El capítulo 11 del libro de Hebreos (Biblia) recoge grandes ejemplos de fe destacando Abraham como el ejemplo de fe por excelencia (podemos leer Hebreos 11:8-12). Como sucede con muchos creyentes verdaderos, un estudio detallado de la vida de este hombre nos habla de un proceso, de una transformación fruto de la intervención directa de Dios; es increíble pero Dios interviene siempre en el crecimiento espiritual de sus hijos y este fue el caso de Abraham.
La historia de Abraham la encontramos en el primer libro de la Biblia, concretamente en Génesis desde el capítulo 11 al 25. Aquí se registran algunos datos que hoy en día servirían para completar su perfil: era hijo de Taré, tenía dos hermanos, Nacor y Harán (quien fue el padre de Lot); nació en Ur de los caldeos y su esposa fue Sarai.
Es a partir del capítulo 12 del libro del Génesis donde empieza su historia; leemos los tres primeros versículos: “El Señor le había dicho a Abram: «Deja tu patria y a tus parientes y a la familia de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te traten con desprecio. Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti». Comienza esta historia con Dios llamando a su siervo dándole una orden bien difícil: se tiene que ir de la tierra en la que había nacido, dónde se había criado, un lugar llamado Ur de los caldeos en donde se adora a “dioses extraños”, se tiene que ir a otra tierra “que le va a mostrar”, pero Dios le añade una promesa: “Haré de ti una gran nación… Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti.”
Es Dios hablando y es Dios prometiendo, pero las cosas no se ven nada claras, al menos para nuestra corta visión humana: en Génesis 11:30 se nos dice que Sarai no podía tener hijos ¿cómo iba a hacer Dios para que Abraham fuese el primero de una gran nación, si no podía tener descendientes?
Siempre podemos hacernos muchas preguntas y estoy seguro de que Abraham también se las hizo, pero también podemos encontrar, si nos lo proponemos, muchas respuestas y Abraham seguramente puso en la balanza las dos opciones y venció claramente la parte en donde estaba Dios mismo: es Dios quien se le aparece a Abraham y le habla y antes eso Abraham podía decir confiado: “¿Hay algo imposible para Dios?” No tiene duda, su reacción fue obedecer: “Entonces Abram partió como el Señor le había ordenado.” Y nos deja una primera lección muy importante: obediencia y fe en Dios para tomar una decisión tan importante.
A veces estas decisiones vienen acompañadas de una prueba para probar nuestra fe y en este caso era una prueba dura: hambre. Podemos preguntarnos: “¿Está libre Abram como fiel súbdito de Dios, de sufrir esta prueba?” La respuesta es no; los creyentes estamos en el mundo y no estamos libres de las pruebas, como dice Santiago 1:3, nos sobrevendrán pruebas para fortalecer nuestra confianza y paciencia. En la historia de Abraham aparecen estas cosas para que entendamos que él no era alguien sobrenatural o con super poderes; como todos también tuvo sus ‘bajones’ y sufrió como consecuencia de ellos y en este caso tuvo un fallo: en lugar de presentar el problema delante de Dios para consultar, oír su respuesta y decidir, toma su ‘propia decisión’ y se va a Egipto, un país que suele representar bíblicamente al “mundo”, para buscar una solución y no solo eso, además miente para protegerse, un pecado que produce un debilitamiento en su fe expresado en estas tristes palabras dirigidas a su esposa Sarai: “…por favor, diles que eres mi hermana. Entonces me perdonarán la vida y me tratarán bien debido al interés que tienen en ti.” (Génesis 12:13).
Dios, en su bendita sabiduría y justicia, nos enseña las consecuencias de este comportamiento por medio, en este caso, de los gentiles: “Pero el Señor envió plagas terribles sobre el faraón y sobre todos los de su casa debido a Sarai, la esposa de Abram. Así que el faraón mandó llamar a Abram y lo reprendió severamente: «¿Qué me has hecho?—preguntó—. ¿Por qué no me dijiste que era tu esposa? ¿Por qué dijiste: “Es mi hermana” y con esto me permitiste tomarla como esposa? Ahora bien, aquí tienes a tu esposa. ¡Tómala y vete de aquí!». (Génesis 12:17-19). Abram es enriquecido ilícitamente, pero las consecuencias para los egipcios son grandes plagas lo que conduce a una triste escena en donde un gentil, el Faraón, reprende a un creyente que deja un pobre testimonio tras de sí: finalmente es, Abram es expulsado de allí. Finales similares son normales en los creyentes a causa de nuestra debilidad y poca fe. ¿Cuántas veces intentamos levantar nosotros solos la carga sin acordarnos del ofrecimiento de nuestro Señor? “«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana» (Mateo 11:28-30). Jesús siempre quiere ayudarnos pero el primer paso lo tenemos que dar nosotros: “¡Venid a mí!”. Una vez en Su presencia tenemos que depositar nuestra carga, nuestra preocupación en Sus manos para que Él nos haga descansar. No termina ahí la cosa. Luego dice que llevemos Su yugo; no quiere creyentes vagos. El yugo del Señor es para seguir trabajando pero ¡a Su lado! Yendo con Él nos asegura que el yugo es fácil y la carga ligera.
En términos muy parecidos eso fue lo que hizo Abraham: “Entonces Abram salió de Egipto junto con su esposa, con Lot y con todo lo que poseían, y viajó hacia el norte, al Neguev. (Abram era muy rico en ganado, plata y oro). Desde el Neguev, continuaron viajando por tramos hacia Betel y armaron sus carpas entre Betel y Hai, donde habían acampado antes. Era el mismo lugar donde Abram había construido el altar, y allí volvió a adorar al Señor.” (Génesis 13:1-4). La misericordia de Dios le abre de nuevo la posibilidad de desandar el camino que había afrontado solo hasta Bet-el, el lugar donde Dios se le había aparecido la última vez y allí tener un reencuentro con Dios y buscar en sus brazos amorosos, el perdón por su caída en la prueba.
El ejemplo de Abraham es un ejemplo actual para nosotros. Muchas veces nos llegan dificultades que no entendemos ni su motivo, ni su razón de ser, pero nuestra actitud debería de ser siempre de agradecimiento a Dios por la prueba, sabiendo que va a producir en nosotros madurez, nos va a permitir crecer espiritualmente. Pero no debemos actuar como Abram sino buscar la ayuda de Dios siempre, no buscarla en el mundo ni en nuestras propias fuerzas porque esa actitud nos conduce al fracaso, como hemos visto.
Aunque hay muchos momentos cumbre e importantes en la vida de Abraham, vamos a saltar ahora al capítulo 15 de Génesis donde encontramos a nuestro protagonista de nuevo en estrecha comunión con Dios: “Tiempo después, el Señor le habló a Abram en una visión y le dijo: —No temas, Abram, porque yo te protegeré, y tu recompensa será grande.” El Señor conocía a su siervo, sabía qué era lo que le preocupaba y como el mejor Padre se acerca a consolar a su hijo, esperando pacientemente sus palabras y Abram no se hace esperar: “Abram le respondió: —Oh Señor Soberano, ¿de qué sirven todas tus bendiciones si ni siquiera tengo un hijo? Ya que tú no me has dado hijos, Eliezer de Damasco, un siervo de los de mi casa, heredará toda mi riqueza.” (Génesis 15:2). Abram le ha dado muchas vueltas en su cabeza y no puede entender que Dios le este recordando que tendrá una gran descendencia, que será una nación incontable en número y el tiempo pasa, Sarai su esposa es ya anciana y no tienen ningún hijo. Abram llega a pensar: “¿Será que en el plan de Dios esté darle la herencia a su criado Eliezer tal y como planteaba la ley de la época?” Pero para Dios no hay nada imposible de manera que reitera su promesa: “Después el Señor le dijo: —No, tu siervo no será tu heredero, porque tendrás un hijo propio, quien será tu heredero. Entonces el Señor llevó a Abram afuera y le dijo: —Mira al cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. ¡Esa es la cantidad de descendientes que tendrás! Y Abram creyó al Señor, y el Señor lo consideró justo debido a su fe.” (Génesis 15:4-6). ¡Qué maravilloso! Abram cree a Dios y por su fe Dios lo declara justo tal y como dice Romanos 4:3.- “Pues las Escrituras nos dicen: «Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo debido a su fe»”.
Si, es a partir de esta demostración de fe de Abram que surge toda una doctrina en el Nuevo Testamento: la justificación por la fe, el ser declarados justos por nuestro Dios por medio de la fe en Él y en la obra salvadora de Su Hijo Jesucristo. Creemos por fe, según la medida de fe que Dios mismo nos da (Romanos 12:3); tenemos la certeza de que esperamos al Señor porque creemos en lo que Él prometió; estamos convencidos por fe aunque no le hemos visto. Jesús dijo: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”. Es en la carta a los Romanos donde se despliega esta enseñanza revelada en el Antiguo Testamento: “El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17).
Abraham creyó a Dios y fue justificado. Nosotros hemos creído a Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo y hemos sido justificados hasta el punto de que formamos parte de esa descendencia de Abraham, esa gran descendencia, ese pueblo más numeroso que las estrellas: “Así que la promesa se recibe por medio de la fe. Es un regalo inmerecido. Y, vivamos o no de acuerdo con la ley de Moisés, todos estamos seguros de recibir esta promesa si tenemos una fe como la de Abraham, quien es el padre de todos los que creen. A eso se refieren las Escrituras cuando citan lo que Dios le dijo: «Te hice padre de muchas naciones». Eso sucedió porque Abraham creyó en el Dios que da vida a los muertos y crea cosas nuevas de la nada.” (Romanos 4:16-17).
Podría escribir mucho más sobre la vida de Abraham pero hoy solo deseo que nos quedemos con esta lección: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa” y “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”. Amén.
La historia de Abraham la encontramos en el primer libro de la Biblia, concretamente en Génesis desde el capítulo 11 al 25. Aquí se registran algunos datos que hoy en día servirían para completar su perfil: era hijo de Taré, tenía dos hermanos, Nacor y Harán (quien fue el padre de Lot); nació en Ur de los caldeos y su esposa fue Sarai.
Es a partir del capítulo 12 del libro del Génesis donde empieza su historia; leemos los tres primeros versículos: “El Señor le había dicho a Abram: «Deja tu patria y a tus parientes y a la familia de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te traten con desprecio. Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti». Comienza esta historia con Dios llamando a su siervo dándole una orden bien difícil: se tiene que ir de la tierra en la que había nacido, dónde se había criado, un lugar llamado Ur de los caldeos en donde se adora a “dioses extraños”, se tiene que ir a otra tierra “que le va a mostrar”, pero Dios le añade una promesa: “Haré de ti una gran nación… Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti.”
Es Dios hablando y es Dios prometiendo, pero las cosas no se ven nada claras, al menos para nuestra corta visión humana: en Génesis 11:30 se nos dice que Sarai no podía tener hijos ¿cómo iba a hacer Dios para que Abraham fuese el primero de una gran nación, si no podía tener descendientes?
Siempre podemos hacernos muchas preguntas y estoy seguro de que Abraham también se las hizo, pero también podemos encontrar, si nos lo proponemos, muchas respuestas y Abraham seguramente puso en la balanza las dos opciones y venció claramente la parte en donde estaba Dios mismo: es Dios quien se le aparece a Abraham y le habla y antes eso Abraham podía decir confiado: “¿Hay algo imposible para Dios?” No tiene duda, su reacción fue obedecer: “Entonces Abram partió como el Señor le había ordenado.” Y nos deja una primera lección muy importante: obediencia y fe en Dios para tomar una decisión tan importante.
A veces estas decisiones vienen acompañadas de una prueba para probar nuestra fe y en este caso era una prueba dura: hambre. Podemos preguntarnos: “¿Está libre Abram como fiel súbdito de Dios, de sufrir esta prueba?” La respuesta es no; los creyentes estamos en el mundo y no estamos libres de las pruebas, como dice Santiago 1:3, nos sobrevendrán pruebas para fortalecer nuestra confianza y paciencia. En la historia de Abraham aparecen estas cosas para que entendamos que él no era alguien sobrenatural o con super poderes; como todos también tuvo sus ‘bajones’ y sufrió como consecuencia de ellos y en este caso tuvo un fallo: en lugar de presentar el problema delante de Dios para consultar, oír su respuesta y decidir, toma su ‘propia decisión’ y se va a Egipto, un país que suele representar bíblicamente al “mundo”, para buscar una solución y no solo eso, además miente para protegerse, un pecado que produce un debilitamiento en su fe expresado en estas tristes palabras dirigidas a su esposa Sarai: “…por favor, diles que eres mi hermana. Entonces me perdonarán la vida y me tratarán bien debido al interés que tienen en ti.” (Génesis 12:13).
Dios, en su bendita sabiduría y justicia, nos enseña las consecuencias de este comportamiento por medio, en este caso, de los gentiles: “Pero el Señor envió plagas terribles sobre el faraón y sobre todos los de su casa debido a Sarai, la esposa de Abram. Así que el faraón mandó llamar a Abram y lo reprendió severamente: «¿Qué me has hecho?—preguntó—. ¿Por qué no me dijiste que era tu esposa? ¿Por qué dijiste: “Es mi hermana” y con esto me permitiste tomarla como esposa? Ahora bien, aquí tienes a tu esposa. ¡Tómala y vete de aquí!». (Génesis 12:17-19). Abram es enriquecido ilícitamente, pero las consecuencias para los egipcios son grandes plagas lo que conduce a una triste escena en donde un gentil, el Faraón, reprende a un creyente que deja un pobre testimonio tras de sí: finalmente es, Abram es expulsado de allí. Finales similares son normales en los creyentes a causa de nuestra debilidad y poca fe. ¿Cuántas veces intentamos levantar nosotros solos la carga sin acordarnos del ofrecimiento de nuestro Señor? “«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana» (Mateo 11:28-30). Jesús siempre quiere ayudarnos pero el primer paso lo tenemos que dar nosotros: “¡Venid a mí!”. Una vez en Su presencia tenemos que depositar nuestra carga, nuestra preocupación en Sus manos para que Él nos haga descansar. No termina ahí la cosa. Luego dice que llevemos Su yugo; no quiere creyentes vagos. El yugo del Señor es para seguir trabajando pero ¡a Su lado! Yendo con Él nos asegura que el yugo es fácil y la carga ligera.
En términos muy parecidos eso fue lo que hizo Abraham: “Entonces Abram salió de Egipto junto con su esposa, con Lot y con todo lo que poseían, y viajó hacia el norte, al Neguev. (Abram era muy rico en ganado, plata y oro). Desde el Neguev, continuaron viajando por tramos hacia Betel y armaron sus carpas entre Betel y Hai, donde habían acampado antes. Era el mismo lugar donde Abram había construido el altar, y allí volvió a adorar al Señor.” (Génesis 13:1-4). La misericordia de Dios le abre de nuevo la posibilidad de desandar el camino que había afrontado solo hasta Bet-el, el lugar donde Dios se le había aparecido la última vez y allí tener un reencuentro con Dios y buscar en sus brazos amorosos, el perdón por su caída en la prueba.
El ejemplo de Abraham es un ejemplo actual para nosotros. Muchas veces nos llegan dificultades que no entendemos ni su motivo, ni su razón de ser, pero nuestra actitud debería de ser siempre de agradecimiento a Dios por la prueba, sabiendo que va a producir en nosotros madurez, nos va a permitir crecer espiritualmente. Pero no debemos actuar como Abram sino buscar la ayuda de Dios siempre, no buscarla en el mundo ni en nuestras propias fuerzas porque esa actitud nos conduce al fracaso, como hemos visto.
Aunque hay muchos momentos cumbre e importantes en la vida de Abraham, vamos a saltar ahora al capítulo 15 de Génesis donde encontramos a nuestro protagonista de nuevo en estrecha comunión con Dios: “Tiempo después, el Señor le habló a Abram en una visión y le dijo: —No temas, Abram, porque yo te protegeré, y tu recompensa será grande.” El Señor conocía a su siervo, sabía qué era lo que le preocupaba y como el mejor Padre se acerca a consolar a su hijo, esperando pacientemente sus palabras y Abram no se hace esperar: “Abram le respondió: —Oh Señor Soberano, ¿de qué sirven todas tus bendiciones si ni siquiera tengo un hijo? Ya que tú no me has dado hijos, Eliezer de Damasco, un siervo de los de mi casa, heredará toda mi riqueza.” (Génesis 15:2). Abram le ha dado muchas vueltas en su cabeza y no puede entender que Dios le este recordando que tendrá una gran descendencia, que será una nación incontable en número y el tiempo pasa, Sarai su esposa es ya anciana y no tienen ningún hijo. Abram llega a pensar: “¿Será que en el plan de Dios esté darle la herencia a su criado Eliezer tal y como planteaba la ley de la época?” Pero para Dios no hay nada imposible de manera que reitera su promesa: “Después el Señor le dijo: —No, tu siervo no será tu heredero, porque tendrás un hijo propio, quien será tu heredero. Entonces el Señor llevó a Abram afuera y le dijo: —Mira al cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. ¡Esa es la cantidad de descendientes que tendrás! Y Abram creyó al Señor, y el Señor lo consideró justo debido a su fe.” (Génesis 15:4-6). ¡Qué maravilloso! Abram cree a Dios y por su fe Dios lo declara justo tal y como dice Romanos 4:3.- “Pues las Escrituras nos dicen: «Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo debido a su fe»”.
Si, es a partir de esta demostración de fe de Abram que surge toda una doctrina en el Nuevo Testamento: la justificación por la fe, el ser declarados justos por nuestro Dios por medio de la fe en Él y en la obra salvadora de Su Hijo Jesucristo. Creemos por fe, según la medida de fe que Dios mismo nos da (Romanos 12:3); tenemos la certeza de que esperamos al Señor porque creemos en lo que Él prometió; estamos convencidos por fe aunque no le hemos visto. Jesús dijo: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”. Es en la carta a los Romanos donde se despliega esta enseñanza revelada en el Antiguo Testamento: “El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17).
Abraham creyó a Dios y fue justificado. Nosotros hemos creído a Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo y hemos sido justificados hasta el punto de que formamos parte de esa descendencia de Abraham, esa gran descendencia, ese pueblo más numeroso que las estrellas: “Así que la promesa se recibe por medio de la fe. Es un regalo inmerecido. Y, vivamos o no de acuerdo con la ley de Moisés, todos estamos seguros de recibir esta promesa si tenemos una fe como la de Abraham, quien es el padre de todos los que creen. A eso se refieren las Escrituras cuando citan lo que Dios le dijo: «Te hice padre de muchas naciones». Eso sucedió porque Abraham creyó en el Dios que da vida a los muertos y crea cosas nuevas de la nada.” (Romanos 4:16-17).
Podría escribir mucho más sobre la vida de Abraham pero hoy solo deseo que nos quedemos con esta lección: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa” y “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”. Amén.
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