viernes, 19 de junio de 2020

Intercesión

interceder, oración, sacerdotes ante Dios¿Cómo respondemos los creyentes ante la crisis del Covid-19? Hemos reaccionado bien ante el
impedimento de poder reunirnos en nuestros locales; hemos aprendido a tener reuniones por videoconferencia utilizando los medios que nos ofrece la tecnología, incluso hemos comprobado que es un buen sistema para seguir haciendo reuniones del tipo administrativo sin tener que desplazarse por lo que posiblemente las adoptemos para solventar reuniones de consejo de iglesia o similares (¡de algo ha servido el confinamiento!), y en esas reuniones se ha reforzado la seguridad de que nuestro Dios y Padre está detrás de todo lo que sucede por lo que una de las frases más repetidas entre nosotros en este tiempo ha sido: ¡Dios tiene el control!
Es verdad que no sabemos las razones que Dios nuestro Señor ha tenido para permitir esta pandemia, como contestó Jesús a sus discípulos cuando le preguntaron si iba a restaurar el reino: “…a ustedes no les corresponde saberlo”, de hecho los pensamientos del Señor no son nuestros pensamientos, a veces nos deja saber los motivos y muchas otras no. Sí hemos intuido algunas cosas que los mismos pensadores seculares comentan: hemos reconocido nuestra vulnerabilidad; hemos aprendido que no somos tan fuertes ni estamos tan preparados para lo desconocido como pensábamos; se ha avivado el temor a la muerte aunque también se ha disimulado bastante; y los creyentes hemos vuelto a recordar que mientras vivamos en este mundo caído, tenemos que sufrir como los demás las enfermedades, los dolores y la necesidad con la diferencia de que sabemos que nuestro Dios no nos va a desamparar porque Él es fiel y misericordioso.
Como creyentes ¿cuál es nuestra responsabilidad ante situaciones de crisis como ésta? Lo primero es que tenemos una labor sacerdotal de intercesión delante de Dios: podemos acercarnos al trono celestial confiadamente como leemos en Hebreos: “Acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios”, y allí pedir por la intervención divina igual que se ha hecho en otras ocasiones ante amenazas tan terribles como las guerras, inundaciones, terremotos o cualquier otro tipo de desastre natural. Los verdaderos creyentes han orado a Dios con fervor antes este tipo de situaciones y no solamente han orado, también han apoyado solidariamente con ayudas personales y materiales allí donde ha sido necesario.
¿Tenemos ejemplos en la Biblia? El primero que me viene a la mente es Moisés: una de las escenas más conocidas es cuando Moisés baja del monte Sinaí con las tablas de la Ley y se encuentra con el pueblo entregado a la idolatría ante la imagen de un becerro fundido en oro; ese día ya murieron 3.000 personas; la reacción de Moisés fue inmediata: “Al día siguiente, Moisés dijo a los israelitas: “Ustedes cometieron un terrible pecado, pero yo subiré de nuevo al monte a encontrarme con el Señor. Quizá pueda lograr que Él les perdone este pecado.” (Éx.32:30); Moisés intercedió por el pueblo con gran pesadumbre porque en este caso la mortandad fue producto de su pecado, desobediencia y provocación a Dios mismo.
Hubo más ocasiones en las que Moisés tuvo que intervenir en oración ante Dios: el libro de Números en su capítulo 14, registra otro momento en el que el pueblo escucha el informe de los espías que han ido a mirar cómo era la tierra prometida de Canaán; su reacción fue totalmente desproporcionada, demostrando una falta de fe total en Dios y deseando volver a su situación de esclavitud en Egipto: “Entonces conspiraron entre ellos: “¡Escojamos a un nuevo líder y regresemos a Egipto!”. (Núm.14:4). Inmediatamente Moisés y Aarón “cayeron rostro en tierra”, mientras que los sublevados querían apedrear a Josué y a Caleb; las palabras de Dios son impresionantes así como la nueva intercesión de Moisés apelando al “magnífico e inagotable amor” de Dios: “Y el Señor le dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo me despreciará este pueblo?¿Nunca me creerán, aún después de todas las señales milagrosas que hice entre ellos? Negaré que son míos y los destruiré con una plaga. ¡Luego te convertiré en una nación grande y más poderosa que ellos!”… “En conformidad con tu magnífico e inagotable amor, por favor, perdona los pecados de este pueblo, así como lo has perdonado desde que salió de Egipto.” (Núm.14:11-12, 19).
El ejemplo de Moisés como modelo de intercesión por su pueblo, nos devuelve a la pregunta que he planteado antes: ¿cuál es nuestra responsabilidad ante situaciones de crisis como ésta? Lo primero es que tenemos una labor sacerdotal de intercesión delante de Dios: Podemos pedir a Dios que tenga misericordia de las personas ante esta terrible pandemia; para Él no hay nada imposible (Lucas 1:37) y, si estuviese en Su Voluntad, puede perfectamente detener este virus.
Podemos pedir para que las investigaciones para conseguir una vacuna o medicamentos que sean efectivos, llegue a buen puerto. Que las empresas dejen a un lado la competitividad y se centren en servir a la humanidad con resultados que busquen la salud de la gente y no el enriquecimiento. Podemos unirnos como Pueblo de Dios para interceder en oración para que el Señor obre, no solo en la salud de las personas sino también en sus mentes y en sus corazones para que reaccionen ante la realidad de nuestra debilidad, de nuestra vulnerabilidad y busquen a Dios en tanto puede ser hallado, ya que se encuentra más cerca de nosotros de lo que imaginamos (Isaías 55:6-8).

viernes, 5 de junio de 2020

De Él, por Él y para Él.

Varias veces he comentado que detrás de todo está Dios. No solo está detrás de todo, sino que también podemos afirmar que está encima de todo. Claro, no podría decir eso si Dios no lo hubiese dicho, pero lo ha dicho y por eso podemos afirmarlo (Romanos 11:36).
En tiempos como los que nos ha tocado vivir, afirmar que Dios está detrás de todo y por encima de todo da pie a muchos comentarios despectivos sobre el amor y el poder de Dios. No voy a entrar ahora en ese debate, porque ya lo he comentado anteriormente. Pero sí quiero afirmar y corroborar que Dios está por encima de todo en base al texto mencionado: “Pues todas las cosas provienen de Él y existen por Su poder y son para Su gloria. ¡A Él sea toda la gloria por siempre! Amén” (Romanos 11:36 NTV). Este versículo pone fin a los capítulos 9 al 11 de Romanos en donde se nos explica que Dios cumplirá perfectamente Su plan y Sus promesas. Esto para los creyentes es un soplo de vida, de esperanza, gozo y paz porque nos recuerda una vez más que si estamos de parte de Dios, Él está de parte nuestra y no tenemos nada que temer.
En la ‘Biblia del pescador’ comenta así este versículo: “Dios es el principio de todo y le da propósito a la creación, incluido al ser humano.” ¡Qué respuesta a tantas preguntas en una sola frase! Dios… principio… todo… propósito…
Volviendo al texto de Romanos, la versión de la Reina Valera lo traduce así: “ Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.”  ¿A quién se está refiriendo? Por el contexto, vemos que se refiere a Dios: “Porque Dios…” (vs.32); “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ...” (vs.33); “Porque ¿quién entendió la mente del Señor? …” (vs.34). Hay otro texto muy parecido que se refiere al Señor Jesucristo; está en Colosenses 1:16: “Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él.”  Jesucristo es Dios, la segunda persona de la Trinidad, así que no hay error en las cartas de Pablo, ya que es a Jesucristo, el Hijo de Dios, a quién se le atribuye la creación, su sustento y su destino, ya que todo le pertenece.
Volviendo a Romanos 11:36, la primera afirmación que encontramos es que todas las cosas son de Dios. Todo cuanto existe es creador por Él por tanto todo le pertenece. Todo el proceso se sujeta a un Plan divino que, según se desprende por el relato del libro de Génesis, incluía al hombre y a la mujer, Adán y Eva, para que en buena camaradería, disfrutasen, no solamente de la misma presencia de Dios como un amigo en quien confiar, sino de todo lo creado. Pero el hombre y la mujer quisieron más, no les bastó con todo lo que Dios les ofrecía, escucharon a la Serpiente Antigua (como se le denomina a Satanás en otra parte de la Biblia), cayeron en su mentira, desobedecieron a Dios y consiguieron su enemistad y alejamiento por el pecado que introdujeron en la tierra. Pero Dios es omnisciente, no le cogió por sorpresa, sabía que esto iba a pasar y tenía reservado a un Cordero, su propio Hijo, tal y como nos dice 1 Pedro 1:19-20: “…fue con la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que no tiene pecado ni mancha. Dios lo eligió como el rescate por ustedes mucho antes de que comenzara el mundo, …”.
Por reconciliarse con nosotros, sus criaturas rebeldes, Dios no escatimó a Su propio Hijo, como leemos en Romanos 8:32: “Dios no se guardó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, …”.
Aunque no lo podamos comprender, esa entrega, la más grande demostración de amor, estaba dentro del Plan preconcebido en esa Asamblea santa (Padre, Hijo, Espíritu Santo), antes de la creación del mundo. Dios conduce todas las cosas. Todas las cosas, como leemos, son por Él: “Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten” (Colosenses 1:17).
Y como también se afirma, todo es para Él. No puede ser de otro modo: si todo lo creado es de Él, y subsiste por Él, todo tiene que ser para Él, Dios Creador, Rey y Soberano. El plan divino se cumplió, se cumple y se cumplirá conforme a Su tiempo y Su divino propósito. Lo maravilloso es que dentro de ese Plan estamos nosotros, los que hemos creído que Jesús ha muerto por nosotros, para salvarnos, para darnos la vida eterna y la reconciliación con Él, grande en misericordia y en bondad, lento para Su justa ira, la que le provoca el pecado y sus consecuencias.
Gracias a ese Plan, “Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16), Dios puede ahora recibir nuestra adoración. De distantes a cercanos, de contaminados a limpios, irreconciliables a reconciliados, de extraños a hijos amados. Ese es el resultado del Plan divino. Y aún está todo por ver. Estos hombres y mujeres reconciliados formamos la Iglesia, la esposa de la que habla Apocalipsis, la Esposa del Cordero, Jesús, el Salvador de los pecadores será el Rey de Israel y reinará justamente en la tierra, de manera que todas las cosas le son sujetas hasta que Él mismo le entregue todo a Dios como profetiza 1 Corintios 15:28: “Entonces, cuando todas las cosas  estén bajo su autoridad, el Hijo se pondrá a sí mismo bajo la autoridad de Dios, para que Dios, quien le dio a su Hijo la autoridad sobre todas las cosas, sea completamente supremo sobre todas las cosas en todas partes.” Es un texto un tanto difícil de entender, aunque tampoco tenemos que ir mucho más allá de lo que el texto revela: el plan de Dios se va a cumplir en cada punto, al momento Jesucristo está haciendo digamos el trabajo de la restitución de todo bajo la autoridad que Dios Padre le ha concedido y lo que Pablo nos enseña aquí es que finalmente el Hijo entrega el reino en sujeción perfecta al Padre, restaurando todo en su plenitud, de manera que Dios sea todo en todos, todo el universo bajo la sujeción a Dios. Hasta que esa parte de la futura historia se complete, el camino a Dios es por medio de la fe en su Hijo Jesucristo, el único salvador y mediador, y así será hasta que se completa Su misión redentora y reconciliadora. En el Comentario Expositivo del Nuevo Testamento de Ernesto Trenchard se lee así a propósito de este final: “La sujeción del Hijo al Padre en el estado final de las cosas no supone que cesará de ser Mediador de toda la Creación – obra que le corresponde, como Verbo eterno, desde el principio de las obras de Dios- ni limita su función como Rey y Sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebreos 7:21-25), ni quita un ápice del triunfo del Dios-Hombre (Filipenses 2:9-11). Solo se establece la debida jerarquía según el misterio de la Trinidad dentro de un orden en el que “Dios será todo en todos”, ya que el obstáculo del mal se habrá quitado para siempre.”