lunes, 4 de julio de 2016

No me averguenzo

nadie te arrebatará de Mi mano
Hace unos días leí esto en la hoja del calendario de La Buena Semilla:
Aprovechar la ocasión
En una consulta, el médico me hacía preguntas sobre mi forma de ver el futuro. Ese día le dije sencillamente que era cristiana y que mi confianza estaba en Dios. Esas palabras provocaron un efecto que nunca imaginé. Desde hacía tiempo, el Señor Jesús había despertado su corazón y su conciencia a la fe, de modo que al final fue él quien me animó.
¡Esta experiencia fue toda una lección para mí! A veces somos complicados e incluso tenemos vergüenza de dar testimonio de nuestra fe. Esperamos grandes ocasiones, preparamos argumentos, deseamos tanto que llegue el momento oportuno... y ese momento nunca llega, pues simplemente no supimos discernirlo.
Creyentes, quizá tengamos la mala tendencia a fijarnos solo en nosotros mismos, incluso en cuanto a nuestro testimonio cristiano. ¿No nos ha sucedido, para vergüenza nuestra, que después de haber sido negligentes para hablar de nuestra fe a una persona, nos tranquilizamos diciéndonos que tal vez habrá otra ocasión? Para un cristiano, dar testimonio de su vida con Dios debería ser algo natural y primordial. Mostrar mediante nuestros actos, palabras y comportamiento en la vida cotidiana que Jesús es nuestro Maestro, que es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, es el privilegio y la responsabilidad de aquellos que dicen ser cristianos. ¡No nos avergoncemos del Evangelio! Estemos siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15).”
Creo que ya he comentado esto en otras ocasiones, es una lucha continua para aprender a aprovechar las ocasiones de testimonio, como dice en el texto “de decir sencillamente”, de no avergonzarse que “mi confianza está en Dios”. Porque mi problema, y a lo mejor el de mucha gente, es que cuando queremos hablar de nuestra “religión”, de lo que creemos, de lo que decimos “vivir diariamente” (vivir a Cristo ¡nada menos!), dejo de hablar ‘sencillamente’, con naturalidad para pasar a un tono más serio, tenso, no natural, ¿forzado?... Como dice Rebecca Manley, una escritora que admiro por lo natural que es hablando de estas cosas que nos preocupan a tantos creyentes, dice hablando de sus propias problemas: “Me importaba más cómo me veía la gente que cómo me veía Dios.” O como podemos leer en el texto: “A veces somos complicados e incluso tenemos vergüenza de dar testimonio de nuestra fe”. Rebecca sigue diciendo: “No podía hablar de Dios de una manera natural… pensaba que necesitaba sonar “espiritual” y en vez de escuchar, me entraba el pánico porque no podía recordar ningún versículo. Me sudaban las manos. Miraba de un lado a otro, esperando que nadie estuviera escuchando. Cambiaba el tono de voz y empezaba a hablar “religiosamente”… Yo no tenía una visión del mundo cristiana e integral: había metido a Dios en el cajón de “lo religioso”, separado de la “vida normal”… Luego todo cambió.” Qué bueno ¿no? ¡Hay razones para la esperanza!, siempre parece surgir la esperanza en todo lo que escribo. Las experiencias que Rebecca fue viviendo la hicieron cambiar. Yo creo que Dios permite que vivamos esas experiencias para mejorar esa faceta de nuestra vida que tanto nos preocupa a algunos. En el caso de Rebecca su vida cambio cuando escuchó contar su experiencia a una amiga atea que se hizo cristiana. Lo que más le impactó a esta amiga fue comprobar que Rebecca también cometía errores, que a pesar de ser cristiana no era perfecta y que era lo suficientemente sencilla y humilde como para reconocerlo. A propósito de esto Rebecca escribió: “Siempre había pensado que debía ocultar mis dudas y problemas, creía que si ella me conocía de verdad no se convertiría. Sin embargo, cuanto más real y transparente fui (incluso con mis debilidades) más real fue Jesucristo para ella… no estoy disculpando el pecado. Dios nos llama a la pureza moral y a la integridad. No estoy sugiriendo que compartamos nuestras debilidades como si ser auténtico fuera un concurso de “a ver quien ha hecho el pecado más gordo”. El pecado no es lo que Dios quiere de la humanidad, sino obediencia y una confesión humilde cuando fallamos. Nuestra meta debe ser buscar el equilibrio entre la obediencia absoluta y la necesidad también de ser vulnerables.” (Del libro “Cómo hablar de Jesús sin sonar religioso” de Rebecca Manley Pippert, Publicaciones Andamio).
Como leemos, creamos “miedos” que generan barreras absurdas que impiden que nos portemos con naturalidad de nuestro día a día con el Señor. Al igual que se hacen celebraciones de ‘orgullo’ por la tendencia sexual que tienen algunas personas, nosotros debería celebrar diariamente nuestro orgullo de ser hijos de Dios, creyentes evangélicos, protestantes, cristianos. Porque lo curioso es que todos esos miedos desaparecen cuando conseguimos hablar sencillamente, con naturalidad, sin complicarnos, sin “sonar religiosos”; nos complicamos, como comenta la hoja de la Buena Semilla, buscando grandes ocasiones, nos ponemos tensos (y hablo por mí), analizando el momento oportuno para decir el texto o la palabra adecuada… y ese momento ¡es verdad!, nunca llega, porque con tanta ansiedad y tanto nervio, al final no vemos ‘el hueco’, pasa el momento y luego nos lamentamos de “no haber aprovechado la oportunidad”.
Mi deseo es lo que se expresa en ese artículo: “Para un cristiano, dar testimonio de su vida con Dios debería ser algo natural y primordial.” Hay una frase que me mandaron por WhatsApp que la he tomado casi como una norma para mi vida: “Alimenta tu Fe y tus miedos morirán de hambre”. En eso estoy, en alimentar mi pequeña Fe para que crezca al mismo tiempo que mis miedos se debiliten y así pueda servir con mi vida y mis palabras para la gloria de Dios. Amén. 

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