Esta mañana he compartido asombro con el rey David porque me ha tocado leer algunos textos del Salmo 139, un salmo que se detiene a revelarnos algo de la omnipresencia y omnisciencia de Dios, atributos que el mismo escritor inspirado, reconoce no comprender porque exceden con mucho la capacidad de nuestra mente finita, pero que nos muestran cómo es Dios y, especialmente, el conocimiento que Él tiene de cada uno de nosotros.
Esta idea siempre viene a mi mente cuando disfruto con la vista privilegiada desde la ventanilla de un avión en tanto que no ha alcanzado su mayor altura de vuelo y podemos distinguir los pueblos, las ciudades, el conjunto de grupos de casitas que componen la extensión que vemos desde esa altura… y enseguida se me ocurre ¿cómo es posible que Dios nuestro Señor pueda conocer hasta el más mínimo detalle de mi vida cuando que soy menos que una hormiga en medio de la arena de una inmensa playa? Porque eso es lo que nos da a conocer el salmista, que Dios nos conoce al detalle, porque es DIOS. Que desde que nos estábamos formando en el embrión de nuestra madre, se estaba cumpliendo punto por punto lo “planeado” por Dios en “su libro” (v.16) respecto a cada cual, algo que de ninguna manera comprenderán muchos que tratan de razonar porqué Dios ha permitido que nazcan de tal o cual manera o forma, aunque los que creemos en Él, en Su poder, en Su conocimiento, en Su grandeza, tenemos que reconocer que, aunque no lo comprendamos, Dios está tan lejos de nuestro entendimiento, admitimos que Él sabe todo y conoce los porqués. Si nosotros los conociésemos también, estaríamos casi a su altura y seríamos pequeños dioses, pequeños y peligrosos dioses…