“Y al ver las
multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas
como ovejas que no tienen pastor.” (Mateo 9:36)
Ayer he estado frente a un grupo de gente… incrédula. Y hoy,
pensando en esto, me acordé de Jesús mirando a las multitudes que él veía como
acosadas y desamparadas, como un rebaño de ovejas asustado, sin un pastor que
las guiase, que les diese la confianza necesaria sabiéndose protegidas por
alguien sabio y fuerte, por alguien con recursos…
Jesús sintió compasión. Yo sentí impotencia. Sé que yo no
puedo convencer a nadie, pero a veces siento que me gustaría gritarles ¿no veis
que vais directos al precipicio?
“Y cuando él
(Espíritu Santo) venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio.” (Juan 16:8)
Veo las miradas, miradas sonrientes, despectivas o compasivas,
según como lo interpretes, miradas ansiosas por qué termines pronto y… ¡a otra
cosa!
Pero quiero ver la mirada de Jesús: compasiva, emocionada,
triste ¿qué le provoca esto? Su amor por la gente.
La gente de su época tenía poderosos líderes religiosos y
políticos, sin embargo Jesús los ve desamparados ¿qué sucede con esos líderes?
Aquellos líderes no les ofrecían consuelo con su ‘legalidad’ abusiva y su
ostentación…, apariencias, “sepulcros blanqueados” les llamaba Jesús, una
apariencia externa aceptable, pero, en su interior… nada. Y por otro lado, sus
líderes políticos no tenían ningún tipo de orientación útil, Israel era un
pueblo dominado por una gran potencia extranjera por tanto se trataba de un
pueblo abatido, doblegado por las cargas y los impuestos. Por tanto, aquellos “pastores”
no pastoreaban a las ovejas, más bien las explotaban para su beneficio egoísta.
La compasión de Jesús era una conmoción interior de los
sentimientos buenos y sinceros del Maestro, era una visión que iba más allá,
era una visión de los sentimientos, del corazón de las personas y esa visión lo
llevaba a comparar con lo que Él les traía, con la paz que les ofrecía, con la
libertad que aseguraba llegarían a conocer, cosas que, sin embargo, rechazaban.
Incomprensiblemente, preferían seguir así, “a
lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron”, “la luz ha venido al mundo, y
los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Porque todo aquel que practica lo malo aborrece la luz, para que sus obras no
sean censuradas.”
(Juan 1:11; 3:19-20).
Mateo describe con dos palabras lo que Jesús vio en las
multitudes. “Acosadas”, es la traducción de la palabra griega que significa ‘abatidas’,
‘azotadas’, ‘agotadas’, ‘afligidas’. La otra palabra es “desamparadas”
traducida de la palabra que puede también querer decir ‘tiradas’, ‘echadas’, ‘esparcidas’,
‘desparramadas’. Jesús estaba mirando su necesidad espiritual igual que la mira
hoy en la gente que se cruza con nosotros. Y lo digo consciente de que, Jesús, después
de sentir compasión profunda por la gente espiritualmente perdida, se dirigió a
sus discípulos, o sea, se dirigió a mí para decirme: “la mies es mucha y los obreros pocos”. Es mucho el campo
evangelístico que tenemos que atender… tenemos que atender… ¡tenemos que
atender! Siento que me dice “¿Estás mirando a las multitudes como yo? ¿Sientes
en tu interior tu responsabilidad como discípulo mío? ¿Ves la cantidad de
cosecha que yo veo, cosecha madura, dispuesta para la siega? ¿Estás dispuesto
para trabajar para mí?”
“Entonces llamó a sus
doce discípulos…y los envió Jesús, dándoles instrucciones: “…id, más bien, a
las ovejas perdidas de la casa de Israel.” (Mt.10:1,5-6)
Las instrucciones de Jesús en aquel momento llevaban a sus
discípulos a anunciar “el reino de los cielos” a Israel, el epicentro de
expansión del Evangelio en el mundo, “…y
me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de
la tierra”. Dice el texto: “Jesús les mandó”, Jesús nos mandó… ¡oh Señor!
¿Acaso no veo a las multitudes a mi alrededor necesitadas del “agua de vida”
que mana de Cristo mismo? ¿Entonces qué sucede? ¿No dice el apóstol Pablo que “el amor de Cristo nos impulsa”? ¡Oh
Señor! El amor de Cristo nos impulsa para que anunciemos que Él murió por todos para que los que viven para
si ya no vivan más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos…Y
todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y
nos dio el ministerio de la reconciliación;… Así que, somos embajadores en
nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en
nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
Os rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!
“Si Señor, veo a las multitudes desamparadas y necesitadas y
siento esa compasión por ellas porque, como ovejas que no tienen pastor, no
tienen una orientación clara del sentido de la vida, del futuro, de la
esperanza que mana de ti, del mensaje salvador del evangelio proclamado en la
cruz a través de los siglos y rebotado en oídos sordos en oídos como aquellos
que mataban a Esteban, el primer mártir de la Iglesia, quienes gritando a gran voz, se tapaban los oídos y
a una se precipitaron sobre él. Tienen que gritar y tienen que taparse los
oídos para rechazarte, Señor, por eso siempre repetías cuando terminabas de
hablar: “El que tiene oídos para oír, oiga”.
Sí Señor, cuando me entregué a ti y te reconocí como mi
Salvador, me entregué para que fueses mi Señor y yo tu siervo. Ahora me pides
que te sirva comisionándome para la Obra de la extensión de tu Reino. Sí Señor,
te pido que me des palabra como pidieron tus hijos cuando empezaba la iglesia y
con ella, la persecución del enemigo y las barreras para que no se expandiera: “Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que hablen Tu Palabra
con toda valentía”. Que así sea.”
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