Básicamente hay dos respuestas a esta pregunta: Los que
dicen que no, que en el siglo en que estamos eso ya no cabe nada más que en la
imaginación calenturienta de algunos que se han quedado estancados en la Edad
Media, época en la que la poderosa Iglesia se lo inventó para aterrorizar a las
gentes y así, por miedo, asistiesen a las misas y aportasen dinero para salvar
sus almas de tan terrible lugar, y los que dicen que si porque creen en quien
más hablado de él: Jesús, como así se puede comprobar en los Evangelios que
encontramos en la Biblia. ¿Por qué Jesús ha hablado tanto del infierno? Porque
Jesús hablaba sin rodeos, directamente, y cuando explicaba el destino final de
las personas no salvas, sus palabras eran contundentes: “Luego el Rey se dirigirá a los que estaban situados a su izquierda y
dirá: “¡Fuera de aquí, ustedes los malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus demonios!... Y ellos irán al castigo eterno, pero los justos
entrarán en la vida eterna.” (Mateo 25:41 y 46). Para que los que
escuchaban se hicieran una idea gráfica de cómo sería ese lugar destino de los
condenados, Jesús hacía referencia a “la gehenna” (en griego géenna), un lugar que se situaba al sur
de Jerusalén, en el valle de Hinnom, lo que hoy llamaríamos un basurero, donde
ardía permanentemente la basura de la ciudad y los residuos de animales
muertos, un lugar de muy mala fama porque en tiempos del Antiguo Testamento en
ese valle se habían hecho sacrificios humanos en los templos de ídolos como
Molok o Baal, por lo que estaba considerado como un lugar maldito, de manera
que era un lugar al que se hacía referencia en la literatura apocalíptica para
describir al lugar de tormento al que irán a parar los condenados en el Juicio
Final. Jesús, que como digo era muy claro y directo hablando, declaró que era
preferible perder un pie o una mano o un ojo a ser arrojado a la gehena: “¡Qué aflicción le espera al mundo, porque
tienta a la gente a pecar! Las tentaciones son inevitables, ¡pero qué aflicción
le espera al que provoca la tentación! Por lo tanto, si tu mano o tu pie te
hace pecar, córtatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con una
sola mano o un solo pie que ser arrojado al fuego eterno con las dos manos y
los dos pies. Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y tíralo. Es preferible
entrar en la vida eterna con un solo ojo que tener los dos y ser arrojado al
fuego del infierno.” (Mateo 18:7-9).
Por la información que encontramos en la Biblia,
concretamente en el Nuevo Testamento, podemos decir que el infierno es un lugar
y un estado de sufrimiento, de tinieblas y, obviamente, excluido del reino. Las
imágenes que nos llegan de la imaginación medieval, son obra de la imaginación
de su autor; las figuras relativas al infierno deben interpretarse en sentido
figurado aunque todas nos dan a entender que se trata de un lugar temible
principalmente porque allí Dios no estará por lo que las fuerzas del mal podrán
desahogarse sin nadie que les frene.
No tenemos detalles, como los pintores medievales
imaginaron, de cómo serán los sufrimientos infernales; sí nos podemos hacer una
idea de que los psicológicos serán muy dolorosos: Remordimiento de conciencia,
pesadumbre y tristeza por reconocer que Dios existe, que la salvación de
Jesucristo es real y que tanto una cosa como la otra han sido rechazadas, a lo
mejor, en algunos casos, muy claramente; tortura de tener que vivir en un lugar
tan desapacible, tan oscuro, tan triste y tan lleno de pecado en su pura
esencia; vivir siempre sin esperanza de nada mejor, sin opción de arrepentirse...
Solo Dios sabe cómo será el infierno, pero, desde luego, su deseo de amor es
que nadie sea condenado: “No es que el
Señor sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Al contrario, es
paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido; quiere que
todos se arrepientan.” (2 Pedro 3:9). “No quiere que nadie sea destruido”,
da que pensar, se puede interpretar de muchas maneras, otras traducciones
dicen: “no queriendo que ninguno perezca”, lo que nos revela el deseo profundo
de Dios es que la mayoría se salven, pero los rebeldes desprecian su paciencia,
rechazan su salvación y además lo hacen intencionadamente, muchos
vanagloriándose de su elección: “Saben
bien que la justicia de Dios exige que los que hacen esas cosas merecen morir;
pero ellos igual las hacen. Peor aún, incitan a otros a que también las hagan.”
(Romanos 1:32).
Ante esta revelación bíblica de la realidad de la existencia
del infierno, algunos han inventado teorías que niegan rotundamente la doctrina
del infierno; no voy a mencionar todas, pero sí haré referencia de las dos más
conocidas: el universalismo y la aniquilación final. La teoría del
universalismo es quizá la más conocida, especialmente por lo de bueno que tiene
para aquellos que no quieren rendir cuentas ante Dios. Básicamente defiende la
idea de que finalmente todo el mundo se salvará: Dios es bueno y misericordioso
y, en un acto final de misericordia, salvará a todos los seres humanos que han
vivido en este mundo. Esta creencia ya era defendida en el siglo III por
Orígenes ampliándola hasta el punto de que incluyó en esa salvación universal
al diablo y sus ángeles, después de pasar por un período de castigo
proporcional a lo reprobable de sus hechos. Esta doctrina fue condenada en el
concilio de Constantinopla (543 d. C.), aunque resurgió en la Edad Media,
también en tiempos de la Reforma y desde mediados del s. XVIII ha ido siempre
en aumento. Algunos de los argumentos razonados, por supuesto, con nuestra
pequeña mente humana, dicen que si Dios es justo, no es moralmente creíble que
los pecados cometidos a lo largo de algunos años en esta vida acarreen un
horrible castigo que no tenga fin. Y por otro lado, nosotros, los creyentes, no
podremos ser felices sabiendo que millones de semejantes están sometidos a
sufrimiento perpetuo. No deja de ser verdad que estos razonamientos nos
producen desasosiego, no cuesta imaginar un tormento continuo y eterno. Los
universalistas buscan también textos bíblicos en los que apoyar su teoría; unos
de los preferidos es Hechos 3:21.- “Él [Jesucristo]
debe permanecer en el cielo hasta el
tiempo de la restauración final de todas las cosas…” Se dice que “la
restauración final de todas las cosas” incluye a los seres humanos condenados
en el juicio final, aunque obviamente no es eso de lo que está hablando este
texto en su contexto ya que dicha restauración no dice nada de la
reconciliación de los condenados con Dios y su salvación final; ningún pasaje
de la Biblia menciona eso.
Respecto a la otra teoría de la aniquilación total
(‘aniquilacionismo’) lo que se intenta es reducir todo a lo material, de manera
que el hombre, dicen, deja de existir cuando muere. Dios concede a los
redimidos el don de la inmortalidad y permite que el resto de los humanos
desaparezca. Algunos de los que sostienen esta teoría admiten también la idea
de que posiblemente haya un castigo proporcionado a la gravedad de los pecados
cometidos, pero dicho castigo no será eterno. Cuando se termine ese tiempo de
castigo, Dios los destruirá. Se utilizan bastantes textos bíblicos para apoyar
esta doctrina, especialmente los que hablan de destruir, matar o perecer (Mateo
10:28; 21:41; Lucas 13:3, 5; Juan 3:16; 2 Tesalonicenses 1:9). Es curioso que
hay teólogos evangélicos notables próximos a esta doctrina del aniquilacionismo
tales como Clark Pinnock o John Wenham. Hay otros más cautos pero que también
se inclinan a negar el castigo eterno, afirmando que al final los impenitentes
serán finalmente destruidos.
Respetando todas las opiniones en un tema tan difícil y con
tan poca información, los más sabio es pensar que el destino final de cada uno
está en las manos de Dios que es soberano, amor, misericordioso, paciente pero
también justo, el cual, en ese amor eterno que Él es, envió a su Hijo al mundo
para pagar el precio por nuestros pecados en la cruz del Calvario “para que todo aquel que en Él cree no se
pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Cuando llegue el día del Juicio
Final en el que todos seremos juzgados, aquellos que hemos creído en Jesucristo
como nuestro único y suficiente Salvador, estaremos libres del castigo y
tendremos asegurada la vida eterna en la presencia de ese Dios santo y de Su
Hijo, nuestro bendito Salvador.
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