En contraste con la opinión generalizada de la gente sobre
Dios, a quien tratan de reducir cada vez más en un intento vano, inútil, de limitarlo a una especie de papá Noel con algún que otro poder mágico, el Salmo 139 nos revela a Dios de una manera exaltada pero a la vez de una manera personal, o personalizada, intentando compartir las percepciones del escritor desde el punto de vista de la experiencia. Charles H. Spurgeon dice de él:“Uno de los himnos sagrados más notables.
Canta la omnisciencia y omnipresencia de Dios, infiriendo de ellas el
derrocamiento de los poderes de maldad, puesto que Él ve y oye los hechos y
palabras abominables de los rebeldes y, sin duda, los tratará en conformidad
con su justicia.”
Los primeros versículos del salmo nos enseñan que Dios lo ve
y lo conoce todo. Y lo explica de una manera personal, como algo que ha
comprendido a través de su relación con Dios, apreciando y al mismo tiempo
asombrándose de su descubrimiento, ya que es impresionante pensar que el Dios
Creador del universo pueda conocer a un simple mortal, tan profundamente,
detallando cada movimiento de su cuerpo, cada costumbre de su vida, llegando a
su interior y conociendo cada uno de sus pensamientos, cada palabra que está a
punto de pronunciar antes de que se emita el sonido. El escritor de Hebreos lo
expresa así: “No existe cosa creada que
no sea manifiesta en su presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas
ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Infunde respeto conocer que ante Dios todas nuestras imperfecciones personales
están accesibles ante Su vista y que no hay nada que le podamos esconder. Este
es el Dios que nos revela la Biblia, el Dios todopoderoso cuya mirada descubre
todo lo que hay en cada uno. El poeta inglés Henry Kirke White dice a propósito
de estos textos: “Así Dios, sin
confusión, contempla de modo claro las acciones de cada hombre, como si este
hombre fuera el único ser creado, y la Deidad se ocupará solamente de
observarle. Que este pensamiento llene tu mente de temor y arrepentimiento.”
“¿A dónde me iré de tu
Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7). La Biblia nos
revela que la omnipresencia es uno de los atributos divinos, por tanto, no hay
escapatoria posible como reconoce aquí David el autor del salmo. Es evidente
que ante el reconocimiento de su pecado, ante la realidad de las faltas que
descubre en su propia debilidad, hay momentos en el que quisiera ocultarse de
la presencia Santa de Dios, como en su día quisieron hacer Adán y Eva después
de haber desobedecido, pero esto es imposible. Él escribe que si pudiese volar
hasta los cielos o, en su caso, descendiese hasta el Seol (nombre como se
conoce al lugar donde van los muertos); si viajase hasta el occidente o al
extremo del oriente, en ningún lugar estaría oculto de la mirada escudriñadora
del Dios Altísimo, de tal manera que al final del Salmo, David reconoce que ya
no quiere escaparse de la mirada escrutadora de Dios.
John Arrowsmith narra la anécdota de un filósofo pagano que
en una ocasión preguntó: “¿Dónde está Dios?” a lo que un cristiano contestó: “Permíteme
que te pregunte antes: ¿Dónde no está Dios?”. El filólogo William Jones nos
hace una importante aclaración sobre esto: “El
Salmo no fue escrito por un panteísta. El salmista habla de Dios como una
persona presente en todas partes, pero distinta, de la creación. En estos versículos
dice: “Tu Espíritu… Tu presencia… Tú estás allí… Tu mano… y Tu mano derecha… la
oscuridad no me esconde de Ti”. Dios está en todas partes, pero no lo es todo,
ni todo es Dios.”
El tercer grupo de textos (13-18) nos hablan de Dios Creador
y Gobernante providencial, porque David, inspirado por el Espíritu Santo (como
todos los escritores bíblicos), describe su propia formación en el vientre de
su madre, reconociendo su impresionante complejidad. Como comenta el profesor Donald A. Carson a propósito de
estos textos: “En las Escrituras, esta
verdad no niega la responsabilidad humana, sino que aumenta nuestra fe”.
“¡Cuán preciosos me
son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los
enumerara, serían más que la arena.” (Sl.139:17-18). ¡Qué contraste tan
grande entre esta forma de pensar y la de aquellos que minimizan y ridiculizan
a Dios! Como decía Charles Spurgeon, “un Dios que está pensando siempre en
nosotros hace un mundo feliz, una vida rica y un cielo después”.
Nuestra mente no tiene ni la más mínima capacidad de contar
ni siquiera algunos de los pensamientos de Dios, ya que sus pensamientos son
infinitos y en la infinitud nos marea si intentamos calcular su medida. Cuánto
mejor no nos es dejar reposar nuestra mente y todo nuestro ser en el tierno
abrazo de nuestro Creador y Redentor, que descanso empezar y terminar el día, y
seguir en la quietud de la noche, al amparo de Su poder y poder decir como
David: “Despierto, y aún estoy contigo”. Contrasta,
por esto, el frío que se filtra en el Salmo cuando a partir del vs.19 menciona
a los que no están con Él. David ve su negrura oponiéndose a toda la luz y
belleza que nos ha traído hasta aquí y reacciona mostrando su faceta de lealtad
a Dios y dispuesto a confrontar todo el mal que haya hecho en su propia vida.
Justamente acaba de decir que Dios todo lo ve y ha visto y sigue viendo la
maldad de los que le dan la espalda, de los que no lo quieren reconocer,
inconscientemente temerarios deseando ignorar que Dios va a juzgar todo y
exterminara toda la maldad. No va a permitir que su nueva creación sea
contaminada por el pecado y barrerá de su presencia a todos sus adversarios.
Por eso el salmista elige, y elige bien: “Guíame
por el camino eterno”. Es la mejor oración porque Él pone Su providencia,
Su Palabra, Su gracia, Su Espíritu a nuestra disposición para ayudarnos y
guiarnos siempre que sinceramente y responsablemente se lo pidamos. Amén.
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