impedimento de poder reunirnos en nuestros
locales; hemos aprendido a tener reuniones por videoconferencia utilizando los
medios que nos ofrece la tecnología, incluso hemos comprobado que es un buen
sistema para seguir haciendo reuniones del tipo administrativo sin tener que
desplazarse por lo que posiblemente las adoptemos para solventar reuniones de
consejo de iglesia o similares (¡de algo ha servido el confinamiento!), y en
esas reuniones se ha reforzado la seguridad de que nuestro Dios y Padre está
detrás de todo lo que sucede por lo que una de las frases más repetidas entre
nosotros en este tiempo ha sido: ¡Dios tiene el control!
Es verdad que no sabemos las razones que Dios nuestro Señor
ha tenido para permitir esta pandemia, como contestó Jesús a sus discípulos
cuando le preguntaron si iba a restaurar el reino: “…a ustedes no les
corresponde saberlo”, de hecho los pensamientos del Señor no son nuestros
pensamientos, a veces nos deja saber los motivos y muchas otras no. Sí hemos
intuido algunas cosas que los mismos pensadores seculares comentan: hemos
reconocido nuestra vulnerabilidad; hemos aprendido que no somos tan fuertes ni
estamos tan preparados para lo desconocido como pensábamos; se ha avivado el
temor a la muerte aunque también se ha disimulado bastante; y los creyentes
hemos vuelto a recordar que mientras vivamos en este mundo caído, tenemos que
sufrir como los demás las enfermedades, los dolores y la necesidad con la
diferencia de que sabemos que nuestro Dios no nos va a desamparar porque Él es
fiel y misericordioso.
Como creyentes ¿cuál es nuestra responsabilidad ante
situaciones de crisis como ésta? Lo primero es que tenemos una labor sacerdotal
de intercesión delante de Dios: podemos acercarnos al trono celestial
confiadamente como leemos en Hebreos: “Acerquémonos con toda confianza al
trono de la gracia de nuestro Dios”, y allí pedir por la intervención
divina igual que se ha hecho en otras ocasiones ante amenazas tan terribles
como las guerras, inundaciones, terremotos o cualquier otro tipo de desastre
natural. Los verdaderos creyentes han orado a Dios con fervor antes este tipo
de situaciones y no solamente han orado, también han apoyado solidariamente con
ayudas personales y materiales allí donde ha sido necesario.
¿Tenemos ejemplos en la Biblia? El primero que me viene a la
mente es Moisés: una de las escenas más conocidas es cuando Moisés baja del
monte Sinaí con las tablas de la Ley y se encuentra con el pueblo entregado a
la idolatría ante la imagen de un becerro fundido en oro; ese día ya murieron
3.000 personas; la reacción de Moisés fue inmediata: “Al día siguiente,
Moisés dijo a los israelitas: “Ustedes cometieron un terrible pecado, pero yo
subiré de nuevo al monte a encontrarme con el Señor. Quizá pueda lograr que Él
les perdone este pecado.” (Éx.32:30); Moisés intercedió por el pueblo con
gran pesadumbre porque en este caso la mortandad fue producto de su pecado,
desobediencia y provocación a Dios mismo.
Hubo más ocasiones en las que Moisés tuvo que intervenir en
oración ante Dios: el libro de Números en su capítulo 14, registra otro momento
en el que el pueblo escucha el informe de los espías que han ido a mirar cómo
era la tierra prometida de Canaán; su reacción fue totalmente desproporcionada,
demostrando una falta de fe total en Dios y deseando volver a su situación de
esclavitud en Egipto: “Entonces conspiraron entre ellos: “¡Escojamos a un
nuevo líder y regresemos a Egipto!”. (Núm.14:4). Inmediatamente Moisés y
Aarón “cayeron rostro en tierra”, mientras que los sublevados querían apedrear
a Josué y a Caleb; las palabras de Dios son impresionantes así como la nueva
intercesión de Moisés apelando al “magnífico e inagotable amor” de Dios: “Y
el Señor le dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo me despreciará este pueblo?¿Nunca me
creerán, aún después de todas las señales milagrosas que hice entre ellos?
Negaré que son míos y los destruiré con una plaga. ¡Luego te convertiré en una
nación grande y más poderosa que ellos!”… “En conformidad con tu magnífico e
inagotable amor, por favor, perdona los pecados de este pueblo, así como lo has
perdonado desde que salió de Egipto.” (Núm.14:11-12, 19).
El ejemplo de Moisés como modelo de intercesión por su
pueblo, nos devuelve a la pregunta que he planteado antes: ¿cuál es nuestra
responsabilidad ante situaciones de crisis como ésta? Lo primero es que tenemos
una labor sacerdotal de intercesión delante de Dios: Podemos pedir a Dios que
tenga misericordia de las personas ante esta terrible pandemia; para Él no hay
nada imposible (Lucas 1:37) y, si estuviese en Su Voluntad, puede perfectamente
detener este virus.
Podemos pedir para que las investigaciones para conseguir
una vacuna o medicamentos que sean efectivos, llegue a buen puerto. Que las
empresas dejen a un lado la competitividad y se centren en servir a la
humanidad con resultados que busquen la salud de la gente y no el
enriquecimiento. Podemos unirnos como Pueblo de Dios para interceder en oración
para que el Señor obre, no solo en la salud de las personas sino también en sus
mentes y en sus corazones para que reaccionen ante la realidad de nuestra
debilidad, de nuestra vulnerabilidad y busquen a Dios en tanto puede ser
hallado, ya que se encuentra más cerca de nosotros de lo que imaginamos (Isaías
55:6-8).
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