miércoles, 8 de junio de 2016

Relación

Hay una ceguera, Padre, que penetra en lo más hondo del alma humana, opacando tu rostro. El mundo está en mi contra. Mi carne conspira contra mi alma. Y el enemigo de mi alma lucha por alejarme de la bendita luz del evangelio. Te ruego que mi corazón se vea inundado por el fulgor de tu sonrisa. Que tu luz expulse por siempre la oscuridad espiritual que entorpece mi relación contigo. En el nombre de Jesús, amén.

(A.W.Tozer, de su libro “El poder de Dios para tu vida”, Ed. Portavoz)

Es verdad. Mi carne, es decir mi yo, esa personita rebelde y orgullosa que habita en mí, conspira contra mi alma en una lucha desesperada, creo que inútil, para evitar que mi relación con mi Padre vaya en aumento, se materialice, se palpe.
Cuando los pensamientos bullen en mi inquieta mente, salta como un resorte la amonestación “¡No deis lugar al diablo!” de Efesios 4:27. ¿Qué significa esto para mí? Una forma de activar el freno, un esfuerzo para que no se disparen todos los pensamientos impuros que se acumulan por salir, los malos recuerdos, los pecados de la vida pasada, todo aquello que ensucia mi mente y trata también de ensuciar la pureza de mi relación con el Señor.
Estoy cultivando esa relación. Tengo más tiempo para estar a solas con Él y he aprendido que me falta mucho para buscar la presencia de Dios en esos momentos de intimidad que describe tan bien Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo.” Creo que ya hace tiempo que he oído la llamada pero, por unas razones o por otras, he tardado en abrir esa puerta. Tal vez estuve preparando el espacio, limpiándolo, acondicionándolo para que mi Señor entrase. Por unas razones y por otras ese momento ha llegado, pero todavía no estoy muy consciente de la situación. Creo que falta algo por mi parte en esa preparación para ese encuentro. Todavía veo borroso, a lo mejor falta algún detalle, mi carne, esa personita rebelde y orgullosa que habita en mí, no está satisfecha; le cuesta deshacerse de ese semi-poderoso yo. Ese yo es insaciable, quiere más, más de todo lo efímero, más de sus caprichos, de sus deseos materiales… Enseño a los demás que la lucha contra ese yo dura toda la vida. Soy plenamente consciente que es así, pero también lo es el Señor; lo sé porque lo repite muchas veces en Su Palabra lo cual, para mí, es una evidencia de la importancia de esa lucha. No es solamente cosa mía, nos pasa a todos los creyentes. “Con respecto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está viciado por los deseos engañosos;” (Efesios 4:22). En el comentario a los Efesios de Samuel Pérez Millos encuentro una definición muy precisa: “La potencialidad de la obra de Dios en la Cruz de Cristo, revierte el poder del viejo hombre, con su yo arrogante y opuesto a Dios, de modo que surja la realidad del nuevo hombre, que es una creación en Cristo, de manera que vive a Cristo (Filipenses 1:21), y se sustenta en el poder de Cristo (Filipenses 4:13).” Y un poco más delante leo: “No debe olvidarse que en el creyente, creado en Cristo Jesús para buenas obras (Efesios 2:10), permanece la vieja naturaleza, que solo será separada de él en la glorificación… En ocasiones, la vieja naturaleza hace su aparición con su poder de atracción y arrastra al creyente que ha dejado de depender de Jesús, por medio del Espíritu, lo que Pablo llama “vivir en el Espíritu” (Gálatas 5:16), a las pasiones y concupiscencias propias de la carne, elemento potencial de la vieja naturaleza (Santiago 1:14). Esa es la razón por la que el apóstol exhorta a despojarse, que expresado mediante un aoristo de infinitivo indica una acción completada hasta llevarse a cabo plenamente, de otro modo, podría considerarse la idea de ir despojándose de la forma propia de vida de la naturaleza caída… La perfección plena, no se logra en esta vida, sino en la glorificación, cuando el creyente sea separado de la presencia del pecado. Mientras tanto, hemos de decir con el mismo apóstol: “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea perfecto;… Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 12a-14). Bajo esa verdad se comprende la demanda de “despojarse” del viejo hombre, para permitir la renovación progresiva y continua del nuevo hombre hacia la perfección (Colosenses 3:10).”
Yo sólo no puedo pero el Espíritu Santo que mora en mí, que mora en cada uno de los que hemos recibido al Señor Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, me ayuda en esa batalla.

“Señor, es una batalla que quiero ganar porque necesito vivir tu presencia en santidad. Tú conoces mis pensamientos. Tú sabes mis defectos y los problemas que tengo que vencer. Tu Santo Espíritu me guía y me ayuda, lo sé. Quiero crecer en nuestra relación personal. Quiero hacerlo con humildad, con reverencia, consciente de mi pequeñez y mi debilidad, consciente de todo aquello en lo que te fallo pero que, con tu ayuda, quiero superar. Sé por Tu Palabra que ese también es Tu deseo porque todo lo que nos rodea nos encamina a esa victoria, lo que me dices en Tu Palabra lo corrobora; quieres un ejército de valientes decididos y convencidos del poder de su Rey. Quiero formar parte de ese ejército. Aumenta mi confianza. Quiero vestirme cada día del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad. Te lo pido en el Nombre de Jesús, amén.”

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