Cada vez me produce más vértigo la diferencia entre el mundo
que observamos impertérritos en la tv todos
los días y el nuestro. Es como si
nos hubiesen sentado delante de una pantalla panorámica similar a aquella que
sufría el protagonista de “la Naranja Mecánica” en los años 70, para quien no
la recuerde o no haya visto la película, es la escena en la que obligaban al
protagonista a ver una especie de documental salvaje con escenas violentas…
Franja de Gaza, Ucrania, Nigeria y sus Boko Haram, Libia y
otros Países de “menos actualidad”, desfilan ensangrentados, mutilados,
arrasados, en paisajes lunares de películas futuristas…, desfilan ante nuestros
ojos que, a fuerza de la costumbre, no es necesario obligar a mantener abiertos
como al protagonista de “la Naranja”… tristemente nos hemos acostumbrado,
endurecido, nuestras conciencias cauterizadas apenas se inmutan ante tanta
barbarie.
Hoy amanecen los diarios con la noticia de que EEUU envía
más armamento y munición a Israel… ¿es esta la ayuda? ¿es esta la solución? ¿No
sería mejor enviar unas sillas, una mesa y unos vasos con agua y organizar las
reuniones que fuesen necesarias para terminar con semejante barbarie? ¿Qué
falta para que esto se haga ya?
Impotencia es lo que sentimos los que todavía no tenemos la
conciencia dormida. Desde nuestra pobre posición desde la que no podemos
influir, gritamos ¡BASTA! en un intento desesperado de detener la maquinaria
bélica que aplasta sin piedad todo lo que se le pone por delante sin ni
siquiera mirar si lo que aplasta es una cucaracha o un niño. Corazas de acero
que envuelven el corazón de los que, en algún momento, supongo, tienen una
familia a su alrededor, una niña sentada en sus rodillas en una escena familiar
y candorosa, una padres ancianos sonrientes admirando a su hijo que ha
desempeñado una gran carrera militar y que consigue tener a su familia en un
lugar cómodo y acogedor… ¿Cómo es posible que esa misma persona se ponga una
venda en sus ojos para descargar todo su letal cargamento contra personas por
las que corre la misma sangre que en las venas de sus seres queridos, sangre
que él va a desparramar sin la más mínima contemplación? ¿A qué hemos llegado?
¿No somos la civilización del siglo XXI, la civilización de los adelantos
medicinales, de la sabiduría humana, de la democracia y la cultura que iba a
cambiar el mundo? ¿Qué nos impide ser más sensibles ante la realidad sangrienta
que nos rodea? Mientras menos de la mitad de la población mundial disfruta de
comida, comodidades, incluso en algunos casos, de excesos, el resto sufre una
vida que, a los que nos ha tocado vivir en la “parte buena”, nos resulta
imposible de imaginar porque esa vida solo se puede comprender viviéndola.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, quiso estar en la “parte
mala”, quiso congraciarse con los que les tocaba la peor parte en aquella
época, los enfermos, los pobres, los leprosos, los ladrones y las prostitutas y
los que vivían en la “parte buena” le señalaban como a un loco porque se hacía
llamar Hijo de Dios y el Cristo (el Mesías) y se asociaba a los parias y a los proscritos.
Ante ese desprecio, Jesús respondió con amor y con perdón demostrando que la
forma de acabar con la miseria de muchos era ayudándoles. Y así lo hizo: sanó a
los que se le acercaron, consoló a los que llegaban desesperados, animó a los
que buscaban una salida, murió por todos… Sus palabras no dejaron a nadie
indiferente: “ama a tus enemigos”… ¡Ahí está la solución! Si todos
consiguiésemos amar a nuestros enemigos, se acabarían las guerras, las
envidias, los odios, las rencillas entre vecinos, familias, compañeros de
trabajo… ¡Ama al prójimo como a ti mismo! ¡Imposible, mientras no cambie
nuestro corazón de piedra en uno de carne, en uno con sensibilidad, en uno con
amor!
Solo Cristo puede hacer ese milagro. Es una realidad en
muchas personas. Sé que no las suficientes para que pare ese caudal de muerte,
pero algún día reinará la paz en el mundo… No cuando el hombre lo domine, sino
cuando el Rey de reyes lo gobierne. Está profetizado: porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni
una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido.