Alguien dijo: “Lo que más me ha hecho sufrir en la vida es
lo que nunca ha ocurrido.” Creo que no es malo ser previsor; es una actitud
prudente, responsable… Pero creo que sí es malo estar ansioso continuamente por
aquello que puede suceder y que en el noventa por ciento de los casos no sucede
y máxime, si decimos que tenemos depositada nuestra confianza en Dios como
cristianos y como creyentes. Los que, no sé si por naturaleza, somos ansiosos,
podemos ‘decir’ que tenemos confianza en Dios pero con los hechos no lo
demostramos. Desarrollamos ansiedad asfixiante por todo lo que prevemos puede
suceder. En esa lucha, le he pedido a Dios muchas veces en oración: “Señor,
aumenta mi fe y mi confianza en Ti” y para animarme, me agarro con fuerza a las
palabras de Jesús: “Por eso les digo que
no se preocupen por la vida diaria, si tendrán suficiente alimento y bebida, o
suficiente ropa para vestirse. ¿Acaso no es la vida más que la comida y el
cuerpo más que la ropa? Miren los pájaros. No plantan ni cosechan ni guardan comida
en graneros, porque el Padre celestial los alimenta. ¿Y no son ustedes para él
mucho más valiosos que ellos? ¿Acaso con todas sus preocupaciones pueden añadir
un solo momento a su vida? ¿Y por qué preocuparse por la ropa? Miren cómo
crecen los lirios del campo. No trabajan ni cosen su ropa; sin embargo, ni Salomón con toda su gloria se
vistió tan hermoso como ellos. Si Dios
cuida de manera tan maravillosa a las flores silvestres que hoy están y mañana
se echan al fuego, tengan por seguro que cuidará de ustedes. ¿Por qué tienen
tan poca fe? Así que no se preocupen por todo eso diciendo: “¿Qué comeremos?,
¿qué beberemos?, ¿qué ropa nos pondremos?”. Esas cosas dominan el pensamiento
de los incrédulos, pero su Padre celestial ya conoce todas sus necesidades. Busquen
el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les
dará todo lo que necesiten. Así que no se preocupen por el mañana, porque el
día de mañana traerá sus propias preocupaciones. Los problemas del día de hoy
son suficientes por hoy.” ¿Por qué tienen tan poca fe? Jesús da siempre en
el quid de la cuestión: falta de fe y por consiguiente falta de confianza en
Dios, a pesar de que continuamente repite en Su Palabra que piensa en nosotros,
que nos cuida… Y hay muchos ejemplos, veamos éste: “Pues yo sé los planes que tengo para ustedes, dice el Señor. Son
planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza.”
(Jeremías 29:11). Es parte del mensaje que Jeremías escribió a los líderes
y al pueblo de Israel que había sido llevado cautivo a Babilonia. Allí suceden
muchas cosas, especialmente cuando Nabucodonosor tiene un ataque de locura
(Daniel 4), hay un desbarajuste en el gobierno y muchos de los desterrados se
plantean huir a Jerusalén aprovechando el lío. Aprovechando el follón que se
monta, aparecen 3 profetas falsos Achab, Sedechias y Semaías que animan al
pueblo a huir. Pero había un profeta verdadero, un profeta de Dios: Jeremías
que les dice que de huir, nada; que se queden: “Edifiquen casas y hagan planes para quedarse. Planten huertos y coman
del fruto que produzcan.” (Jeremías 29:5). Dios tenía sus planes y el
pueblo volvería, pero no huyendo y no como lo decían aquellos profetas falsos,
profetas, por cierto que murieron violentamente tal y como profetizó Jeremías
sobre ellos.
Volviendo a Jeremías 29:11 vemos que lo primero que nos revela este texto es que Dios piensa en nosotros. El piensa Porque es infinito y omnisciente. «Vuestro Padre sabe»...., afirma nuestro Señor Jesucristo. “A sus ovejas llama por su nombre” (Juan 10:3). “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19). ¡Él nos conoce y tiene planes para nosotros! ¿No es maravilloso? No estamos abandonados en el espacio. Formamos parte de un plan divino del cual Dios es el Creador. Ese Creador es el que nos conoce, tiene planes para nosotros “tengo acerca de vosotros pensamientos de paz y no de mal”. A veces nos parece que no pero los planes del Señor tienen Su tiempo, van “lentos” para nuestro gusto, pero son perfectos:
Todos hemos oído hablar de las edades geológicas. Hace
centenares de miles de años este mundo tenía una vegetación exuberante, pero
convulsiones tremendas de la capa terrestre enterraron aquellos árboles
gigantescos, y cuando la vida reapareció, fue con una vegetación y una fauna
más adecuada para el hombre, “la corona de la creación”, que Dios se había
propuesto colocar sobre la Tierra.
Los ángeles, espectadores de excepción, dirían: ¿Qué hace el
Creador?, ¿Por qué destruye tan rápidamente lo que ha costado siglos para
formarse? Pero Dios estaba almacenando en las entrañas de la tierra las
reservas de carbón, de petróleo, y de gas natural, que tan útiles han resultado
para el hombre, creado a su imagen. Así, en el terreno moral, Dios saca bien
del mal. Hace que todas las cosas ayuden a bien.
“…para darles un
futuro y una esperanza”, dice el texto al final. La versión de la Reina
Valera dice: “…para daros el fin que
esperáis”. Dios dice que al final, recibiremos aquello a lo que aspiramos
¿a que aspiramos para el final que además coincide con los pensamientos de
Dios?
Felicidad, por ejemplo: Todo el mundo aspira a ser feliz,
aunque los no creyentes tengan un concepto de la felicidad tal vez
materialista, basado en tener dinero, en poder comprarlo todo, con eso creen
que serían felices.
Pero el creyente tiene otra idea: “Porque soy recto, te veré; cuando despierte, te veré cara a cara y
quedaré satisfecho” (Salmo 17:15). Tendré mis aspiraciones cumplidas cuando
pueda contemplar al Señor, en toda su gloria, allá, en el mundo superior. El
gran Charles Spurgeon escribió sobre este versículo: “Los hombres buenos tienen
aquí abajo vistas de la gloria para calmar su hambre sagrada, pero el pleno
banquete les aguarda en los cielos. Frente a esta plenitud de deleite profundo,
inefable, eterno, los goces de los mundanos son como la luciérnaga comparada
con el sol o un cubo de agua con el océano. Cuando un conquistador romano había
ido a la guerra y ganado grandes victorias, regresaba a Roma con sus soldados y
entraba privadamente en su casa, y se solazaba en ella hasta el próximo día en
que debía salir de la ciudad, para volver a entrar públicamente en triunfo.
Ahora, los santos, diríamos que entran privadamente en el cielo sin sus
cuerpos; pero en el último día, cuando sus cuerpos despierten, van a entrar en
sus carros triunfales. Me parece estar viendo esta gran procesión, en que
Jesucristo, delante, con muchas coronas en su cabeza, con su cuerpo glorioso,
resplandeciente e inmortal, dirige la marcha. Estaré satisfecho en aquel
glorioso día cuando todos los ángeles de Dios vendrán a ver los triunfos de
Jesús, y cuando su pueblo será victorioso con Él.”
¿Veremos cumplida ese día nuestra aspiración de felicidad?
Conocimiento, por ejemplo: A los que nos gusta estudiar la
Biblia, aspiramos, entre otras muchas cosas, a saber. El sabio muere consciente
de que no sabe una ínfima parte de lo que podría y quisiera saber...., o
descubrirán otros mañana, pero esto no le satisface. Todos querríamos saber
muchas cosas. ¿Qué se descubrirá en el futuro? ¿Cómo serán los móviles, o los
ordenadores? ¿Se verá la tv en el aire como si la proyectásemos donde
quisiésemos? ¿Y qué adelantos llegarán a tener los coches? ¿Se llegarán a
evitar los accidentes? Dice que ahora los predicadores ya no llevan su Biblia
bajo el brazo; la llevan en sus tablets y en sus mini-portátiles… Con la
promesa de inmortalidad va implícita la de conocimiento. ¡Qué privilegio! Ahora
conozco en parte, decía san Pablo, pero entonces conoceré como soy conocido, algo
que corresponde a una promesa de Cristo. «Les he dado a conocer Tu nombre y se
lo daré a conocer todavía» (Juan 17:26). «Conoceremos y proseguiremos en
conocer al Señor», exclama el profeta (Oseas 6:3). Conoceremos a Cristo en
persona, sabremos cómo hemos sido vistos desde el Cielo, conoceremos la
presencia de la gloria de Dios, los secretos del universo, de la creación, de
la ciencia… de su providencia, de su gracia. Esa aspiración va a ser satisfecha
al final, en la eternidad. Apocalipsis nos dice que cumpliremos esa aspiración: “…allí estará el trono de Dios y del
Cordero, y sus siervos lo adorarán.” (Apocalipsis 22:3). Tendremos algo que
hacer en el inmenso cielo de Dios...., algo que le glorificará y nos hará
eternamente felices. Este es el fin que esperamos, el final supremo,
apoteósico, eterno. El plan de Dios es perfecto y supera cualquier imaginación
humana. No nos podemos imaginar qué nos espera por toda la Eternidad. Los que
no aman a Dios, ahora se ríen de nosotros diciéndonos que el Cielo va a ser un
sitio muy aburrido. Ni siquiera se les ocurre pensar que es la morada del que
ha creado todo lo que ahora a ellos les hace felices: el amor, la belleza, la
naturaleza, el mundo, las cosas que inventa y descubre el hombre. Todo es obra
de Dios y nosotros moraremos con Él, siempre, y cumpliremos con creces todas
nuestras aspiraciones. Aspiraciones que Dios conoce y que cumplirá algún día,
aunque nos haga esperar.
“Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia —nos
dice— y todas las demás cosas os serán añadidas.”
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