Decía el Dr. Pablo Martínez Vila
en una de sus conferencias, que a los creyentes se les tiene por esos
“pobrecitos” que no ven mucho más allá de sus narices y que creen Dios como
podrían haber creído en otra cosa, porque sus conocimientos son escasos y así
también tienen una vana esperanza a la que aferrarse en su triste vida. Por eso
me gusta cuando me encuentro con las declaraciones de algunos afamados
científicos que la sociedad parece querer ocultar para no hacer demasiada
“publicidad” de su fervor por el Creador. Tal vez no sean frases contundentes o
decisivas, pero añaden un punto de ánimo a aquellos que se sientan desanimados
o inseguros en su fe. Sé que la Palabra de Dios es mucho más afectiva que las
palabras de los hombres, pero, no deja de ser interesante.
El astrónomo inglés Isaac Newton
(1642-1727) decía: “He visto pasar a Dios por delante de mi telescopio”. Me
recordó esta frase aquel pasaje en el que Elías va al monte Horeb (Sinaí) y
dice el relato que Jehová pasaba y “hubo un sonido apacible y delicado. Y
sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de
pie a la entrada de la cueva.” Elías si había asistido al paso de la presencia
de Dios. El señor Newton apreció el lenguaje de la creación que habla, sin
palabras, del Creador.
El naturalista sueco Linné
(1707-1778) también declaró: “Cuando escruté sus obras, vi pasar a Dios por
delante de mí.” Chocan estas palabras con la de aquel astronauta que desde la
cabina de su cohete decía que ya habían dado varias vueltas a la tierra y no
habían encontrado ni rastro de Dios.
El entomólogo francés Henri Fabre
(1823-1915) pensaba lo mismo: “No puedo decir que creo en Dios, ¡lo veo!”.
“Porque lo invisible de él –su eterno poder y deidad – se deja ver desde la
creación del mundo, siendo entendido en las cosas creadas” (Romanos 1:20). Esto
es lo que Newton, Linné y Fabre dijeron “ver”. La huella del creador, el sello
de su sabiduría y poder infinitos.
Es curioso que al “padre” de la teoría
de la evolución, Charles
Darwin (1809-1882), se le atribuya esta frase: “Jamás
he negado la existencia de Dios. Pienso que la teoría de la evolución es
totalmente compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la existencia
de Dios me parece la imposibilidad de demostrar y comprender que el universo
inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre hayan sido frutos del azar”.
Vaya. Algunos tendrían que pararse a pensar porqué el Sr. Charles dijo esto.
Muchos grandes científicos llegan a estas conclusiones cuando ven lo “invisible
de él”. Si no, estemos atentos a la frase de D. Thomas Alva Edison (1847-1931): “Mi máximo respeto y mi máxima admiración a todos los ingenieros, especialmente al mayor de todos ellos: Dios”. Dice que el Sr. Edison hacía un invento cada 15 días en su vida adulta. A él le debemos los perfiles tecnológicos de las películas, el fonógrafo y no digamos de las industrias eléctricas y el teléfono. Sin embargo, parece que también en la investigación de la ciencia y en la profundidad de la sabiduría, llega a la misma conclusión que el escritor de Proverbios:”El temor de Jehová es el principio del conocimiento” y recordemos que no hablamos de temor miedoso, sino de una sumisión reverente ante el Dios todopoderoso y omnipotente.
El astrónomo Nicolás Copérnico (1473-1543),
hablaba en parecidos términos: “¿Quién que vive en íntimo contacto con el orden
más consumado y la sabiduría divina, no se sentirá estimulado a las
aspiraciones más sublimes? ¿Quién no adorará al Arquitecto de todas estas
cosas?”. Pues ya ve usted, señor Copérnico, con el paso de los siglos tal vez
hayamos podido avanzar tecnológicamente hablando, sin embargo, a más
conocimiento, más alejamiento del Arquitecto de todas estas cosas, cuando Él,
incansable, no cesa de repetir: “¡Venid a mí!”
Al mismo Newton se le atribuye
otra frase muy en esta línea: “Lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos un
inmenso océano. La admirable disposición y armonía del universo, no ha podido
sino salir del plan de un Ser omnisciente y omnipotente”. No de una explosión, como
se afirma ahora. Desde cuando una explosión genera orden. Bueno, los sabios
científicos se han buscado la explicación con el único objetivo de eliminar al
Arquitecto de sus planes y demostrar al mundo que ellos son autosuficientes,
que no necesitan reconocer a nadie. Dios a los ateos los llama necios: Tonto,
estúpido y necio son adjetivos del idioma español referidos a la persona que
posee una inteligencia escasa, alguien torpe o con una conducta poco pertinente
(Wikipedia).
Solo los grandes científicos y
sabios tienen la humildad suficiente de postrarse ante la grandeza y la
sabiduría del Dios de los cielos, como André-Marie Ampere (1775-1836), el
descubridor de la Ley fundamental de la corriente eléctrica: “¡Cuán grande es
Dios, y nuestra ciencia una nonada.”
Alguien podría pensar: “Bueno,
los ejemplos que me estás diciendo son de personas de siglos pasados, todavía
influenciados por la religión, algunos es verdad que son famosos y conocidos
por sus grandes descubrimientos pero ellos fueron criados con padres religiosos
y eso, queramos o no, ha hecho mella en su mente y en sus pensamientos y por
eso llegaban a esas conclusiones…” Pudiera ser, pero si buscamos entre los
científicos más cercanos a nuestra época encontramos ejemplos muy parecidos y
es que, como ya he dicho más veces, el corazón del hombre no ha cambiado con el
paso del tiempo; solamente Cristo es el que lo puede cambiar.
Howard Aiken (1900-1973),
matemático e ingeniero dijo: “La moderna física me enseña que la naturaleza no
es capaz de ordenarse a sí misma. El universo supone una enorme masa de orden.
Por eso requiere una “Causa Primera” grande, que no está sometida a la segunda
ley de la transformación de la energía y que por lo mismo, es Sobrenatural”.
Suena muy actual ¿verdad? El orden en el universo, en la Creación, es una de
las razones que más le da que pensar al hombre. Veamos otra frase de algún
científico reciente: “Era casi un ateo prácticamente en la niñez. La ciencia
fue la que me llevó a la conclusión de que el mundo es mucho más complejo de lo
que podemos explicar.
El misterio de la existencia solo puedo explicármelo
mediante lo sobrenatural”. Allan Sandage (1926- ) Astrónomo, calculó la
velocidad de expansión del universo.
Creo que podríamos llenar páginas
y páginas de declaraciones que, proviniendo de quien provienen, todavía tienen
el poder de dejarnos estupefactos ante algún arrebato de sinceridad de estas
ilustres personas. Pero para nosotros no debería ser una sorpresa, muchos
siglos antes, la inspiración divina guiaba a los profetas a escribir
revelaciones semejantes en las Escrituras:
“¿Quién midió las aguas con el
hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la
tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados?
¿Quién enseñó al Espíritu de
Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado?
¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la
senda de la prudencia?
He aquí que las naciones le son
como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le
son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo… Como nada son
todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos
que nada, y que lo que no es.
¿A qué, pues, haréis semejante a
Dios, o qué imagen le compondréis?
Levantad en alto vuestros ojos, y
mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por
sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su
dominio.
¿No has sabido, no has oído que
el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No
desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo
alcance.” Amén.
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