"Gloria y hermosura es su obra, y su justicia permanece para siempre. Ha hecho memorables sus maravillas; clemente y misericordioso es Jehová" (Salmo 111:3-4)
"Bienes y riquezas hay en su casa, y su justicia permanece para siempre. Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo." (Salmo 112:3-4)
Se dice por los comentaristas bíblicos que estos dos salmos, el 111 y el 112, conforman una unidad. Y bien pudiera ser; baste observar alguna simetría: que ambos poseen diez versículos, que están escritos en acróstico como el salmo 119, esto es, que cada línea comienza con una letra del alfabeto (alefato) hebreo, así, por ejemplo, la línea gloria y hermosura es su obra, que es la quinta línea, correspondería, si contamos desde el principio del salmo, a la letra Hé, que es la quinta letra del alefato (lo mismo ocurre con el salmo 112). En nuestras Biblias habituales esta división no aparece, pero en otras se manifiesta (en este caso está recogido el apunte de una Biblia textual, en concreto de la Holman).
Todo esto sirva de marco introductorio, ya que lo que realmente nos importa es el contenido. Y es notorio, sobre todo en estos versículos de la porción escogida, el paralelismo entre estos dos salmos. Fijémonos un poco más: leamos de nuevo el versículo 3 del 111: Gloria y hermosura es su obra, y su justicia permanece para siempre. Y ahora el 3 del 112: Bienes y riquezas hay en su casa, y su justicia permanece para siempre.
Hagamos lo mismo con el versículo 4 de ambos salmos: Ha hecho memorables sus maravillas; clemente y misericordioso es Jehová. Y Resplandeció en las tinieblas la luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo.
Hemos subrayado la parte que es literal en ambos salmos y con ello vamos a resaltar algo que es de suma importancia, sino vital, en el verdadero creyente y que podríamos señalar de la siguiente manera: el cristiano participa del carácter, de las virtudes de su Padre celestial. Nuestro Padre es justo, clemente y misericordioso, como se nos indica en el salmo 111 (y en otras partes de la Escritura), ya que el salmo habla de cómo es Jehová y de lo que hace. Y en el salmo 112 se nos indican las características del hombre que teme a Jehová (indica relación, comunión), de cómo es y de lo que hace, en base al respeto y deleite que tiene en la Palabra de Dios y que es, a su vez, el fundamento de su prosperidad, primeramente espiritual y luego material.
Lo que queremos recalcar sobremanera es que si el Señor es clemente, misericordioso y justo, así deben de ser sus hijos. Dice nuestro Salvador y Señor Jesucristo en Juan 14:9 “… El que me ha visto a mí, ha visto al Padre…”. ¿Está hablando del aspecto físico? No, se trata de conocimiento espiritual, de Su ser, de Su carácter, de Su modo de comportarse… Si nosotros estamos en Cristo, y Él vive en nosotros por medio del Espíritu Santo, tenemos que ser, pues, reflejo de esta personalidad, mostrar, en Él, el genuino carácter de Dios, ni más ni menos…
¿Cómo se produce esto? Vamos a utilizar una referencia que nos puede ayudar a aclararlo, una palabra que se encuentra en el salmo 112, versículo 4: Resplandecer, y leamos en Éxodo 34: 29-30, “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después de que hubo hablado con Dios. Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo de acercarse a él.”
¿De dónde surge el resplandor? ¿De Moisés mismo? No, surge de Dios, es el origen, ya que Dios es el resplandor mismo, la luz; al estar con Él, Moisés, se contagia, por decirlo de algún modo, de la esencia de Dios y la refleja. Así sucede con el cristiano. Es en la comunión íntima con su Padre, mediante la oración recogida, la lectura atenta de su palabra, donde va adquiriendo aspectos de Él, y observemos, como le pasó a Moisés, que no es consciente de lo que sucede (… no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía…), pero sí los demás (Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente…).
Si vivimos en comunión íntima con Nuestro Padre en el Señor Jesucristo, inconscientemente reflejaremos virtudes (pensemos en el fruto del Espíritu de Gál.5:22-23 por ejemplo), de su carácter y serán los demás los que vean que algo está pasando…
Para finalizar, recordemos otra porción, Hebreos 1: 2-3, donde se nos recuerda la unidad del Padre y del Hijo, “… el Hijo… siendo (es) el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia…”, así pues, reflejamos también el carácter del Hijo, porque ambos, Padre e Hijo tienen una misma sustancia. Y se demuestra, al mismo tiempo, que es imposible, reflejar a Dios sin Jesucristo, ya que éste es el resplandor de su gloria. No puede haber resplandor sin Cristo.
Demos gracias a nuestro Padre por su palabra, y miremos continuamente a su Hijo Jesucristo, para reflejar su carácter en nuestra vida diaria, porque Él es verdaderamente la luz del mundo.
Manuel José Díaz Vázquez
** Manuel es un siervo del Señor que se congrega en la Iglesia de la calle Sartaña en Ferrol (A Coruña). Es autor de las novelas "Queso fresco con membrillo", "A las vacas de la señora Elena no les gusta el pimiento picante" y "La calavera de Yorick" (Ediciones Atlantis).
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