viernes, 14 de febrero de 2020

Como escogidos de Dios

escogidos de Dios, santos y amados, vestíos de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia
Señor, hoy he leído que soy alguien escogido por ti; concretamente estaba leyendo este texto: “Por tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vestíos de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.” (Colosenses 3:12). No puedo entender por qué me has escogido, mi mente no lo puede asimilar y mi corazón tampoco pero tu afirmas que “a los fieles en Cristo Jesús… nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.” (Efesios 1:1, 3). ¿Cómo voy a entender que antes de la fundación del mundo ya me tuvieses en tu mente? Solo sé que esta es la maravillosa salvación que has provisto. Como leo también en esta carta de Efesios, “nos has bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales.” (Efesios 1:3). Leo en las notas de mi Biblia (RVA) que “los lugares celestiales es el lugar donde se encuentran todas las bendiciones espirituales: 1) Las de Cristo, sentado a la diestra de Dios (Efesios 1:20); 2) las de los cristianos, sentados con Cristo (Efesios 2:6); 3) las de los seres angelicales, que por medio de la Iglesia aprenden sabiduría de Dios (Efesios 3:10); 4) y las de la lucha de los cristianos contra las huestes espirituales de iniquidad (Efesios 6:12).
Busco el texto del punto 2).- “Y juntamente con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales”. Es maravilloso ver, Señor, que desde ya, para ti, estamos ubicados en los ‘lugares celestiales’, juntamente con Cristo Jesús. Es por eso que tu deseo es que “nos vistamos de profunda compasión”, porque Tú nos estás capacitando a “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo… creciendo en todo hacia aquel que es la cabeza: Cristo” (Efesios 4:13, 15), nos estás moldeando siguiendo el modelo de Jesucristo, y, cuando Él estuvo en la tierra, demostró su compasión en todos los que lo rodeaban buscando sanidad, o ayuda, o alimento: “Y cuando vio las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor.” (Mateo 9:36); “Cuando Jesús salió, vio la gran multitud y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que entre ellos estaban enfermos.” (Mateo 14:14); “Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que permanecen conmigo y no tienen que comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino.” (Mateo 15:32).
Viendo el Modelo, entiendo que te agrade que seamos compasivos si queremos ser verdaderos seguidores de Jesucristo.

También nos pides que nos vistamos de benignidad…, en otro texto nos dices que apartemos de nosotros toda malicia. Al llegar aquí, tengo que pedirte perdón Señor porque, a veces, surge ese poso de malicia que hace daño, que incordia, que no habla de alguien que ya está sentado en los lugares celestiales, por eso, Señor, te pido que el Espíritu Santo produzca en mí fruto, el fruto del Espíritu, porque dentro de ese fruto también está la benignidad (Gálatas 5:22).
Jesús dijo que aprendiésemos de Él “que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). En el texto de Colosenses nos pides que nos vistamos también de humildad y mansedumbre, por eso clamo por tu Ayuda a través del Espíritu para que cree en mí, como dice el cántico, un vaso nuevo en el que otros puedan beber, un vaso limpio de soberbia, orgullo y vanidad y que rezume humildad y mansedumbre como rezumaba Jesús; ¡cuánto me queda, Señor, para parecerme al Maestro! Porque el siguiente vestido que me tengo que poner, forma parte también del fruto del Espíritu: la paciencia. ¡Que tres galardones tan maravillosos! Humildad, mansedumbre y paciencia. Sin tu ayuda no llego, pero con tu ayuda, con tiempo, con mucha mansedumbre, quiero dejarte que labres en mí ese diamante que tú quieres que sea, oh Señor, para Tu gloria.
Bendito seas Señor, porque nos has incluido en Tu Propósito y en Tu grandísima Obra para servirte dentro de nuestra pequeñez y nuestras carencias, porque es un honor y un privilegio el que nos hayas dejado entrar a formar parte de tu Familia (Juan 1:12). Sigo leyendo el pasaje de Colosenses 3 y mi corazón se inflama de agradecimiento porque me doy cuenta de que lo que nos pides es que nos portemos como corresponde a hijos tuyos, hijos gracias a los méritos y al sacrificio perfecto de Jesucristo en la Cruz: “soportándoos los unos a los otros y perdonándoos los unos a los otros, cuando alguien tenga queja del otro. De la manera que el Señor os perdonó, así también hacedlo vosotros.” (Colosenses 3:13). Soportarnos y perdonarnos, porque Tú nos soportas y nos perdonas cada día, Padre amado. No deberíamos de pecar pero sin embargo lo hacemos, seguimos fallando, el pecado mora todavía en nosotros, pero el Espíritu Santo habita en nuestro corazón porque hemos sido perdonados por ti y es Él el que nos guía y nos da el dominio necesario para poder perdonar y soportar al hermano que también ha sido perdonado por Ti y añadido a la familia de tus hijos. ¿Cómo no vamos a soportarnos y a perdonarnos? Somos los que vamos a convivir por toda una eternidad gracias a que hemos sido salvos por gracia, tu gracia infinita, que nos redime con un precio muy alto: la sangre de Jesucristo derramada en la Cruz del Calvario.
“Pero sobre todas estas cosas – sigue diciendo Colosenses 3:14 -, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”. En la carta a los Romanos leo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” Así que tenemos doble ración de amor: por medio del Espíritu Santo que mora en el corazón de todo verdadero creyente, tenemos amor de Dios en el corazón, pero, además, nos pides, oh Padre, que nos vistamos también exteriormente de amor ¿con qué propósito? Nos lo dices en el siguiente versículo: “Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones, pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.”. El propósito es la bendición de ese ‘cuerpo’ que mencionas que simboliza la iglesia por cuya unidad y paz tenemos que perseverar y luchar con amor, paciencia y agradecimiento. El apóstol Pablo nos exhorta a ser solícitos en esto: “procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.” (Efesios 4:3). Veo, en el conjunto de los diferentes pasajes, una diligencia especial por esa unidad, por ese vínculo de amor y paz para que la Iglesia hable de Ti, no solo con palabras sino con un testimonio digno de Ti, palpable, real, que fluye de la comunión que Tú has dado a los santos, una comunión que debe ser testimonio de personas transformadas por la obra divina y maravillosa tuya por medio del Espíritu Santo.
Es maravilloso reconocer que vivimos envueltos e impregnados en ese amor que produce Cristo y que nos impulsa a los cristianos a amarnos y a servirnos mutuamente. Leo en las notas de mi Biblia: “El amor (ágape) es la marca del verdadero siervo de Jesucristo, y es sólo por la restricción que impone esa cadena que es posible encontrar la verdadera libertad para llegar a las alturas para las cuales hemos sido creados. No hay lugar más sublime en toda la tierra que el que encontramos en los traspasados pies del amor que todo lo vence.”
“La palabra de Cristo habite abundantemente en vosotros, enseñándoos y amonestándoos los unos a los otros en toda sabiduría con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando con gracia a Dios en vuestros corazones.” (Colosenses 3:16). Solamente puede venir de Ti oh Señor una amonestación tan práctica y positiva, porque nos has enseñado a que nos enseñemos y nos amonestemos unos a otros buscando esa perfección que solo encontramos en Ti; te doy gracias Señor porque de esa práctica nace un gozo y una satisfacción gloriosa, divina, celestial, que refuerza nuestra confianza y nuestra esperanza en Ti y en tus promesas, que aplica a toda nuestra vida, hasta en los más pequeños detalles, como se lee en el siguiente versículo: “Y todo lo que hagáis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él.” Amén, que así sea Señor.

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