La noticia ha causado sensación
en la prensa y los informativos esta semana pasada: el
cardenal de la
Archidiócesis de Madrid Rouco Varela, ha elegido a ocho sacerdotes de su
Diócesis que se caracterizan por su recta doctrina y también por su profunda
vida espiritual y así poder hacer frente a la avalancha de peticiones que se
presentan a la Iglesia en Madrid. Entre ellos destacan las denominadas
posesiones demoníacas y también las llamadas influencias maléficas y que
englobarían la magia negra, los echadores de carta, el mal de ojo, los
quiromantes y otros tipos de esoterismos.
Es la típica noticia que busca el
sensacionalismo y que genera, normalmente, un sinfín de comentarios
ridiculizando a la Iglesia y a sus creencias, tachándola de una institución
anclada en el pasado y que, por lo general, la noticia caerá en el olvido en
dos días hasta que alguien se acuerde del asunto y rellene un espacio
documental con alguna grabación sensacionalista que deja a la gente perpleja
pensando en donde estará el truco, el misterio o lo que buenamente sea eso. De
hecho, la figura del demonio ha sido ridiculizada al extremo de considerarla
parte de una fábula, mito o fanatismo extremo, hasta el punto de que decir que
crees que Satanás existe significa correr el riesgo de ser tratado como alguien
a quien se le ha ido la cabeza.
Pero los creyentes evangélicos
creemos en Jesucristo y en la Palabra de Dios y tanto Uno como la Otra afirman
rotundamente que el demonio no solo existe, sino que su actividad es frenética
en la actualidad, no de la manera que la imaginación de los cineastas plasman
en sus creaciones, sino que su trabajo es sutil, silencioso, engañoso y rodeado
de astutas afirmaciones de su no existencia que ayudan a crear un ambiente muy
propicio para engañar a sus confiados súbditos.
Es curioso que cuando Jesús
estuvo en la tierra, tal vez fue uno de los momentos que más actividad
diabólica hubo. Satanás conoce bien la Biblia y el Plan de Salvación de Dios
que tenía que cumplirse con la muerte de Jesucristo en la cruz del Calvario, de
ahí que su ataque frontal cuando Jesús andaba por aquí, estaba destinado a un
intento desesperado de frenar o truncar ese Plan como fuese. Así que, como
digo, uno de los ministerios que Jesús más repitió fue el de expulsar demonios
de dentro de personas poseídas. Lo que sucede es que Jesús y más tarde los
apóstoles, echaban los demonios por la autoridad de Dios, nunca utilizando
exorcismos. La única vez que se usa la palabra «exorcista» en el Nuevo
Testamento es para condenar la práctica y a los exorcistas profesionales que
eran muy comunes en aquel tiempo: “Pero
algunos de los judíos, exorcistas
ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que
tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había
siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero
respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero
vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando
sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de
aquella casa desnudos y heridos.” (Hechos 19:13-16). El fracaso de los
exorcistas en Hch.19 no se debió a la ineficacia del conjuro, sino a que no
conocían a Cristo, cuya autoridad reconocían los demonios.
Así que, por de pronto, lo que damos
por hecho es la existencia del Demonio basándonos en lo que de él encontramos
en la Biblia ya desde el Génesis, siendo el triste protagonista de la tentación
que llevó a la caída del hombre en el pecado y, como consecuencia, en la
enemistad con Dios (Génesis 3).
Los adjetivos que de su carácter
se revelan nos dan una idea de cómo es: malvado, orgulloso, sutil, feroz y
cruel, cobarde, engañoso, mentiroso y padre de mentira, poderoso… Cualquiera de
los nombres y títulos que recibe en la Palabra de Dios describen a alguien con
mucho poder, amigo del mal, enemigo de Dios y de sus hijos, terriblemente cruel
en sus ideas destructivas y muy capaz de poseer a alguien si tiene la
oportunidad de hacerlo de ahí que el Señor lo llame “espíritu inmundo”. No
obstante, el más astuto logro del diablo es persuadirnos de que él no existe.
Es por ello que la ciencia médica trata siempre de demostrar que muchos de los
llamados “casos de posesión” pueden ser debidos a un trastorno de identidad o a
una epilepsia, sin embargo los pasajes bíblicos distinguen estas dos facetas,
la enfermedad y la posesión: “Su fama
corría por toda Siria y le trajeron todos los que tenían males: los que
padecían diversas enfermedades y dolores, los endemoniados, los lunáticos y los
paralíticos. Y él los sanó” (Mt.4:24). Una persona poseída no responde a un
tratamiento médico sencillamente porque no se trata de una enfermedad física
sino de un problema espiritual y grave, ya que cuando los discípulos no fueron
capaces de expulsar un demonio de un poseído, Jesús les dijo: “Este género de demonios sale sólo con
oración y ayuno”, dándonos a entender que casos como aquel requerían una
mayor intensidad en la fe y en la oración. ¡Pero no con un exorcismo!
El exorcismo es una práctica de
algunas iglesias, como la católica, y de movimientos religiosos
intereclesiásticos como el carismático. Si buscamos un poco de información
veremos que los exorcismos se encuentran desde la más remota antigüedad, los
encontramos entre los ritos asirios y babilonios, aparecen entre los sacerdotes
taoístas, los budistas, etc. En el libro apócrifo, para los judíos, de Tobías,
se quema el hígado y el corazón de un pez con incienso, expulsando un demonio
por los aires hacía Egipto.
Nada de esto encontraremos en los
libros del Antiguo Testamento donde se relaciona, y rechaza, cualquier rito de
este tipo con el ocultismo, algo que rechaza y condena Dios taxativamente: “Cuando entres a la tierra que Jehová tu
Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones.
No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni
quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni
encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es
abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones
Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti. Perfecto serás delante de
Jehová tu Dios. Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a
adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios” (Dt.18:9-14).
Cualquiera de los procedimientos aquí escritos para ejercer en el mundo
espiritual, chocan frontalmente con Dios y con Su Palabra, desde el principio.
Cualquier relación con el mundo espiritual de maldad, es un alejamiento del
mundo espiritual divino. Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en Él.
¿Cómo actúan entonces los
cristianos ante un caso de posesión diabólica? Pues como lo hicieron Jesús y
sus Apóstoles: con palabras. En todos esos “encuentros” no vemos peleas, ni
enfrentamientos, ni un ritual, nada, solamente con una orden en el Nombre de
Jesucristo, la persona queda liberada ¿por nuestro poder? En absoluto, sino por
el poder de Dios en el Espíritu Santo que mora en cada uno de sus hijos: “Pero vosotros tenéis la unción de parte del
Santo y conocéis todas las cosas”, “En esto sabemos que permanecemos en él y él
en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Juan 2:20 y 4:13).
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