lunes, 8 de julio de 2019

¿Existe el infierno?

juicio justo de Dios
Básicamente hay dos respuestas a esta pregunta: Los que dicen que no, que en el siglo en que estamos eso ya no cabe nada más que en la imaginación calenturienta de algunos que se han quedado estancados en la Edad Media, época en la que la poderosa Iglesia se lo inventó para aterrorizar a las gentes y así, por miedo, asistiesen a las misas y aportasen dinero para salvar sus almas de tan terrible lugar, y los que dicen que si porque creen en quien más hablado de él: Jesús, como así se puede comprobar en los Evangelios que encontramos en la Biblia. ¿Por qué Jesús ha hablado tanto del infierno? Porque Jesús hablaba sin rodeos, directamente, y cuando explicaba el destino final de las personas no salvas, sus palabras eran contundentes: “Luego el Rey se dirigirá a los que estaban situados a su izquierda y dirá: “¡Fuera de aquí, ustedes los malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus demonios!... Y ellos irán al castigo eterno, pero los justos entrarán en la vida eterna.” (Mateo 25:41 y 46). Para que los que escuchaban se hicieran una idea gráfica de cómo sería ese lugar destino de los condenados, Jesús hacía referencia a “la gehenna” (en griego géenna), un lugar que se situaba al sur de Jerusalén, en el valle de Hinnom, lo que hoy llamaríamos un basurero, donde ardía permanentemente la basura de la ciudad y los residuos de animales muertos, un lugar de muy mala fama porque en tiempos del Antiguo Testamento en ese valle se habían hecho sacrificios humanos en los templos de ídolos como Molok o Baal, por lo que estaba considerado como un lugar maldito, de manera que era un lugar al que se hacía referencia en la literatura apocalíptica para describir al lugar de tormento al que irán a parar los condenados en el Juicio Final. Jesús, que como digo era muy claro y directo hablando, declaró que era preferible perder un pie o una mano o un ojo a ser arrojado a la gehena: “¡Qué aflicción le espera al mundo, porque tienta a la gente a pecar! Las tentaciones son inevitables, ¡pero qué aflicción le espera al que provoca la tentación! Por lo tanto, si tu mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con una sola mano o un solo pie que ser arrojado al fuego eterno con las dos manos y los dos pies. Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con un solo ojo que tener los dos y ser arrojado al fuego del infierno.” (Mateo 18:7-9).
Por la información que encontramos en la Biblia, concretamente en el Nuevo Testamento, podemos decir que el infierno es un lugar y un estado de sufrimiento, de tinieblas y, obviamente, excluido del reino. Las imágenes que nos llegan de la imaginación medieval, son obra de la imaginación de su autor; las figuras relativas al infierno deben interpretarse en sentido figurado aunque todas nos dan a entender que se trata de un lugar temible principalmente porque allí Dios no estará por lo que las fuerzas del mal podrán desahogarse sin nadie que les frene.
No tenemos detalles, como los pintores medievales imaginaron, de cómo serán los sufrimientos infernales; sí nos podemos hacer una idea de que los psicológicos serán muy dolorosos: Remordimiento de conciencia, pesadumbre y tristeza por reconocer que Dios existe, que la salvación de Jesucristo es real y que tanto una cosa como la otra han sido rechazadas, a lo mejor, en algunos casos, muy claramente; tortura de tener que vivir en un lugar tan desapacible, tan oscuro, tan triste y tan lleno de pecado en su pura esencia; vivir siempre sin esperanza de nada mejor, sin opción de arrepentirse... Solo Dios sabe cómo será el infierno, pero, desde luego, su deseo de amor es que nadie sea condenado: “No es que el Señor sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Al contrario, es paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan.” (2 Pedro 3:9). “No quiere que nadie sea destruido”, da que pensar, se puede interpretar de muchas maneras, otras traducciones dicen: “no queriendo que ninguno perezca”, lo que nos revela el deseo profundo de Dios es que la mayoría se salven, pero los rebeldes desprecian su paciencia, rechazan su salvación y además lo hacen intencionadamente, muchos vanagloriándose de su elección: “Saben bien que la justicia de Dios exige que los que hacen esas cosas merecen morir; pero ellos igual las hacen. Peor aún, incitan a otros a que también las hagan.” (Romanos 1:32).
Ante esta revelación bíblica de la realidad de la existencia del infierno, algunos han inventado teorías que niegan rotundamente la doctrina del infierno; no voy a mencionar todas, pero sí haré referencia de las dos más conocidas: el universalismo y la aniquilación final. La teoría del universalismo es quizá la más conocida, especialmente por lo de bueno que tiene para aquellos que no quieren rendir cuentas ante Dios. Básicamente defiende la idea de que finalmente todo el mundo se salvará: Dios es bueno y misericordioso y, en un acto final de misericordia, salvará a todos los seres humanos que han vivido en este mundo. Esta creencia ya era defendida en el siglo III por Orígenes ampliándola hasta el punto de que incluyó en esa salvación universal al diablo y sus ángeles, después de pasar por un período de castigo proporcional a lo reprobable de sus hechos. Esta doctrina fue condenada en el concilio de Constantinopla (543 d. C.), aunque resurgió en la Edad Media, también en tiempos de la Reforma y desde mediados del s. XVIII ha ido siempre en aumento. Algunos de los argumentos razonados, por supuesto, con nuestra pequeña mente humana, dicen que si Dios es justo, no es moralmente creíble que los pecados cometidos a lo largo de algunos años en esta vida acarreen un horrible castigo que no tenga fin. Y por otro lado, nosotros, los creyentes, no podremos ser felices sabiendo que millones de semejantes están sometidos a sufrimiento perpetuo. No deja de ser verdad que estos razonamientos nos producen desasosiego, no cuesta imaginar un tormento continuo y eterno. Los universalistas buscan también textos bíblicos en los que apoyar su teoría; unos de los preferidos es Hechos 3:21.- “Él [Jesucristo] debe permanecer en el cielo hasta el tiempo de la restauración final de todas las cosas…” Se dice que “la restauración final de todas las cosas” incluye a los seres humanos condenados en el juicio final, aunque obviamente no es eso de lo que está hablando este texto en su contexto ya que dicha restauración no dice nada de la reconciliación de los condenados con Dios y su salvación final; ningún pasaje de la Biblia menciona eso.
Otro texto que también utilizan los universalistas es 1 Corintios 15:28.- “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.” Aquí está hablando de la sumisión de toso los seres a la soberanía de Cristo, que es y será la de Dios, pero no habla nada de la salvación universal.
Respecto a la otra teoría de la aniquilación total (‘aniquilacionismo’) lo que se intenta es reducir todo a lo material, de manera que el hombre, dicen, deja de existir cuando muere. Dios concede a los redimidos el don de la inmortalidad y permite que el resto de los humanos desaparezca. Algunos de los que sostienen esta teoría admiten también la idea de que posiblemente haya un castigo proporcionado a la gravedad de los pecados cometidos, pero dicho castigo no será eterno. Cuando se termine ese tiempo de castigo, Dios los destruirá. Se utilizan bastantes textos bíblicos para apoyar esta doctrina, especialmente los que hablan de destruir, matar o perecer (Mateo 10:28; 21:41; Lucas 13:3, 5; Juan 3:16; 2 Tesalonicenses 1:9). Es curioso que hay teólogos evangélicos notables próximos a esta doctrina del aniquilacionismo tales como Clark Pinnock o John Wenham. Hay otros más cautos pero que también se inclinan a negar el castigo eterno, afirmando que al final los impenitentes serán finalmente destruidos.
Respetando todas las opiniones en un tema tan difícil y con tan poca información, los más sabio es pensar que el destino final de cada uno está en las manos de Dios que es soberano, amor, misericordioso, paciente pero también justo, el cual, en ese amor eterno que Él es, envió a su Hijo al mundo para pagar el precio por nuestros pecados en la cruz del Calvario “para que todo aquel que en Él cree no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Cuando llegue el día del Juicio Final en el que todos seremos juzgados, aquellos que hemos creído en Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador, estaremos libres del castigo y tendremos asegurada la vida eterna en la presencia de ese Dios santo y de Su Hijo, nuestro bendito Salvador.

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