“Hijo mío, no se
aparten estas cosas de tus ojos; guarda la iniciativa y la prudencia, y serán
vida para tu alma y gracia para tu cuello.” (Proverbios 3:21-22)
“…guarda la ley y el
consejo…” se lee en la versión Reina-Valera del 60 que coincide con la
versión más antigua de 1909.
“…conserva el buen
juicio; no pierdas de vista la discreción”, leo en la Nueva Versión
Internacional.
“aprende a tomar
buenas decisiones y piensa bien lo que haces.”, se traduce en el lenguaje
actual
Iniciativa: Proposición o idea que sirve para iniciar alguna
cosa. Capacidad para idear, inventar o emprender cosas.
Es curioso como las versiones más recientes de la Biblia
parece como si le “quitasen contenido” al texto. La Iniciativa, tal y como la
encuentro en el diccionario sugiere algo que sale de la persona ‘proposición’, ‘idea’,
‘capacidad’; el ‘buen juicio’ y la discreción parece que van en la misma línea,
salen de nosotros. Sin embargo, en las versiones más antiguas dice: “guarda la ley y el consejo”, ¿la ley y
el consejo de quien? Si leo el versículo 1 de este capítulo dice: “…no te olvides de mi ley… guarda mis
mandamientos;” ¡Que diferencia! ¿Verdad? Para mí no tienen el mismo valor
mis decisiones y mi prudencia que la Ley y los mandamientos (instrucciones) de
la Sabiduría que es la protagonista en estos primeros andares del libro de
Proverbios.
“¿Sabiduría o insensatez?”, escribía Derek Kidner. En otro
comentario leo: “Proverbios es la colección más exquisita del mundo en cuanto a
sentido común sano y santificado, y escrito con el propósito de que los jóvenes
no tengan que repetir algunos de los vergonzosos errores que sus antecesores
han cometido.” (William MacDonald). “Vergonzosos errores…”, de ahí la
insistencia para que no perdamos de vista, jóvenes y no jóvenes, estos consejos
y guías que nos traerán la bendición de Dios, un privilegio demasiado grande
que producen vitalidad interior (“vida
para tu alma”), y belleza exterior (“gracia
para tu cuello”). ¡Qué hermosa descripción! Puede parecer antiguo, pero es
la descripción de la vivencia de la piedad sincera, de la pureza de la relación
con el Señor del universo, con nuestro Dios de donde mana toda la sabiduría y
el conocimiento. Esta relación íntima y segura nos provee de cosas que parecen increíbles
e imaginarias, pero que son una realidad en la vida del creyente de tal modo
que la certeza y la seguridad nos llevan de la mano:
“Entonces andarás
confiadamente por tu camino, y tu pie no tropezará.” (Pr.3:23). Toda la
Biblia insiste en esta promesa; un ejemplo: “En
sus manos (se refiere a los ángeles de Dios), te llevarán, de modo que tu pie no tropiece en piedra” (Salmo
91:12). Un paso tras otro paso, firmes, no refiriéndose a accidentes o pruebas
de los cuales nadie estamos libres, si refiriéndose a la rectitud y firmeza del
destino, a la seguridad de que estamos con el Sabio Rey, el Todopoderoso, el
Señor de nuestras vidas. No es lo mismo caminar por la vida con mis pobres
argumentos y débiles seguridades, que bajo la protección de la gracia divina,
guiados por el Rey, “puestos los ojos en
Jesús” (He.12:2), Jesús, “el Camino,
la Verdad y la Vida” (Jn.14:6). Si estamos en ese Camino estamos en el de
la seguridad, andaremos confiadamente, veamos lo que veamos a nuestro alrededor,
si no nos desviamos, si no “picamos” con los cebos que pongan a nuestro alcance
para que desviemos la mirada a la meta de la Puerta Celestial y nos expongamos
al peligro, llegaremos a la meta gozosos, porque “el que venza será vestido con vestidura blanca; y nunca borraré su
nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y
delante de sus ángeles.” (Ap.3:5).
“Andarás confiadamente
por tu camino” El camino del deber es el camino de la seguridad. La
compañía del Señor no da esa confianza. Fíjate lo que dice a continuación: “Cuando te acuestes, no tendrás temor; más
bien, te acostarás, y tu sueño será dulce. No tendrás temor del espanto
repentino, ni de la ruina de los impíos, cuando llegue, porque Jehová será tu
confianza y Él guardará tu pie de caer en la trampa.” (vs.24-26). No es lo
mismo vivir enfrentando sólo cada día con lo que pueda traer que con la certeza
de que Dios está de mi parte (Romanos 8:31). La intervención divina siempre
está ahí, aunque nosotros muchas veces creamos que no. Gracias a Dios pocas
veces he perdido el sueño, casi siempre por la ansiedad de tener que
enfrentarme a un problema que después Dios me demostró no era tal. El no poder
dormir es un problema no saludable. El hombre sabio puede esperar un sueño
dulce y reparador, no así el que tiene mala conciencia. Preguntadles a las
personas cuánto dinero se gastan en medicinas para poder dormir, muchas veces
porque están preocupadas por las cosas de la vida. Claro, se están enfrentando
solos al futuro, al mañana, a lo que va a suceder, a la inseguridad, a la
muerte… Terapias de relajación, toda una industria pensada para ayudarnos a
dormir, es la consecuencia de querer vivir la vida solos, sin Dios.
El escritor del proverbio describe una escena de la que
nadie estamos libres: “espanto repentino”, una situación que produce auténtico
temor, pánico, porque está describiendo la destrucción de los hombres que, en
el lado opuesto, no siguen a Dios ni obedecen sus mandamientos: lo contrario a
la piedad es la impiedad y eso es lo que anuncia: “cuando llegue la ruina de los impíos”;
más tarde, más temprano, el hombre tendrá que dar cuenta de lo que ha sembrado
y recoger el fruto, fruto amargo que tendrá que tragar; por el contrario, el
sabio fiel puede tener confianza en Su Dios protector, “será tu confianza, guardará tu pie de caer…”.