miércoles, 24 de mayo de 2017

La cara del dolor

el barco de los cirujanos
Ayer tuve la oportunidad de ver en el programa Documentos TV, el documental “El barco de los cirujanos” sobre un barco hospital que lleva más de 20 años visitando varios países del África occidental. Está considerado el hospital flotante más grande del mundo; en él, voluntarios sanitarios de más de 40 países ofrecen a miles de personas diagnósticos e intervenciones quirúrgicas totalmente gratuitas.
El vídeo es poco apto para estómagos medianamente sensibles, como el mío. Tan pronto comenzaron a verse imágenes, se me revolvió el estómago y confieso que ha habido momentos, especialmente de intervenciones quirúrgicas y otras de primeros planos de alguna enfermedad, en los que no pude mirar.
El barco se llama ‘África Mercy’ y en él se atiende a las personas más pobres del lugar en el que atracan. Tan pronto se tuvo noticia de que el barco había llegado a puerto, en esta ocasión Guinea, se empiezan a formar una colas muy largas en las que se encuentran personas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción: niños, jóvenes y mayores deformados, con tumores gigantes en la cara, cuello, cerebro, deformaciones congénitas, heridas de guerra, gente con enfermedades ya superadas en el llamado primer mundo, padeciéndolas y propagándolas, enfermedades malignas y horribles que además de propagarse, matan en la mayoría de las ocasiones.
Estas pobres personas esperan pacientemente a encontrarse con los “ángeles” que trabajan en ese hospital flotante. Porque el trato que pudimos observar es el mismo que te dan cuando vas a un hospital privado, pero además lleno de amor. Allí los analizan, les hacen pruebas, radiografías y todo lo necesario para elaborar un diagnóstico que puede ser positivo si se puede operar o triste y negativo cuando la operación no se puede llevar a cabo por tratarse de un tumor maligno muy extendido o una situación imposible para la cirugía más moderna que por muy adelantada que esté, no puede hacer frente a determinadas enfermedades.
Ese personal voluntario son doctores, enfermeras y enfermeros y todo tipo de personal especializado que dejan todo en su tierra de origen y se embarcan durante un año en el África Mercy, donde diagnosticarán a más de tres mil personas y operarán con éxito a otras tantas en los cuatro quirófanos instalados en el barco. “Pensé, esto es lo que quiero, salvar vidas y cambiar el mundo”, afirma orgullosa una doctora australiana en “El barco de los cirujanos”, que posee su propia página web www.nde.ong, está financiado exclusivamente a través de donaciones.
“Cuando te encuentras en este entorno, la necesidad de ayudar resulta embriagadora y una vez que empiezas, no puedes parar” asegura satisfecho otro de los cirujanos. Muchas de estas enfermedades
Existen aquí y son curadas con el tratamiento adecuado pero en los países africanos más pobres no tienen recursos para poder curarlos, en muchas ocasiones porque los recursos de que disponen los emplean en financiar guerras salvajes y ternas que arruinan el país y las pobres vidas de los que viven en él. Algunos comentarios de los pobres padres, abuelos o familiares de los enfermos, hablaban de su situación desesperada: “No teníamos dinero, no le podíamos llevar al hospital. La primera vez que pisó un hospital fue cuando llegó el barco”, cuenta agradecido el padre de una niña con un enorme tumor en la cara. “Es una sensación única, cuando le entregas una tarjeta que dice: ven a vernos, te hacemos una cirugía gratis y tu vida cambiará para siempre” dice otra de las cirujanas, que trabajan en el barco de la entrega, la generosidad y la disponibilidad.
En este reportaje se pudieron ver algunos casos detenidamente, desde que eran diagnosticados hasta que eran intervenidos, con imágenes muy duras de algunas fases de las intervenciones y con momentos enormes de emoción al ver el ‘milagro’ logrado en algunas de aquellas pobres vidas.
Especialmente emotivo fue el caso de un niñito de 2 años con un tumor terrible en la boca, acompañado de su joven padre, al que después de hacerle todas las pruebas tienen que comunicarle que no se puede operar porque el tumor es maligno y supondría la extensión por todo el cuerpo con mucho más dolor y sufrimiento para finalmente morir sin solución. Entonces surgió otra voluntaria que en los subtítulos pusieron como “ayudante pastoral” y que tiene la dura labor de comunicar a los familiares el resultado de las pruebas. Una persona afable, cariñosa, que fue explicando al padre que su hijo estaba en las manos de Dios ya que las manos de los hombres no podían ayudarle. El padre lo tomó con mucha serenidad y resignación. Pero es que además se unieron a esa conversación los cirujanos, especialistas, enfermeros, etc., para consolar al padre, de manera que se presentó un cuadro de solidaridad, amor y entrega que nos mostró que el amor de Dios impregna a esas personas tan comprensivas y tan buenas.
La cara opuesta a tanta tristeza fue el de dos niños, una niña y un niño, con sonrisas de felicidad después de haber superado sendas operaciones terribles para arreglar sus destrozados y retorcidos cuerpos. Aun se me llenan los ojos de lágrimas cuando recuerdo esas imágenes y también de agradecimiento a la labor altruista de estas personas, personas que son una bendición para sus semejantes más necesitados.
¡Que el Señor los bendiga y provea corazones generosos que sigan apoyando esta obra humanitaria sin precedentes!

sábado, 6 de mayo de 2017

CIFRAS

alambrada y flor
320.000 muertos, 5.000.000 de refugiados, 4.300.000.000 en asistencia humanitaria, 170.000.000.000 se necesitan para reconstruir el país en diez años… cifras mareantes que produce la guerra en Siria, a ellas habría que añadir muchas más pero solo voy a añadir otra: 7 años de horror. Alepo, Damasco, Homs, nombres que ya se nos han hecho familiares porque los visitamos mientras estamos comiendo, en imágenes del telediario que nos resultan casi familiares por lo cercanas, pero indescriptibles por lo irreales. Leer los detalles en la prensa produce escalofríos: los civiles muertos, niños, y las cifras nos hablan de víctimas oficialmente identificadas ¿cuántas habrá en realidad?
Cuando paseamos guiados por las cámaras de los intrépidos periodistas por lo que queda de esas ciudades asistimos a paisajes urbanos que hemos visto en las películas de la 2ª guerra mundial, paisajes que hemos deseado muchas veces olvidar, dejar como una mancha negra más en la historia, como algo irrepetible, como algo no humano. Sin embargo, ahí están de nuevo: crueles decorados, macabros paisajes de película de terror en los que todavía podemos ver pasar alguna persona, algún niño, como si de aventureros se tratase explorando un planeta desconocido. 
Pues todo eso sucede a poco más de 4 horas de vuelo desde Madrid, casi aquí al lado; se me entristece el alma. ¿Será verdad que no se puede hacer nada? ¿Tan inútiles son los que se encargan de dirigir el mundo? Porque si ellos no toman medidas y se ponen de acuerdo, poco más podemos hacer los demás mortales, más que protestar, escribir nuestro reproche, hablar de ello, de los millones de refugiados que deambulan desesperadamente pidiendo limosna en las puertas de las naciones vecinas, entre las que nos incluimos, para recibir un portazo en las narices cuando se les permite llegar a alguna puerta, si no se les condena a estar en pseudo-campamentos, sin medios, inhumanos, en donde los pequeños juegan metiendo sus pies en el barro o soportando las inclemencias del tiempo… ¡patético! Un nudo en la garganta impide continuar, es pura desesperación…