martes, 14 de agosto de 2012

¡Hay que avisarlos!

Recuerdo hace unos años, cuando andaba buscando respuestas, un día estaba hablando con Samuel, un querido hermano siervo de Dios, y yo le preguntaba y le preguntaba y él me aseguraba que solo había dos caminos para elegir durante el transcurso de nuestra vida: un camino ancho, cómodo, donde no encuentras obstáculos porque todos los que van por él van en la misma dirección, te ayudan, te guían, te animan para que sigas, está bien iluminado, escasean los indicadores porque aparentemente es muy fácil de seguir sin salirse del trazado marcado. Jesús habló así de este camino: “… ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella.”
El otro camino tiene un acceso más estrecho y el camino es mucho más angosto. Por éste van muy pocas personas, aunque las pocas que te encuentras van decididas a recorrer la distancia, van como dispuestas, con más ganas que las muchas que van por el camino más espacioso; buscan afanosamente la meta y su esperanza está en llegar porque están convencidos que hay Alguien que les está esperando, Alguien que además los ama y ¡da gusto llegar a un sitio en donde te esperan con los brazos abiertos! Jesús también mencionó este camino: “¡Que estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y son pocos los que la hallan.”
¿Esto quiere decir – le preguntaba yo a Samuel – que la gran mayoría de las personas del mundo, que me imagino que son los que van por el camino cómodo, el que coge la mayoría, van en dirección a la perdición? ¿Cómo podemos creer esto? ¿Te das cuenta que si esto es verdad, alguien debería avisarlos? ¿Dónde está esa estrecha-puerta para acceder al camino que lleva a la vida? ¿Qué dijo Jesús sobre esto?
Preguntas, preguntas, infinidad de preguntas que se agolpan para saber de qué estamos hablando. A muchas personas les da igual lo que hubiera dicho Jesús o cualquier otra persona relacionada con religión. Todo lo que sea religión suena a antiguo, a rancio, a algo superado. No puede ser que algo que haya sucedido aquí en un sitio recóndito del planeta, pueda tener relevancia para millones y millones de almas, razonan. No hace mucho le oí decir a un compañero de trabajo: “Últimamente he decidido no hablar ni de política, ni de religión”. La gente no quiere hablar de cosas trascendentes porque ya han decidido que, definitivamente, para ellos son intrascendentes. Y aunque la Biblia lleve más de dos mil años avisando que la humanidad camina despacio hacia un precipicio, es un aviso que se considera falso, una fábula, y por tanto no van a hacer caso de ese aviso que, en principio, no se puede “demostrar científicamente”. Y en último caso, en el supuesto de que hubiese algo, o alguien después de la muerte, en la llamada “otra vida”, allí nos encontraremos con los que ya se han ido y, lo mismo que se lo han “montado” ellos, nos arreglaremos nosotros. Aunque la idea que triunfa es la de que más allá de la muerte, no hay nada. Y triunfa porque se queda uno como más tranquilo.
¿Cómo se cambia entonces de parecer? ¿Por qué algunos nos hacemos tantas preguntas? Y ¿hay respuestas a esas preguntas? Hay un texto en la Biblia que dice que la fe viene por oír la Palabra de Dios. Ese fue mi caso, del que puedo hablar porque lo he experimentado, pero es el caso también de millones de personas a través de la historia del mundo. He dicho al principio que buscaba respuestas y Dios, estoy convencido, puso en mi camino al mencionado Samuel con su Biblia debajo del brazo para ayudarme a encontrar respuestas. Esto no lo digo para tratar de convencer a nadie, esto fue lo que ocurrió. Al acercarte a la lectura de la Biblia, uno se acerca a un texto que asegura que DIOS ha hablado muchas veces y de muchas maneras, por lo tanto nos enfrentamos a una afirmación sobre la que tenemos que tomar partido: O lo creo e investigo para saber qué significa esto con respecto a la vida humana y a mí en particular, o no lo creo y sigo por el camino por el que va la mayoría sin preocuparme nada más que de sobrevivir, alimentarme, disfrutar si puedo, preocuparme si me falta la salud, intentar llevarme lo mejor posible con los que me rodean y esperar a la muerte cuando llegue a la vejez, lo más auto convencido posible, o sea, como dicen muchos intelectuales cuando se les pregunta por la muerte… “yo no le tengo miedo, es algo a lo que nos acercamos desde que nacemos, hay que tomarlo como algo natural que forma parte del proceso de la vida…”
Pero la afirmación de que Dios ha hablado muchas veces, afirmación leída en la Biblia (Hebreos 1:1), no se queda ahí, sino que sigue diciendo que “en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo”. La Biblia afirma que ese Hijo es Jesús. Por tanto llegamos a la conclusión de que si Dios nos ha hablado por Jesús y ese hombre llamado Jesús, que habitó aquí en la tierra, es el Hijo de Dios, lo que ha pasado con esa visita abre un abanico de interrogantes exclusivamente para aquellos que tengan curiosidad en responder a las preguntas que fluyen, por naturaleza, en su mente. Y digo que fluyen por naturaleza porque ahora sé que nuestra propia naturaleza tiene procedencia divina y Dios, cuando nos creó, puso eternidad en nuestro corazón (Eclesiastés 3:11), de ahí que aún en las tribus más remotas, las personas que las componen sienten la necesidad de adorar a un Ser superior porque Dios ha escrito Su ley en nuestros corazones como se puede leer en Romanos 2:14-15.
He dicho “ahora sé” porque estas respuestas de las que estoy escribiendo, las he encontrado en la Biblia, no un mero libro, sino la Palabra de Dios. Es verdad que hay muchas preguntas, es verdad que desconocemos todas las respuestas, pero, si leemos las afirmaciones que ha hecho Jesús y, sobre todo, si nos paramos a analizar un poco las evidencias de la historia del paso de Jesús por este mundo y, si leemos esta historia en la Palabra de Dios, empezaremos a entender algo del porque todo esto afecta a mi vida actual y a mi futuro, no porque nosotros lo razonemos, sino porque lo que estamos leyendo está inspirado por el mismo Dios y Él afirma que esta Palabra ¡es viva! De manera que actúa en nosotros y, más concretamente en nuestro corazón, en nuestro interior, en lo profundo de nuestra alma y… puede producir fe. ¿Fe? ¿Fe en qué? Fíjate en la respuesta: “La fe es la constancia de las cosas que se esperan, la comprobación de los hechos que no se ven” (Hebreos 11:1). ¡La respuesta sacada una vez más de la Biblia! ¿qué te parece? ¿Sorprendente? Puedo asegurarte que cuanto más investigo, leo, estudio en la Biblia, más me asombro de la profundidad y riqueza que encierra. Ella misma habla de su divina procedencia. Ella misma nos convence de que no ha podido ser inspirada por mentes humanas como se trata de enseñar y convencer a los pocos que se puedan sentir inquietos en el camino ancho y cómodo, el camino de los despreocupados.

Retomando las preguntas que he formulado antes (¿Dónde está esa estrecha-puerta para acceder al camino que lleva a la vida? ¿Qué dijo Jesús sobre esto?), busco y encuentro una respuesta intrigante. Jesús dijo: “Yo soy la puerta. Si alguien entra por mí, será salvo.” (Juan 10:9) ¿Qué hombre normal podría decir esto? ¿Fue Jesús un lunático o era quien realmente decía ser? Para afirmar esto hay que tener una autoridad que no le es dada a un hombre normal, hay que tener la autoridad que le daba el conocimiento como el Enviado de Dios y para dar a conocer el acceso a Dios, se llama a sí mismo “la puerta”, porque “no hay otro nombre, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Cuando entendí que solo hay una Puerta y un Camino, le pedí a Dios que me ayudase a cruzar esa puerta, pidiéndole perdón por mis pecados y creyendo en Jesucristo como mi único Salvador. Él dio su vida por cada uno de nosotros para que, en Su Nombre, abandonásemos ese camino que lleva al precipicio y a la condenación eterna y cambiásemos al camino estrecho que lleva a la vida eterna. En la Biblia Dios nos cuenta estas cosas para avisarnos de que aún hay esperanza. En este mundo tendremos aflicción pero con Jesús no estaremos nunca solos ante ella y después, la certeza de la eternidad con Cristo. Esto es lo que se llama el mensaje del Evangelio (las Buenas Nuevas) y puedo asegurarte que con Cristo la vida tiene sentido.
¡Que Él te bendiga!

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