Hace unos día leí este comentario en la hoja del calendario
de La Buena Semilla: “En el curso de una
entrevista, un editorialista declaró:
“Hemos pasado a un período de incertidumbre en cuanto a nuestros valores”.
Hablaba de nuestros valores morales, los que gobiernan nuestro comportamiento
en la sociedad actual. En los países cristianizados estos valores se apoyaban en
gran parte en la Biblia. Hoy todos esos valores son cuestionados porque Dios y
su Palabra han sido dejados de lado o ignorados.”
Unos días más tarde, leyendo el libro “Verdad y
transformación” de Vishal Mangalwadi, un destacado intelectual y conferenciante
cristiano de la India, encontré un comentario muy similar: “La verdad se perdió
por causa de la arrogancia intelectual que rechazó la revelación divina e
intentó descubrir la verdad apoyándose exclusivamente en la mente humana… La
Inglaterra del siglo XVIII estaba tan corrompida como mi país; fue transformada
por el avivamiento religioso dirigido por John Wesley, fundador de la Iglesia
Metodista.”
No es la primera vez que escribo sobre el tema de la
“pérdida de valores en la sociedad actual”, pero es curioso que me lo encuentre
continuamente, como si urgiera la necesidad de hablar de esta pérdida,
básicamente por los inconvenientes que supone para esta sociedad postmoderna. Mires
para donde mires, el comportamiento de las personas públicas que deberían ser
un ejemplo para los demás, destaca una y otra vez por el escándalo, la
corrupción, las malas maneras… y esto afecta a la sociedad en general que
parecer amoldarse con demasiada velocidad, diría yo, a una forma de
comportamiento que practica tanto el político más afamado como el niño en el
patio del colegio o en el parque; las películas sobre el viejo oeste están de
moda: “ciudad sin ley”. La repetición de conductas irresponsables sin tener en
cuenta los principios más básicos de convivencia, están haciendo que la gente
se acostumbre a que “eso” es normal y que la pérdida de valores en la sociedad
sea un problema irremediable como el cambio climático, la contaminación de los mares
o la desaparición de especies de animales. Lo que realmente alarma es que
parece que nadie se da cuenta del alimento continuo que reciben nuestros
jóvenes en la televisión y el cine para que desaparezca el gusto por la
educación, el civismo, el respeto por los demás. Parece que es más interesante
vivir al límite, buscar el enfrentamiento, conseguir las cosas que se desean
sin esfuerzo, robando si llega el caso. Se oyen continuamente las formas de
incumplir la ley sin que tenga consecuencias (“¡total no pasa nada!”). Se
ufanan de “subir a la red” la última gamberrada, pelea entre jóvenes, etc., importándoles bien poco el hecho de que la
misma policía pueda llegar a conocer la identidad de los infractores. Es como
si la expresión “¡a donde vamos a llegar!” se le atribuyese a las personas
mayores que “están pasadas” y no saben que los tiempos han cambiado y hoy está
de moda romper con la rigidez de una sociedad caduca.
¿Se han perdido definitivamente los valores morales? No.
Están a disposición de todo el que los quiera encontrar y ejercitar y todos
estamos en disposición de potenciarlos si no queremos que este mundo se
convierta en lo que pronostican las películas futuristas que auguran un mundo
devastado y dominado por las armas, la violencia, la fuerza del más bruto, la
corrupción desmedida y la injusticia.
“La Biblia fue la
responsable de que el Occidente medieval fuera la primera civilización de la
historia que no descansó sobre las espaldas de sudorosos esclavos.” escribe
Mangalwadi. La Biblia sigue siendo desde hace miles de años, una guía segura. “Tu palabra es verdad”, dijo Jesús en su
oración de Juan 17. “Si os mantenéis
fieles a mis enseñanzas, seréis realmente mis discípulos; y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). La vida cristiana
ejercita y fomenta los valores morales de convivencia. El Señor nos pide que
seamos luz y sal en este mundo; la luz despeja las tinieblas y el caos; la sal
recobra el sabor de la vida sana y cívica. “Dejen
que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su
Padre celestial”. Como seguidores de Jesucristo somos responsables de que
esta sociedad no pierda “el sabor” de la vida abundante en el sentido de que la
vida tiene un propósito y un valor que la apatía general y la desinformación
está olvidando. Los creyentes tenemos un testimonio que habla de la esperanza
que hay en Cristo y de la existencia real y inequívoca de Dios ante quien
tendremos que rendir cuentas al final de nuestros días. No se trata de creer en
temores y temblores para someter y paralizar a la gente, sino de todo lo
contrario: ¡ser libres! ¿Por qué? Porque estando de parte de Dios estamos de
parte del Creador, Soberano, Dueño y Señor de la creación, y no solo eso,
también es nuestro Salvador y el que da sentido a la vida, un propósito, una meta que afecta a
nuestra manera de vivir de manera que nuestra conducta y testimonio ante los
demás le da un sabor especial y agradable a la sociedad que nos rodea. El
verdadero cristiano respeta las leyes vigentes y si detecta alguna injusticia o
error en su aplicación, tiene valor y bases en las que afirmarse para protestar
y exigir justicia en donde sea necesario. El verdadero cristiano procura el
bien de sus conciudadanos, practica el civismo, su familia es ejemplo de amor y
educación, es ejemplo de responsabilidad y profesionalidad en el trabajo… Sal,
sabor en medio de una sociedad corrompida, mentirosa, avara, egoísta…