lunes, 8 de marzo de 2021

La rutina fastidiosa

El capítulo 3 del libro de Eclesiastés es uno de los más conocidos de este popular libro de la Biblia. Seguramente ya me lo habéis oído decir, Eclesiastés me gusta en especial por la forma como su escritor investiga la conducta y la vida de las personas y luego la describe magistralmente de forma que cuando la estamos leyendo, estamos diciendo todo el rato: “Si, si, es así… es verdad esto… esto pasa…”.

Este capítulo suele aparecer con el título “Todo tiene su tiempo” que es como empieza el versículo 1 en la versión Reina Valera de 1960; pero según la versión que estés leyendo, puedes encontrar otros títulos como “Un tiempo para todo”, “Todo a su debido tiempo”, “La demostración continúa: el tedioso ciclo de la vida” o como el que aparece en la Biblia con la que escribí esta meditación: “La rutina fastidiosa de la vida”. Estos títulos nos dan una idea de lo que trata el capítulo: el autor está viendo y analizando todo como un hombre normal, no como un creyente; casi simula ser un filósofo observador sin tener para nada en cuenta a Dios. ¿Cómo sabemos que no tiene en cuenta a Dios? Por la frase que se repite a lo largo del capítulo y del libro: “debajo del sol” o como la traduce la Nueva Traducción Viviente, una traducción más popular, “actividades bajo el cielo”, o sea, su observación es ‘horizontal’, un punto de vista humano. Veamos algunos ejemplos en este capítulo para ver este enfoque:

         “Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo.”

         He visto [Yo] la carga que Dios puso sobre nuestros hombros.”

“Así que llegué a la conclusión [Yo] de que no hay nada mejor que alegrarse y disfrutar de la vida mientras podamos.”

También sé que todo lo que Dios hace es definitivo. No se le puede agregar ni quitar nada. El propósito de Dios es que el ser humano le tema.”

También noté que, bajo el sol, la maldad está presente en el juzgado. Sí, ¡hasta en los tribunales de justicia hay corrupción!”

“También reflexioné acerca de la condición humana, sobre cómo Dios les hace ver a los seres humanos que son como los animales.” (Eclesiastés 3:1, 10, 12, 14, 16 y 18).

Es muy interesante observar a qué conclusiones llega el observador que se detiene a analizar la vida desde esa perspectiva. Si leemos este capítulo tres de Eclesiastés, veremos que desde el versículo 1 al 8 menciona 28 actividades que podrían representar “la rueda de la vida” (nacer, morir, sembrar, cosechar, sanar, matar, etc.); de esas 24 actividades que menciona, 14 son positivas y 14 negativas; las dos primeras que menciona son sobre las que no tenemos control: el nacer y el morir. El sufriente Job, en su desesperación, llega a decir: “Por qué nací? ¿Por qué no morí al nacer?” Conociendo el final de la historia de Job, es hermoso saber que Dios conoce nuestra vida desde el momento en que empieza a latir nuestro corazón en el feto de la madre: “Mi embrión vieron tus ojos” (Salmo 139:16).

Pero sigamos al ‘Predicador’ que es como se le llama también a este libro de Eclesiastés, y lo seguimos en sus razonamientos ‘horizontales’, sin tener en cuenta la realidad de Dios en el devenir de la vida. Dice en el versículo 2: “Un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar”. Los agricultores saben mucho de esto, saben que tienen su tiempo para cada cosa ya que la única forma de recoger una cosecha es respetando las estaciones. Podrá ser mejor o peor, dependiendo de como se haya portado el tiempo, pero si pretendiesen alterar el tiempo adecuado para cada cosa, la cosecha sería un desastre. Y eso, aunque no lo pretendamos, empieza a hablarnos de un orden, de un control, como que el tiempo, las estaciones, no son un espacio descontrolado: se aprecia un orden y una premeditación detrás.

“Tiempo para llorar, para reír, entristecerse, bailar…” (Vs.4). Aquí podríamos decir que el observador ha detectado que, en muchos casos, el tiempo borra las penas: las mismas personas que hoy están llorando en un entierro, al poco tiempo los vemos bailando en una boda, por ejemplo ¡hay un tiempo para cada cosa!

“Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz” (Vs.8). A finales de los años 60, con los movimientos por la paz, parecía que aquella juventud iba a cambiar el mundo, que no habría más guerras, que la humanidad había cambiado y que las nuevas generaciones, escarmentadas y enseñadas por la historia, no las iban a repetir. Pero la rueda siguió girando y volvimos a ver más guerras, sí, más sofisticadas porque se mata a distancia, pero el objetivo es el mismo: muerte y destrucción. El corazón contaminado del hombre no ha cambiado. Y la rueda gira y gira y la historia se repite con ciclos de guerra y de paz.

Y por todos estos ‘tiempos’ va pasando nuestra vida… y si los vamos mirando, con este punto de vista ‘horizontal’, sin tener en cuenta a Dios, vemos que hemos tenido tiempo de llorar, reír, trabajar, descansar, buscar, perder, romper, coser, amar, odiar… El Predicador plasma la realidad de la vida y acaba preguntándose lo que todo el mundo: “¿Qué es lo que en verdad gana la gente a cambio de tanto trabajo?” (Vs.9) ¿De que aprovecha? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿hacia dónde va la vida repitiendo ciclo tras ciclo? El mundo no nos da ninguna respuesta con esperanza: Se encoge de hombros y aplica la filosofía: “Así que llegué a la conclusión de que no hay nada mejor que alegrarse y disfrutar de la vida mientras podamos. Además, la gente debería comer, beber y aprovechar el fruto de su trabajo, porque son regalos de Dios.” (Vss.12 y 13). Es curioso que en esta observación tan horizontal, tan tremendamente humana, el escritor percibe que Dios nos da todas las cosas para que las disfrutemos: es bueno, especialmente los creyentes así lo sienten, dar gracias a Dios por todo lo que nos da (comida, trabajo, campo, playa, salud, etc.), aunque nosotros, los creyentes, debemos llegar más lejos y dar gracias también por lo que no nos da…

Como digo, es interesante apreciar como el sabio observador, aunque no quiera (parece), aunque trate de dar un punto de vista material, no puede evitar meter a Dios en lo que pasa, reconociendo que Su intervención en el mundo, hace que haya un tiempo apropiado para cada actividad: “Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado” (Vs.11). Y no se está refiriendo tanto a la creación, sino al hecho de que cada cosa tiene su tiempo asignado y además, aunque el hombre quiera renegar de la existencia de Dios, lleva Su marca: “El sembró la eternidad en el corazón humano” (Vs.11), por eso el hombre no se resigna a pensar que todo acaba en la tumba porque esa eternidad que Dios le ha puesto en su corazón, le habla del “otro lado”. Algunos se inventan una segunda vida (reencarnación); otros hablan de “otras formas de vida por descubrir”; muchos sienten la necesidad de descubrir “el mundo espiritual”, porque Dios nos ha dado curiosidad, ha puesto eternidad en nuestro corazón y el hombre busca una respuesta a esa curiosidad. Claro que muchos llegan a la conclusión que apunta el Autor de Eclesiastés: “También sé que todo lo que Dios hace es definitivo. No se le puede agregar ni quitar nada. El propósito de Dios es que el ser humano le tema.  Los sucesos del presente ya ocurrieron en el pasado, y lo que sucederá en el futuro ya ocurrió antes, porque Dios hace que las mismas cosas se repitan una y otra vez.” (Vs.14-15). En otras palabras, como Dios es inescrutable y sus maravillas incomprensibles, lo mejor es disfrutar de todo lo que venga y “no comerse demasiado el coco”.

Si decidimos observar de verdad la vida, hay cosas que no se pueden pasar por alto tan fácilmente: la injusticia (vs.16), la impiedad y la muerte con la que el Predicador se enfrenta en los últimos versículos de este capítulo, cosas que aparecen como la más fría realidad con la que nos encontramos todos como broche final… ¿broche final? Tal como lo ve el autor desde su YO es entendible porque se trata de sus conclusiones, sus opiniones horizontales, humanas, hasta el punto de que ve que la muerte iguala a los animales y a las personas: “Pues tanto las personas como los animales tienen el mismo destino: ambos respiran y ambos mueren. Así que las personas no tienen una verdadera ventaja sobre los animales. ¡Qué absurdo! Ambos terminan en el mismo lugar: del polvo vienen y al polvo vuelven.” (Vs.19-20). Y remata: “Pues, ¿quién puede demostrar que el espíritu humano va hacia arriba y el espíritu de los animales desciende al fondo de la tierra?” (Vs.21)

Afortunadamente en la Biblia encontramos respuestas; otra cosa es que las queramos creer o no. Hemos estado siguiendo un punto de vista horizontal, pero los que creemos en la Palabra de Dios, tenemos un punto de vista “vertical”, en conexión con las cosas espirituales, en conexión con Dios, el Único que puede cambiar nuestro enfoque. Y cuando ponemos a Dios en nuestras vidas, todo cobra un significado más profundo, por ejemplo, cuando dice en el versículo 11: “Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado.”, en seguida me viene a la mente: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos.” (Romanos 8:28). Dios todo lo va a hacer hermoso, lo va a hacer en su justo momento y, como dice este texto, especialmente para los que le aman. La experiencia diaria del creyente es esa y eso que nuestro alcance para ver las cosas es muy cortito. Pensemos que Dios piensa para la eternidad… De modo que, incluso en situaciones dolorosas, en hospitales, en entierros, en momentos que no podemos comprender, recordamos que todas las cosas están incluidas en esa intención de Dios de cuidarnos como a sus hijos que somos. Esa es su expresión de amor y ese es su regalo.

Y cuando llegamos a enfrentarnos con la muerte, por Su Palabra sabemos que el cuerpo va a la tumba, pero el espíritu va con Cristo (“Pues, para mí, vivir significa vivir para Cristo y morir es aún mejor.  Pero si vivo, puedo realizar más labor fructífera para Cristo. Así que realmente no sé qué es mejor.  Estoy dividido entre dos deseos: quisiera partir y estar con Cristo, lo cual sería mucho mejor para mí;” (Filipenses 1:21-23).

En el caso de los que no creen, su cuerpo igualmente va a la tumba pero su espíritu va al Hades que es un lugar donde se encuentran esperando los espíritus hasta el día de la resurrección (“Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.” (Apocalipsis 20:13).

Cuando Cristo vuelva a por su Iglesia, los cuerpos de los creyentes muertos resucitarán en forma glorificada y se reunirán con el espíritu (“Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces estaremos con el Señor para siempre.” (1 Tesalonicenses 4:16-17).

Por el contrario, los cuerpos de los que no han creído resucitarán, se reunirán con su espíritu y estarán presentes en el día del juicio final (“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. La tierra y el cielo huyeron de su presencia, pero no encontraron ningún lugar donde esconderse. Vi a los muertos, tanto grandes como pequeños, de pie delante del trono de Dios. Los libros fueron abiertos, entre ellos el libro de la vida. A los muertos se les juzgó de acuerdo a las cosas que habían hecho, según lo que estaba escrito en los libros. El mar entregó sus muertos, y la muerte y la tumba[a] también entregaron sus muertos; y todos fueron juzgados según lo que habían hecho. Entonces la muerte y la tumba fueron lanzadas al lago de fuego. Este lago de fuego es la segunda muerte. Y todo el que no tenía su nombre registrado en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:11-15).

Como he dicho antes, en la Biblia encontramos respuestas… y también profecías. En Apocalipsis 21:5-7 menciona el inicio de las “nuevas cosas” (“Y el que estaba sentado en el trono dijo: «¡Miren, hago nuevas todas las cosas!». Entonces me dijo: «Escribe esto, porque lo que te digo es verdadero y digno de confianza». También dijo: «¡Todo ha terminado! Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. A todo el que tenga sed, yo le daré a beber gratuitamente de los manantiales del agua de la vida. Los que salgan vencedores heredarán todas esas bendiciones, y yo seré su Dios, y ellos serán mis hijos.” (Apocalipsis 21:5-7), algo que ya ha comenzado con la resurrección de Jesucristo, experimentada por todos los creyentes en el tiempo presente: “Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado; ¡una nueva vida ha comenzado!” (2 Corintios 5:17).

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