martes, 14 de enero de 2020

La oveja perdida

el buen pastor da su vida por sus ovejas
Hoy hemos hablado de la parábola de la oveja perdida (Lucas 15:1-7), una parábola que nos revela cómo
Dios ama y recibe a los pecadores. Jesús contó esta parábola porque los hipócritas del momento estaban murmurando sobre él porque se juntaba con los cobradores de impuestos y otras personas que ellos consideraban de lo peor, como podían ser los gentiles (no judíos), prostitutas, pobres, enfermos, leprosos, etc., Jesús no hacía acepción de personas porque Él había dicho que había venido al mundo a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10) y hasta se escandalizaban porque, a veces, comía con ellos. Antes esta reacción, Jesús les cuenta esta parábola.
Todos nos podemos identificar con la oveja perdida, igual que con el hijo pródigo o con cualquier ejemplo de pecador que Jesús quiera señalar, porque todos reconocemos que, sin Jesús, seguiríamos tan perdidos como esa oveja que se aparta de la manada, toma un rumbo equivocado y se arrima a zonas peligrosas dónde puede acabar mal herida o incluso morir. Una oveja fuera del rebaño tiene todas las papeletas para morir, sea despeñándose por un barranco, sea en las fauces de cualquier fiera hambrienta. Por definición, cada oveja pertenece a un rebaño; no es normal una oveja sola sin rebaño y sin pastor. Una oveja sola no sobrevive, no crece; por definición vive en el contexto de un rebaño y bajo el cuidado y la vigilancia de un pastor.
Jesús habla de un pastor que tiene 100 ovejas. Es una parábola y la importancia está en que de esas 100, sólo una se pierde. Pero Jesús le da mucha importancia a esa oveja que se ha extraviado de la manada.
Es curioso cuantos relatos y ejemplos hay en la Biblia sobre ovejas y sobre pastores. El salmo más conocido a todos los niveles es el salmo 23, en donde se nos habla de que Dios es nuestro Buen Pastor: “El Señor es mi pastor; tengo todo lo que necesito. En verdes prados me deja descansar; me conduce junto a arroyos tranquilos. Él renueva mis fuerzas. Me guía por sendas correctas, y así da honra a su nombre. Aun cuando yo pase por el valle más oscuro, no temeré, porque tú estás a mi lado. Tu vara y tu cayado me protegen y me confortan” (Salmo 23:1-4 NTV). Reconozco que en situaciones difíciles he tenido esta oración en mis labios y en mi mente buscando la paz que me da el saber que suceda lo que suceda, Dios me protege y me conforta de una manera real, no imaginaria ni frustrante; es en esos momentos difíciles cuando Su Presencia es más real y cercana. Es una bendición saberse dentro del rebaño del Buen Pastor, tener su protección, su guía y su ayuda en los momentos que pedimos socorro. Aunque parezca mentira, al igual que las ovejas, una persona fuera del rebaño de Dios no “sobrevive”. Parece mentira porque hay muchas personas que dicen no necesitar a Dios, suponiendo que exista. Esas personas son ovejas sin pastor. Así veía Jesús a las multitudes que lo buscaban: “Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (Mateo 9:36). O sea, en otras palabras, personas sin una meta clara, sin un propósito, sin esperanza y sin luz. Jesús habla de un rebaño y un pastor, y se anuncia: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas” (Juan 10:11). Aquella oveja perdida puede estar al borde de un precipicio, o en el lugar más inaccesible que te puedas imaginar. Jesús va a ir a rescatar a esa oveja, aunque arriesgue su vida por salvarla. De hecho, Él vino al mundo a morir por los pecados de todos, o sea que literalmente ha dado su vida en sacrificio por las ovejas, aunque muchas de ellas han preferido “ser dueñas de sí mismas y forjar su destino, toman caminos diferentes a aquellos por los que el pastor las guía. El habitual deseo ovino de emanciparse y que conduce a estar… ¡perdida!” (Oscar Pérez, en la meditación para hoy del programa para la Semana Unida de Oración de la Alianza Evangélica Española AEE).
Los que hemos recibido a Cristo como Nuestro Señor y Salvador, reconociendo que ha muerto en nuestro lugar, pagando el precio de nuestro pecado, por amor a nosotros, queremos ser ovejas agradecidas por la identidad que Dios nos ha dado: ovejas del Buen Pastor, hijos de Dios, coherederos con Cristo. En nuestro interior hay gozo y agradecimiento a Dios porque en su día, cada uno en aquel momento importante y decisivo para nuestras vidas, Él ha salido a buscarnos cuando estábamos perdidos, sin esperanza, sin una meta, y nos ha llevado a su redil. A partir de ese momento hemos tenido al Pastor de los pastores, nuestro guía, nuestro descanso, nuestra esperanza, nuestro reposo en Jesucristo. Él dijo: “Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como también mi Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre. Así que sacrifico mi vida por las ovejas.” (Juan 10:14). ¡Qué grande es oír estas palabras del Pastor, saber que Él me conoce es lo más increíble!
Porque cuando formamos parte de Su rebaño, como los buenos pastores conocen a cada oveja, le ponen nombre, la distinguen y saben cuales son sus defectos y sus virtudes, así Jesús nos conoce a cada uno personalmente porque al aceptarlo como nuestro Pastor, Señor y Salvador, nuestra relación con Él es personal e intransferible, sorprendiéndonos de que aún sabiendo como somos, nos ame de la manera que lo hace.
Al terminar la parábola, el pastor que ha ido en busca de la oveja perdida y la encuentra, llama a sus vecinos y amigos para celebrar con ellos que ha encontrado a aquella oveja que ya daba por muerta Y termina diciendo: “De la misma manera, ¡hay más alegría en el Cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios que por noventa y nueve justos que no se extraviaron” (Lucas 15:7).
Las preguntas quedan escritas para que cada uno las responda sinceramente, en conciencia, sabiendo que actitud ha preferido ante la realidad del regalo de la Salvación: Y tú, ¿de quién eres? ¿Qué voz escuchas? ¿Necesitas arrepentirte? ¿A quién sigues? ¿Por qué caminos andas? ¿Al lado de quién caminas?

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