miércoles, 23 de diciembre de 2020

Proyectos para el Nuevo Año

Es un clásico: termina el año y al comenzar otro, es un buen momento para iniciar nuevos proyectos que a lo mejor, por ‘repetidos’, no son tan nuevos:  

I. Apuntarme a un gimnasio para mantenimiento, adelgazar, etc.

II. Estudiar inglés, francés o el idioma que nos convenga para nuestro trabajo o para llenar ese vacío de nuestro conocimiento.

III. Leer la Biblia en un año.

IV. Tener un tiempo diario de lectura de la Biblia y oración.

V. Etc.

Está bien hacer proyectos, proponerse objetivos, pero deberíamos ser siempre conscientes de que “no sabemos qué será de nuestra vida mañana…” Es algo que nadie lo sabe excepto Dios: “Presten atención, ustedes que dicen: “Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y nos quedaremos un año. Haremos negocios allí y ganaremos dinero”. ¿Cómo saben qué será de su vida el día de mañana? La vida de ustedes es como la neblina del amanecer: aparece un rato y luego se esfuma.” (Santiago 4:13-14).

La Palabra de Dios no está en contra de que hagamos proyectos y nos marquemos objetivos, lo único que nos propone es que seamos humildes, reconozcamos nuestra vulnerabilidad (más que señalada con el ataque del Coronavirus), y digamos al presentarlos: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.” (Santiago 4:15) “¿Si el Señor quiere? ¿Qué significa esto en pleno siglo XXI? Ahora se suelen ‘cruzar los dedos’ o ‘tocar madera’”. Nadie quiere resaltar que ambos gestos lo son de superstición. ¿Sabes lo que significa esta palabra? “Creencia que no tiene fundamento racional y que consiste en atribuir carácter mágico o sobrenatural a determinados sucesos o en pensar que determinados hechos proporcionan buena o mala suerte.” ¡No tiene fundamento racional! ¡Atribuir carácter mágico o sobrenatural! La carta que estamos mencionando de Santiago sigue diciendo: “De lo contrario, están haciendo alarde de sus propios planes pretenciosos,” (Santiago 4:16a), o lo que es lo mismo, no solo no se le da importancia a la soberanía de Dios, sino que se prefiere actuar con soberbia ufanándose de ello; este texto termina así: “…y semejante jactancia es maligna.” (Santiago 4:16b). Pero esta es la actitud de la gente de hoy que no quiere saber nada de Dios, nada de Biblia, porque estamos en el siglo XXI, pero se quedan tan conformes ‘tocando madera’ o confirmando su suerte en el horóscopo de turno.

Lo bueno es que aunque la gente no quiera saber nada de Dios, Él sí quiere saber de la gente; hasta hoy, Él sigue buscando a la gente, sin avasallar, sin obligar, sigue llamando a la puerta de cada corazón. Y lo grande es que hay personas que le han abierto su corazón, Dios ha entrado en su vida y, como consecuencia, su vida ha cambiado: de encontrarse de espaldas a Dios, enemistados, ahora Dios está con ellos, a su lado, de manera que cada nuevo día lo comienzan depositando su confianza en Él porque ahora han hecho de Dios su Dios, su Rey, el Rey de sus vidas nuevas y transformadas: “Oh Señor, óyeme cuando oro;  presta atención a mi gemido. Escucha mi grito de auxilio, mi Rey y mi Dios,  porque solo a ti dirijo mi oración. Señor, escucha mi voz por la mañana; cada mañana llevo a ti mis peticiones y quedo a la espera.” (Salmo 5:1-3). ¡Qué cambio! ¿no? ¿Qué somos para dirigirnos así al Creador de los cielos, la tierra y todo lo que en ellos hay visible o invisible? Nada, un insignificante granito de arena en medio de un desierto o una gotita de agua en medio del océano. Pero Dios, en Su Palabra, nos asegura: “Orarás a Él, y te escuchará” (Job 22:27), o también, por poner uno entre los muchos ejemplos: “Los ojos del Señor están sobre los que hacen lo bueno;  sus oídos están abiertos a sus gritos de auxilio.” (Salmo 34:15). En la versión RV60 traduce ‘los que hacen lo bueno’ por ‘los justos’ ¿A quienes llama los justos? La Biblia llama ‘justos’ a las personas que han creído que Jesucristo es Dios hecho hombre, que han creído que Su muerte cubre todos nuestros pecados y que se han arrepentido de ellos y se les llama ‘justos’ porque gracias a Jesucristo han sido ‘justificados’ delante de Dios porque ese sacrificio de Jesús ha sido completo y perfecto de manera que el castigo que merecíamos por nuestros pecados enfrentándonos a la ley justa de Dios, lo ha sufrido y pagado Jesucristo en la cruz del Calvario por tanto, esas personas justificadas no lo son por sus obras o por haber llevado una vida más o menos piadosa, sino que son justificados por medio de la fe en que lo que Jesús ha hecho es suficiente para poder presentarse delante del Dios santo, totalmente limpio de inmundicia y corrupción, producto de los efectos del pecado.

A éstos Dios escucha, especialmente cuando la oración sale del corazón, muestra los sentimientos de manera clara y se derrama sinceramente delante de Dios.
Si nos fijamos en la oración del autor del salmo leído, entendemos que hay una gran urgencia por las palabras que emplea, se percibe una fuerte necesidad por las palabras que emplea: ‘gemir’, ‘grito de auxilio’, ‘escucha mi voz’, ‘presta atención’.

Los creyentes caemos a veces en la rutina de hacer oraciones repetitivas, vacías, huecas, oraciones que si las analizásemos detenidamente las encontraríamos indignas de ser presentadas delante de Dios. “Cuando ores, no parlotees de manera interminable como hacen los seguidores de otras religiones. Piensan que sus oraciones recibirán respuesta solo por repetir las mismas palabras una y otra vez.” (Mateo 6:7). Cuando oremos debemos tener en cuenta la afirmación de David: “a ti dirijo mi oración”. Dios está esperando oraciones de creyentes que lo tienen como su Dios y su Rey; somos sus adoradores, sus siervos y el Rey afirma que está siempre atento a la voz de Su pueblo.
Esas serían dos buenas propuestas para el Nuevo Año: Pedirle a Dios que sea nuestro Dios y Rey y presentarnos cada mañana delante de Él, en un acto de fe, entrega total, descanso en Él, dejando nuestras cargas y preocupaciones en Su presencia, siendo conducidos por el Espíritu Santo, siendo guiados y dejándonos guiar por esa Obra divina maravillosa y aún para nosotros incomprensible, cada minuto de nuestra vida. Para el creyente debe ser una constante, una realidad, una experiencia vívida y maravillosa como consecuencia de la gracia (favor inmerecido) y la misericordia (compasión) de nuestro Dios.

Sigo leyendo el Salmo 5, versículos 11 y 12: “Pero que se alegren todos los que en ti se refugian; que canten alegres alabanzas por siempre. Cúbrelos con tu protección,  para que todos los que aman tu nombre estén llenos de alegría. Pues tú bendices a los justos, oh Señor;  los rodeas con tu escudo de amor.” ¡Alégrense los que en ti confían! El gozo es un privilegio del que es salvo para la eternidad, gozo basado en promesas que Dios nos hace que son de un alcance infinito; en los versos que acabamos de leer, y es solo un pequeño ejemplo de todas las promesas que Dios ha dejado plasmadas en Su Palabra, encontramos verdades tales como que Dios nos defiende, nos bendice, nos protege… Podemos creerle o no, o simplemente podemos optar por seguir solo, sin Dios, sin Jesús como amigo y hermano… Son muy tajantes las palabras de Jesús: “El que no es conmigo, contra mí es” (Mateo 12:30). Pero ante esta realidad, la abundancia de la misericordia de Dios te abre Sus brazos, te da tiempo, no por tus méritos, no por tus obras, sólo por mediación de Jesucristo puedes decir: “Solo veo en mí multitud de pecados ¿qué puedo hacer? Quiero clavarlos en la cruz donde murió Jesús y por amor a Él, sé que los borrarás del libro de la historia de mi vida y los enviarás a lo profundo del abismo.

“Gracias a tu amor inagotable, puedo entrar en tu casa;  adoraré en tu templo con la más profunda reverencia. Guíame por el camino correcto, oh Señor,” (Salmo 5:7-8a). “Al limpiarme de mi pecado me permitirás entrar en Tu santa casa, en Tu presencia, porque a través a través de la sangre derramada de Jesucristo me verás limpio de pecado y de impurezas; podré adorar en Tu presencia porque allí no habrá templo, ni tabernáculo, porque Tú estarás con nosotros, en medio de Tu pueblo.”
El echarse en esos brazos de amor y misericordia, los brazos del Padre amantísimo, siempre dispuesto a recibirnos, nos dará la seguridad de que seremos guiados en Su justicia y en Su camino. Esta es la experiencia de los hijos de Dios, de loa que lo han recibido, de los que creen en Su Nombre.
¿Has decidido ya tú opción?

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