“Y a la vez que apartarán sus oídos de la verdad, se
volverán a las fábulas” (2 Timoteo
4:4). Cuando Pablo le escribía esto a su discípulo Timoteo, no
podría imaginar que se cumpliría exactamente más allá del año 2000, aunque en
sus tiempos también sucedía. En los días de Timoteo era muy fácil encontrar
maestros que conseguían con su palabrería, hacer sonar campanillas en los oídos
de sus seguidores buscando el sonido que más les agradase: cosas fáciles y
cómodas que gusta oír. Se llamaban sofistas,
y andaban de una ciudad a otra ofreciéndose a enseñar cualquier cosa por
dinero. Platón escribió así de ellos: “Andan cazando jóvenes ricos y de
posición, con una educación descafeinada como cebo, y una matrícula como su
objetivo para hacer dinero mediante un uso seudocientífico de los sofismas en
la conversación privada, dándose cuenta de que lo que estaban enseñando era basura.”
Esa apreciación no ha cambiado. Cualquier “maestro” cuya
enseñanza tenga como objetivo restarle importancia al pecado, es una amenaza
para el cristianismo y para la humanidad. Hoy en día, en los países llamados
“cristianos”, cada vez hay más rechazo a los valores y caracteres del verdadero
cristianismo. La Biblia y lo que enseña es puesto en duda, menospreciado y
relegado de una sociedad que busca liberarse de cualquier ‘cosa’ que le ponga
trabas a su “derecho a hacer lo que quiera.” Pero las personas necesitan donde
agarrarse. Necesitan llenar su vacío espiritual. Lo necesitan y algunos,
incapaces de no creer en nada, se vuelven a las supersticiones, a la invocación
de los espíritus, a la hechicería o a cualquier tipo de idolatría que satisfaga
“su necesidad”.
“Porque llegará el día en que la gente no querrá escuchar la
buena enseñanza. Al contrario, querrá oír enseñanzas diferentes. Por eso
buscará maestros que le digan lo que quiere oír.” (2 Ti.4:3 Traducción Lenguaje
Actual).
¿Por qué hace la gente eso? Porque “la luz en las tinieblas
resplandece” y la Palabra de Dios es Verdad y la gente no soporta la Verdad, se
alejará de ella porque no soporta la predicación penetrante, la que va al
grano, al centro del corazón. Ante tanto desvarío, la Biblia es la única fuente
de luz y así lo reconocemos los cristianos, pero cuando la luz vino a este
mundo en la persona de Cristo, ¿Qué nos dice la Biblia? Que los hombres amaron
más las tinieblas que la luz. Y siguen amándolas y cada vez más. El deseo de
oír cosas nuevas, ocultismo, sicología, hechicerías, horóscopos, cosas
demoníacas, es una prueba de ello. Claro que ellos no las llamarán así, lo
suavizarán, le pondrán nombres como los sofistas antiguos, nombres seudocientíficos
para que suenen y engañen mejor. Porque de lo que se trata es de ser
autosuficientes, civilizados, modernos (o postmodernos), aquellas cosas de hace
más de dos mil años ¿cómo van a estar vigentes ahora? Pero las palabras de
Jesús retumban a través de los siglos: “El cielo y la tierra pasarán, más mis
palabras no pasarán.” ¿Qué significa esto? La Biblia anticipa que “los cielos y
la tierra que ahora existen están reservados para el fuego, guardados hasta el
día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos… Pero el día del Señor
vendrá como ladrón. Entonces los cielos pasarán con grande estruendo; los
elementos, ardiendo, serán desechos, y la tierra y las obras que están en ella
serán consumidas.” (2 Pedro 3:7, 10). Lo que parece hoy estable, será
desestabilizado, cambiará pero no sucede así con las Palabras de Jesucristo que
no sufrirán jamás cambio ni alteración alguna y su cumplimiento será completo: “…
la palabra de Dios que vive y permanece.”
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”.
Luz. La Biblia se asemeja a una lámpara para saber dónde poner nuestros pies en
el camino estrecho que lleva a la vida. El gran evangelista Charles Spurgeon
dijo en una ocasión: “Toda persona debería hacer uso de la Palabra de Dios de
modo personal, práctico y habitual, para poder ver su camino y lo que hay en
él.”
Nada de lo que hay escrito en la Biblia, promesas,
bendiciones, juicios, el reino y la gloria de Dios, quedará sin cumplir, según
ella misma anuncia. El hecho es irrefutable sólo porque es la palabra de Dios y
eso ya lo garantiza, pero además, por las pruebas históricas de todo lo que ya
se ha ido cumpliendo. Cualquier promesa incumplida afectaría a Dios
directamente que fue el que la hizo. Sería la prueba definitiva en contra. Pero
no la hay. “Desde el principio tú
fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú
permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; Como un vestido
los mudarás, y serán mudados; pero tú
eres el mismo, y tus años no se acabarán.” (Salmo 102:25-27).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Hola! anímate a dejar tu comentario ¡Bendiciones!
Toda opinión es respetada pero comentarios que difamen el nombre de Dios serán ELIMINADOS.