Estos días se respira el ambiente navideño. No solo por lo
iluminadas que están las ciudades y por lo animado de los comercios, centros
comerciales y todos los derivados dedicados a satisfacer la vorágine compradora
que entra en las “vísperas” (ahora es doble la festividad), del Papa Noel y los
Reyes de Oriente, sino por los mil y un anuncios de colonias que salen en la tv
y la lista de ONGs, Organizaciones Humanitarias y demás que se dedican a pedir
ayuda apelando al amor que impera en la Navidad y al susodicho “ambiente” que
todo lo impregna de generosidad y compasión, como si el resto del año no
hubiese necesitados y enfermos de todos los tipos.
Dentro de esta última línea, hoy he visto un pequeño
reportaje sobre los niños enfermos de un hospital que habían hecho un vídeo para
recaudar fondos; se veían niños sin pelo, con sus sonrisas tristes, bailando y
cantando junto con sus enfermeras. Todo muy bonito pero en el fondo se te
humedecen los ojos mirando a esas criaturitas mientras escuchas: los niños son
felices en cualquier circunstancia, siempre buscan una forma de jugar estén donde
estén.
No hace mucho leí la historia de Silvia. Silvia es una mujer
que se sentía muy feliz en su cómoda casa, se sentía querida y muy bendecida,
Pero un día le diagnosticaron leucemia y le dijeron que debía empezar inmediatamente
la temida y con tan mala prensa, quimioterapia. Como tantas otras, como tantos
casos que surgen cada día como si de una pesadilla contagiosa se tratase…, pero
Silvia es cristiana y cuando le llegó la hora de entrar en el hospital, le
pidió a Jesús que la acompañara y que le hiciera sentir su presencia.
Personalmente, nunca tan cerca he sentido en mi vida al
Señor como en los momentos que, por diversas circunstancias, he tenido que
pasar por el quirófano.
Silvia tuvo que sufrir siete meses de tratamiento y después
pasar por una recuperación en aislamiento parcial. Ese tiempo ella lo llamó el
del “ocio forzoso”.
En todo ese tiempo aprendió a “reducir la velocidad”, a
pensar en silencio y a descansar “en la bondad, el amor y el plan perfecto de
Dios y todo esto, independientemente de que se curara o no.”
El texto que escogió como lema fue este: “Pues el Señor tu
Dios viven en medio de ti. Él es un poderoso salvador. Se deleitará en ti con
alegría. Con su amor calmará todos tus temores. Se gozará por ti con cantos de
alegría.” (Sofonías 3:17 NIV)
Por extraño que pueda parecer, asegura que la enfermedad le
cambió la vida beneficiosamente. Esos momentos de “ocio forzoso” que aprovechó
para meditar sobre la Biblia y sobre su Salvador, hicieron que madurase
espiritualmente y le sirvieron para aprender a hacer “pausas para reflexionar”
y no vivir la vida aceleradamente como si tratásemos de vivir el tiempo que se
nos regala, lo más rápido posible, como si así lo fuésemos a disfrutar mejor
cuando que, aparentemente, es todo lo contrario.
Esto se lo he oído comentar también a personas no creyentes.
A veces la enfermedad es una forma de tocar el freno en nuestra vida, que nos
obligar a parar, mirar alrededor, fijarnos en los pequeños pero tan importantes
detalles; observar a los que nos rodean, oír, leer, meditar...
Esto es lo que parece que despierta el ambiente navideño.
De repente todo el mundo quiere ser bueno, hacer regalos, compadecerse del que está pidiendo limosna y al que no hemos visto en todo el resto del año, hacer de la Navidad un tiempo de paz y bonanza, mientras retumban en la lejanía los bombardeos que machacan inmisericordes lo que queda de Siria. De esto solo sale una pincelada en cada telediario… para “no romper el ambiente”. ¡Qué hipócritas! No quiero cerrar los ojos ni hacer oídos sordos a tanta miseria, ni en Navidad, ni en cualquier día del año. Como hizo ese hombre en no sé qué pueblo de Cádiz, que interrumpió una ‘importantísima’ reunión del Ayuntamiento sobre los millones que se iban a gastar en ‘publicidad’, mientras él y sus hijos, desahuciados de una vivienda que no podía pagar por falta de trabajo, vivían en una chabola, una especie de garaje de trastos, lleno de humedades y de cosas amontonadas, posiblemente de su antigua casa…
De repente todo el mundo quiere ser bueno, hacer regalos, compadecerse del que está pidiendo limosna y al que no hemos visto en todo el resto del año, hacer de la Navidad un tiempo de paz y bonanza, mientras retumban en la lejanía los bombardeos que machacan inmisericordes lo que queda de Siria. De esto solo sale una pincelada en cada telediario… para “no romper el ambiente”. ¡Qué hipócritas! No quiero cerrar los ojos ni hacer oídos sordos a tanta miseria, ni en Navidad, ni en cualquier día del año. Como hizo ese hombre en no sé qué pueblo de Cádiz, que interrumpió una ‘importantísima’ reunión del Ayuntamiento sobre los millones que se iban a gastar en ‘publicidad’, mientras él y sus hijos, desahuciados de una vivienda que no podía pagar por falta de trabajo, vivían en una chabola, una especie de garaje de trastos, lleno de humedades y de cosas amontonadas, posiblemente de su antigua casa…
El hombre, desesperado, amenazó a los allí presentes que
como le pasase algo a alguno de sus hijos, prendería fuego al Ayuntamiento. Ahí
no había hipocresía, ahí había lágrimas, impotencia y desesperación. La noticia
terminaba bastante felizmente después de verse esas escenas desgarradoras, con
el comunicado del Ayuntamiento que le notificaba la entrega de un piso en
alquiler, aunque el hombre todavía se preguntaba cómo lo iba a pagar. Bueno, al
menos su reacción había tocados corazones previamente sensibilizados por el
ambiente navideño conseguido por el bombardeo de los anuncios en la tv (el
bombardeo de Siria es otra cosa infinitamente peor, insufrible).
Yo me alegro de que, al menos, la Navidad produzca esto.
Todavía son pobres reflejos de la verdadera Navidad, fecha (ficticia) del
nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios; Dios haciéndose hombre para ejecutar el
único Plan de Salvación aceptado por Dios: morir voluntariamente para pagar el
precio de nuestro pecado; el Justo por los injustos.
En la época en la que yo buscaba respuestas, ésta era una de
las preguntas a la que más vueltas le daba: Si Dios no existe, si Jesús murió
martirizado y no resucitó, ¿por qué tanto impacto? ¿por qué el calendario se
detiene ahí? ¿por qué tanta fiesta a nivel mundial? ¿por qué es tan especial
esa historia? Luego entendí que la razón es que todo lo que Dios hace es así:
especial, bello, único, incomprensible, una demostración de su amor puesto en
práctica, una demostración de la naturaleza de Dios…
Hay mucha gente a la que no les gustan estas fechas: malos
recuerdos, seres familiares ausentes, y, en muchos casos, una amargura
producida por el rechazo a todo lo que tiene relación con Dios y Su obra,
cuando que ha sido Él el protagonista de la Historia más bella de amor jamás
contada.
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