lunes, 6 de agosto de 2012

HIMNOS

Una de las experiencias más hermosas que puedo disfrutar cuando visito “mi pueblo”, es la de ir a la Iglesia Evangélica en donde se congregan mis padres, en la calle Sartaña 12 del Ferrol (A Coruña), un lugar donde me siento especialmente querido porque allí se ha orado mucho por mi salvación y ha sido una alegría muy grande cuando el Señor, en su misericordia, contestó a esas oraciones.
Hace unos domingos estuve allí en el Culto que celebran por la mañana, en el que permiten un tiempo en el que se puede participar libremente orando, compartiendo un pensamiento basado en la Biblia o eligiendo un himno o un cántico. Egoístamente disfruto mucho en ese tiempo porque en esa iglesia todavía se cantan, además de los cánticos actuales, aquellos antiguos himnos que encontramos en el Himnario Evangélico, himnos que para las nuevas generaciones pueden “sonar” antiguos, porque efectivamente lo son, pero que encierran una riqueza y una espiritualidad en sus textos que en muchas ocasiones hacen que asome un nudo en la garganta de manera que precise parar, contener las lágrimas que pugnan por salir, respirar hondo y, cuando se pueda, retomar el coro para participar gozosamente de estos himnos inspirados.
Bueno pues éste último domingo del que hablo, un hermano escogió (para mi alegría) el himno número 23. Que le voy a hacer, es uno de mis favoritos. Quiero que se presente él con su precioso contenido:

        ¡Vedle nacer! ¡Oh, qué maravilla!
        No en un palacio de gran señor,
Hasta un pesebre Cristo se humilla,
¡Cuánto le cuesta ser Redentor!

El autor fue Enrique Turral y por el blog Archivo Histórico de las AA.HH. de Madrid, del que tenemos el enlace en éste, me entero que fue un conocido misionero evangélico en Marín (Pontevedra), que nació en Richmon upon Thames, en el condado de Surrey, Inglaterra, el l0 de febrero de 1867 y que murió en Marín el 12 de mayo de 1953. Según cuenta su biografía, desde muy joven tenía una clara vocación misionera y decidió ejercerla en España, así que con 22 años llegó a Vigo (Galicia) en octubre de 1889. Trabajó como pastor, misionero y evangelista, pero dejó huella con su faceta poética y sus himnos, componiendo muchos de los más famosos y traduciendo otros de la lengua inglesa al castellano. Su esposa fue también inglesa, una misionera que trabajaba en Barcelona llamada Adelaida Hills.
En el año 2007, conmemorando los 100 años de su llegada a Marín, se le dio su nombre a una calle dentro de este municipio.

Este himno que menciono es un canto al tremendo sacrificio que Cristo tuvo que realizar para ser nuestro Salvador, comenzando desde ese momento grandioso mencionado en el Evangelio de Juan con estas inspiradas palabras: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Dios se hace hombre, el Creador entre Sus criaturas, humilde, frágil, protagonista de una profecía anunciada: Él era el Mesías que iba a salvar a Su pueblo… pero nadie se lo esperaba así porque esperaban que naciera en un gran palacio, rodeado de atenciones y de riqueza y como señor y jefe de un ejército invencible… Pero Dios actúa de otra forma conforme descubrimos en Su Palabra: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los Ejércitos.” (Zacarías 4:6)
El coro se canta a dos voces, primero los hombres, repiten las mujeres. Cuando la potencia de las voces masculinas resuena en la iglesia, es francamente impresionante:

         Vedle nacer… en un establo,
         Viene buscando al pecador
         Vedle morir… en el Calvario,
         ¡Cuánto le cuesta ser Redentor!

Filipenses 2:6-8 explica muy bien el contenido profundo y espiritual descrita en esta estrofa: “Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” A continuación el himno cambia de tiempo y escenario; se aproxima a ese monte en donde se perfilan tres cruces y se centra en la que cuelga el Hijo de Dios:

         Hijo de Dios, Señor de señores,
         Burla y desprecio Él padeció;
         Cristo Jesús, ¡Varón de dolores!
         ¡Cuánto le cuesta ser Redentor!


Aquel niño que había nacido en un establo es ya un hombre, y se cumple en Él punto por punto otra profecía, la de Isaías 53 en la que se le da el título de ‘Varón de dolores’: “Fue despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento… Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros le tuvimos por azotado, como herido por Dios, y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados.”
Es difícil cantar este himno, llegar a esas palabras y no recordar Isaías 53:3, pasaje que describe literalmente la tortura sufrida por Jesús cerca de 700 años después. Dios hecho hombre, pagando el precio exigido por la justicia de Dios mismo por nuestro pecado, por nuestra desobediencia, por nuestro orgullo y egoísmo. Pero Él lo pagó y así lo dice la última estrofa:

         Ved como muere entre ladrones,
         En cruz colgado cual malhechor,
         Cristo su vida da por los hombres,
         ¡Cuánto le cuesta ser Redentor!

El mensaje quedaría incompleto si la historia terminase ahí. Aunque el himno nos deje con ese agradecimiento a nuestro bendito Salvador por entregar Su preciosa y santa vida por nosotros, las palabras de Juan 1:14 mencionado al principio son las de los testigos que estuvieron al pie de esa cruz, pero que también estuvieron en la puerta de la tumba vacía y pudieron cantar estupefactos, emocionados, todavía confusos y sin apenas poder comprender: ¡Vimos su gloria, lleno de gracia y de verdad! No hay nada falso en Él porque proclamó que era la Verdad y ¡la Vida! El Autor de la Vida había vencido en la cruz a la muerte y al pecado. El Autor de la Vida se les mostró en muchas ocasiones para que los que lo vieron pudieran transmitir al mundo que Él habría una Puerta a la esperanza, que le había costado mucho, como dice el himno, pero Su Redención es efectiva y la prueba está en Su resurrección. La resurrección es la prueba definitiva de que el sacrificio de Cristo por nosotros ha sido completo y perfecto. En el mismo pasaje de Filipenses 2 lo corrobora al final: Después de humillarse hasta la muerte y muerte de cruz, la frase que sigue es Por lo cual, por todo eso que el Hijo llevó a cabo, “…también Dios le exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor.” (Fil.2:9-11).
A Jesús le costó una humillación total ser Redentor pero tras su resurrección, ha sido exaltado al lugar preponderante en el universo celestial y todavía lo será más cuando venga con todo su Poder y Gloria a reinar sobre la tierra. ¡Quiera el Señor que formes parte de los que estemos con Él!

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