domingo, 21 de marzo de 2021

La búsqueda de la verdad

Al norte de Cisjordania, en Palestina, hay una ciudad conocida como Naplouse, Naplusa o Nablus o también como Flabia Neápolis en los tiempos del Imperio Romano. Está a unos 49 kilómetros al norte de Jerusalén; es una de las ciudades más pobladas de Palestina y principal centro comercial, industrial y agrícola al norte de Cisjordania.

Pues en esa ciudad, entre el año 100 y el 115 después de Cristo, nació Justino, quién desde joven se dedicó a estudiar filosofía; lo hizo con diferentes maestros pero, no sabemos muy bien por qué (o tal vez sí, lo intuimos), esos estudios no le llenaron o no le ayudaron en lo que él quería y se sintió decepcionado abandonándolos.

¿Por qué se sintió decepcionado Justino? ¿Qué era lo que buscaba en la filosofía que no le dio? Justino buscaba la verdad hasta el punto de que, dicen los historiadores, que lo hacía sin descanso, deseaba una respuesta costase lo que costase.

Cuentas que un día estaba paseando cerca de un lago y se encontró con un venerable anciano quién después de observar a Justino percibió que algo le atormentaba de manera que se puso a hablar con él hasta que descubrió que lo que lo consumía era la búsqueda de la verdad. En su conversación, aquel buen anciano le explicó al joven que la filosofía dejaba la mente en la incertidumbre respecto a los problemas más graves, algo que Justino parece que había experimentado, así que, aprovechando aquel encuentro y que aquel anciano parecía ser muy sabio, le preguntó: “Entonces, si los filósofos y la filosofía no me van a ayudar a encontrar la verdad ¿dónde voy a encontrar la respuesta?”

A lo que el anciano le contestó: “Antes que los filósofos hubo unos hombres inspirados por medio del Espíritu Santo a los que llamaban profetas que se encargaron de comunicar a los hombres lo que habían oído y visto. Ellos adoraron a ese Dios Creador de todos los seres y a Jesucristo, su Hijo. Siguiendo ese ejemplo, ahora puedes pedir que esa luz iluminadora también brille para ti ¡solo tienes que pedírselo!”

Esta respuesta intrigó tanto a Justino que se puso manos a la obra con todas sus fuerzas: estudió a los profetas y las enseñanzas de Jesucristo y muy pronto se le conoció como un incansable defensor de la fe cristiana y, una de las primeras cosas que hizo fue hablar y testificar entre los filósofos y los personajes más grandes del mundo de su época, algo que le costó su vida en el martirio. Por eso históricamente, ya no se le conoce como Justino el filósofo, sino como Justino el mártir.

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