miércoles, 7 de agosto de 2013

El paréntesis

vacaciones,descanso,veranoDisfruto de un paréntesis. Es verdad que hay mucha gente que no puede, me acuerdo de ellos. Nosotros, este año todavía hemos podido, gracias a Dios.
Las vacaciones de verano son como un paréntesis en el devenir normal de la rutina diaria. ¡Bendita rutina! Aunque haya días que nos quejemos, a veces con razón, otras por egoísmo, porque si comparamos nuestros problemas con los de muchos de los habitantes de este mundo, y lo hacemos desde un prisma de objetividad, seguramente, en muchos casos, nos recriminaríamos avergonzados.

Y aquí estamos en pleno paréntesis veraniego. ¡Con qué facilidad “desconecto”! Me exijo desconectar. Ya tendré tiempo de preocuparme, me digo. Es verdad que me cuesta más “conectar”, pero todavía falta tiempo para eso. Así que toca hacer cosas nuevas, sin prisa, sin mirar el reloj, mañana no hay que levantarse obligado por la terca responsabilidad del despertador… ¡ah! ¡que placer!
Disfrutamos conociendo nuevos sitios, nuevas gentes, nuevas formas de hablar… Es curioso que, aún dentro del mismo país, haya tanta diferencia en la forma de hablar y en las costumbres, en distancias tan cortas. Muchos trabajan para atender nuestro paréntesis. Las vacaciones de una parte genera empleo a la otra que lo tiene más difícil. Bueno, es algo, aunque apenas disimula el problema del desempleo. No nos dejamos engañar por las marchas triunfales de la hipocresía de los gobernantes empeñados en autoconvencerse de que el pueblo es ignorante e iluso. Ya no sabemos cómo demostrarles lo contrario.

El tiempo ayuda. Hemos comenzado la segunda semana del paréntesis con el tiempo veraniego de la primera y, como estamos en el norte del país, todavía es más agradable al no tener que sufrir el calor abrasador que domina hacia el sur.
Disfrutamos contemplando el mar. Los puertos pesqueros que vamos conociendo tienen su encanto, pero ese mar… ese horizonte tan grande, tan perfecto, llenándolo todo… Ese batir acompasado del oleaje rompiendo en las rocas, o rindiéndose en la arena en una suavidad hermosa y serena… “Las aguas… les pusiste término, el cual no traspasarán, ni volverán a cubrir la tierra”.
Admiramos las zonas monumentales de las ciudades, las iglesias y edificios construidos hace siglos por los hombres y que todavía muestran orgullosos sus poderosas columnas, sus torres y campanarios, sus mil y una figuras repujadas en piedra resistiendo impertérritas el paso de los tiempos. Encontramos también ruinas, restos de civilizaciones excavadas con admirable paciencia para que también nos sorprendamos ante su trabajo, sus avances anticipo del presente, restos de otra gente igual que nosotros, con los mismos o parecidos problemas, con preguntas y dudas, con luchas y situaciones que ahora, difícilmente y con ayuda de estos vestigios, podemos casi imaginar.

El color verde. Pasear por el norte del país nos permite disfrutar de todas las tonalidades de ese color. Tanto verde tiene un coste: mucha lluvia. Aún en esta época nos sorprende, pero en medio de estas calores veraniegas, se agradece; duele menos que con el frío del invierno.

El verde de los campos y los montes y el azul del mar en perfecta armonía consiguen transportarnos a una forma de vida que desconocemos, relajada, ociosa, atemporal, serena. El resto del año ya tenemos nuestra rutina, pero estos días, en este paréntesis, conseguimos alejarla, olvidarla, nos forzamos incluso para no recordarla, aunque la sentimos ahí, impaciente por atraparnos de nuevo y, dentro de unos días, daremos gracias por volver al trabajo, al quehacer diario, a la lucha y al descanso, porque formamos parte del engranaje de la vida y ¡gracias a Dios por ello! ¡Y que lo hagamos con salud!

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