Jesús está hablando con Pilato en una situación crítica para
Jesús porque se acercaba en un ambiente hostil a la cruz y en una situación
incómoda para Pilato que no encontraba a Jesús culpable de nada y, además, sus
respuestas activaban la parte supersticiosa del gobernador romano que temía
equivocarse al juzgar a alguien que aseguraba ser Rey y además lo acusaban de
proclamarse Hijo de Dios. Pilato le pregunta: “¿Tú eres rey?”, a lo que Jesús contesta: “Tú dices que soy un rey. En realidad, yo nací y vine al mundo para dar
testimonio de la verdad. Todos los que aman la verdad reconocen que lo que digo
es cierto.” Pilato se sintió sorprendido por lo que estaba sucediendo, por
la majestuosa forma de responder que tenía aquel hombre; en su dilatada
experiencia como gobernador, nunca se había encontrado un preso condenado a
muerte que hablase con esa serenidad y, sorprendentemente, con esa autoridad.
Pilato se sentía abrumado. Empezaba a sentirse mareado porque no lograba llevar
la voz cantante en aquella conversación; aquel preso le hablaba de un reino
¡que no era terrenal! Y además le dice que ha sido enviado para manifestar la
verdad. Él había escuchado y leído algunas manifestaciones de los filósofos, de
los sacerdotes de los muchos templos que Roma tenía, cada uno filosofaba a su
manera de la verdad y cada uno defendía que sus argumentos eran los únicos
verdaderos. Sintiéndose acorralado, le suelta la famosa pregunta sin esperar la
respuesta: “¿Qué es la verdad?”
Hace unos días leí esta historia en una de las hojas del
calendario de la © Editorial La Buena Semilla:
“Siempre amé la verdad, nos contó Nicole. Desde que tengo
memoria, la buscaba. En mi adolescencia esta búsqueda se transformó en una sed
insaciable. ¿Cómo apaciguarla? Me volví hacia la filosofía y la psicología. Sin
embargo, fue decepcionante: terminé mis estudios y no encontré la verdad. Todo
me parecía relativo y triste. No creía más en Dios, la vida me parecía vacía y
absurda.
Fue entonces cuando una colega cristiana me manifestó su
amistad. Ella había notado mi tristeza, y tener contacto con ella me hizo bien.
Poco a poco mi ateísmo tambaleó. La oración y la lectura de la Biblia (el
Antiguo Testamento, porque soy judía) se convirtieron en la mano tendida para
mí. Una mano que me sacó de las tinieblas para conducirme a una luz llena de
esperanza.
Sin embargo el nombre de Jesucristo me detenía. ¿Podía ser
él el Mesías anunciado? Finalmente decidí leer también el Nuevo Testamento. Mi
razón se negaba a creer la menor frase. Durante horas llamé a Dios pidiéndole
socorro. De repente dos palabras penetraron profundamente en mi alma:
Jesucristo, la verdad. No era un sistema filosófico, ni una religión, sino una
persona.
Por primera vez en mi vida oré en el nombre de Jesús, el
Hijo de Dios. Nunca olvidaré la luz, el gozo y la paz que penetraron en mi ser.
Acababa de hallar la entrada a la casa de mi Padre, de mi Dios, para nunca más
dejarla”.
¿Por qué llegó Nicole a esta conclusión? Porque Jesús lo ha
anunciado y repetido: “Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). No
una de las posibles verdades, sino la única verdad. Es impresionante observar
que Jesús no habla de poseer la verdad, sino de serlo. Jesús es la verdad
personificada y como tal el único fiable con quien podemos conocer a Dios, el
Padre, el que lo ha enviado para dar testimonio de la verdad. Él pudo decirles
a los que habían creído: “Ustedes son
verdaderamente mis discípulos, si se mantienen fieles a mis enseñanzas; y
conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:31-32). Nicole,
la protagonista de nuestra historia, encontró la luz (en medio de las
tinieblas), el gozo y la paz, al reconocer a Jesús como la verdad y, por otro
lado, lo hizo leyendo la Biblia, la Palabra de Dios, en donde se registran las
enseñanzas de Jesús, de ahí que “el que
permanece en Su Palabra, conoce la verdad”. Conocer la verdad es algo más
que un asunto intelectual, es una vivencia, una relación con la verdad, una
relación con Jesucristo, una relación con el Autor de la Palabra, una relación
con el Verbo (La palabra) encarnada, una relación con la Sabiduría, con el
Autor de la Vida, con el Creador, con el Rey y Dios soberano.. Es más que una
experiencia momentánea, es la razón de todo, la base para nuestros valores, el
fundamento y el propósito para nuestra vida, ahora en la tierra y en la
eternidad con Jesucristo eternamente.
Nicole pudo decir: “Acababa de hallar la entrada a la casa
de mi Padre, de mi Dios, para nunca más dejarla”. ¿Recuerdas qué fue lo que
hizo? “Oré en el nombre de Jesús, el Hijo de Dios”.