Del 8 al 15 de Enero estamos participando en la Iglesia donde me congrego, en la Semana Unida de Oración, una semana que organiza la Alianza Evangélica Española en coordinación con las Alianzas Evangélicas de los diferentes países europeos y que este año lleva como lema “Transformados por la victoria de Cristo que reina en nosotros”.
A lo largo de todos estos días, hemos estado viendo diferentes aspectos de esta realidad: nuestra transformación lenta pero constante, diaria, a la imagen de nuestro bendito y amado Salvador Jesucristo. Cristo nos ha dejado su ejemplo para que sigamos sus pisadas (1 Pedro 2:21) y ahí estamos, con más o menos acierto, con más o menos seguridad, poniendo la vista en Él, que vamos avanzando en nuestro peregrinaje por la tierra con un mapa inefable que nos guía hacia nuestro destino y nos va marcando las pautas en cada etapa para saber cómo proceder: este Mapa con mayúsculas es la Biblia, la Palabra de Dios.
Pero ¿tenemos capacidad suficiente para transformarnos de cómo éramos antes de conocer a Jesús al modelo del Maestro y Señor de nuestras vidas? No. Si por nuestro esfuerzo fuera, no conseguiríamos más que una triste lista de intentos y fracasos. Pero Jesús afirmó: “No os dejaré solos” y nos envió al Espíritu Santo de Dios. “En él (Cristo) también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo que había sido prometido” (Efesios 1:13). Es el Espíritu Santo, con el que hemos sido sellados como hijos de Dios por los méritos de Cristo, el que opera en nuestra vida y nos ayuda en ese proceso de santificación, en esa transformación a imagen de Jesús, el modelo perfecto a seguir “hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, hasta ser un hombre de plena madurez, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13).
Si es el Espíritu Santo el que va a proceder a esa transformación ¿nosotros no tenemos que hacer nada? Por supuesto que sí, tenemos muchas instrucciones de la actitud que tenemos que tomar y de los pasos que tenemos que dar. Dios no actúa como si nosotros fuésemos robots o marionetas que Él puede manejar a su antojo. Él actúa como Padre, como el mejor Padre, que quiere educarnos como a buenos hijos, desde nuestros primeros pasos con Él hasta nuestra madurez fruto de la comunión y de Su presencia en nuestras vidas, pero, en su relación personal nos pedirá actitud de colaboración y compromiso. Así oiremos palabras como: “andad como es digno de vuestro llamamiento”, “despojaos del viejo hombre”, “renovaos en el espíritu de vuestra mente”, “vestíos del nuevo hombre”, “hablad la verdad”, “sed imitadores de Dios como hijos amados y andad en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros…”. Andad, despojaos, vestíos, cosas que tenemos que hacer nosotros, Dios no nos dice “ya os visto yo…”.
Dice uno de los temas que hemos visto: “Transformados para la vida eterna”: La esperanza de los cristianos ante el rostro de la muerte no es humana, es la obra y la promesa de Dios. Necesitamos ojos renovados para verlo y para aceptarlo y esto también lo provee Dios en su gracia.
Si alguien lee esto y no ha alcanzado esa provisión que Dios nos da gratuita e inmerecidamente (por gracia sois salvos por medio de la fe), pídasela a Él, háblele, dígale que quiere conocerle y Él se va a poner en comunicación con usted de alguna manera, por una lectura, por una persona, por un acontecimiento en su vida. Que así sea.
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