual no traspasarán, ni volverán a cubrir la tierra”.
Admiramos las zonas monumentales de las ciudades, las
iglesias y edificios construidos hace siglos por los hombres y que todavía
muestran orgullosos sus poderosas columnas, sus torres y campanarios, sus mil y
una figuras repujadas en piedra resistiendo impertérritas el paso de los
tiempos. Encontramos también ruinas, restos de civilizaciones excavadas con
admirable paciencia para que también nos sorprendamos ante su trabajo, sus
avances anticipo del presente, restos de otra gente igual que nosotros, con los
mismos o parecidos problemas, con preguntas y dudas, con luchas y situaciones
que ahora, difícilmente y con ayuda de estos vestigios, podemos casi imaginar.
El color verde. Pasear por el norte del país nos permite
disfrutar de todas las tonalidades de ese color. Tanto verde tiene un coste:
mucha lluvia. Aún en esta época nos sorprende, pero en medio de estas calores
veraniegas, se agradece; duele menos que con el frío del invierno.
El verde de los campos y los montes y el azul del mar en
perfecta armonía consiguen transportarnos a una forma de vida que desconocemos,
relajada, ociosa, atemporal, serena. El resto del año ya tenemos nuestra
rutina, pero estos días, en este paréntesis,
conseguimos alejarla, olvidarla, nos forzamos incluso para no recordarla,
aunque la sentimos ahí, impaciente por atraparnos de nuevo y, dentro de unos
días, daremos gracias por volver al trabajo, al quehacer diario, a la lucha y
al descanso, porque formamos parte del engranaje de la vida y ¡gracias a Dios
por ello! ¡Y que lo hagamos con salud!
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