jueves, 13 de febrero de 2014

Fuente de Luz

“Y a la vez que apartarán sus oídos de la verdad, se volverán a las fábulas” (2 Timoteo
4:4). Cuando Pablo le escribía esto a su discípulo Timoteo, no podría imaginar que se cumpliría exactamente más allá del año 2000, aunque en sus tiempos también sucedía. En los días de Timoteo era muy fácil encontrar maestros que conseguían con su palabrería, hacer sonar campanillas en los oídos de sus seguidores buscando el sonido que más les agradase: cosas fáciles y cómodas que gusta oír. Se llamaban sofistas, y andaban de una ciudad a otra ofreciéndose a enseñar cualquier cosa por dinero. Platón escribió así de ellos: “Andan cazando jóvenes ricos y de posición, con una educación descafeinada como cebo, y una matrícula como su objetivo para hacer dinero mediante un uso seudocientífico de los sofismas en la conversación privada, dándose cuenta de que lo que estaban enseñando era basura.”
Esa apreciación no ha cambiado. Cualquier “maestro” cuya enseñanza tenga como objetivo restarle importancia al pecado, es una amenaza para el cristianismo y para la humanidad. Hoy en día, en los países llamados “cristianos”, cada vez hay más rechazo a los valores y caracteres del verdadero cristianismo. La Biblia y lo que enseña es puesto en duda, menospreciado y relegado de una sociedad que busca liberarse de cualquier ‘cosa’ que le ponga trabas a su “derecho a hacer lo que quiera.” Pero las personas necesitan donde agarrarse. Necesitan llenar su vacío espiritual. Lo necesitan y algunos, incapaces de no creer en nada, se vuelven a las supersticiones, a la invocación de los espíritus, a la hechicería o a cualquier tipo de idolatría que satisfaga “su necesidad”.
“Porque llegará el día en que la gente no querrá escuchar la buena enseñanza. Al contrario, querrá oír enseñanzas diferentes. Por eso buscará maestros que le digan lo que quiere oír.” (2 Ti.4:3 Traducción Lenguaje Actual).
¿Por qué hace la gente eso? Porque “la luz en las tinieblas resplandece” y la Palabra de Dios es Verdad y la gente no soporta la Verdad, se alejará de ella porque no soporta la predicación penetrante, la que va al grano, al centro del corazón. Ante tanto desvarío, la Biblia es la única fuente de luz y así lo reconocemos los cristianos, pero cuando la luz vino a este mundo en la persona de Cristo, ¿Qué nos dice la Biblia? Que los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Y siguen amándolas y cada vez más. El deseo de oír cosas nuevas, ocultismo, sicología, hechicerías, horóscopos, cosas demoníacas, es una prueba de ello. Claro que ellos no las llamarán así, lo suavizarán, le pondrán nombres como los sofistas antiguos, nombres seudocientíficos para que suenen y engañen mejor. Porque de lo que se trata es de ser autosuficientes, civilizados, modernos (o postmodernos), aquellas cosas de hace más de dos mil años ¿cómo van a estar vigentes ahora? Pero las palabras de Jesús retumban a través de los siglos: “El cielo y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán.” ¿Qué significa esto? La Biblia anticipa que “los cielos y la tierra que ahora existen están reservados para el fuego, guardados hasta el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos… Pero el día del Señor vendrá como ladrón. Entonces los cielos pasarán con grande estruendo; los elementos, ardiendo, serán desechos, y la tierra y las obras que están en ella serán consumidas.” (2 Pedro 3:7, 10). Lo que parece hoy estable, será desestabilizado, cambiará pero no sucede así con las Palabras de Jesucristo que no sufrirán jamás cambio ni alteración alguna y su cumplimiento será completo: “… la palabra de Dios que vive y permanece.”
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. Luz. La Biblia se asemeja a una lámpara para saber dónde poner nuestros pies en el camino estrecho que lleva a la vida. El gran evangelista Charles Spurgeon dijo en una ocasión: “Toda persona debería hacer uso de la Palabra de Dios de modo personal, práctico y habitual, para poder ver su camino y lo que hay en él.”
Nada de lo que hay escrito en la Biblia, promesas, bendiciones, juicios, el reino y la gloria de Dios, quedará sin cumplir, según ella misma anuncia. El hecho es irrefutable sólo porque es la palabra de Dios y eso ya lo garantiza, pero además, por las pruebas históricas de todo lo que ya se ha ido cumpliendo. Cualquier promesa incumplida afectaría a Dios directamente que fue el que la hizo. Sería la prueba definitiva en contra. Pero no la hay. “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; Como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán.(Salmo 102:25-27).

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