Hay una letra de una canción que dice en una de sus estrofas: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay, Dios!” Ese ¡ay Dios! suena como una queja, o tal vez un reproche como diciendo “¿por qué nos tiene que dar sorpresas que casi siempre son malas?” No siempre son malas, pero las sorpresas malas parece que calan más que las buenas; es como cuando estás trabajando, parece que siempre ‘cantan’ más los errores que los aciertos…
El año pasado fue el virus que nos sorprendió a todos recordándonos lo vulnerables que somos ante una amenaza invisible que trastornó todo. Este año el volcán en la isla de la Palma nos recordó lo mismo: vidas truncadas que de un día para otro se encuentran sin sus casas, sin su forma de ganarse la vida, sin su pueblo, sin ánimo para comenzar de cero de nuevo.
Este año he experimentado un choque a nivel familiar que ha supuesto un cambio en la vida de familiares muy allegados y una carga para nosotros producto de una enfermedad. Una vez más un imprevisto posible pero no deseable, modifica un estatus, una forma de vida de muchos años, y no queda más remedio que adaptarse a las circunstancias y luchar para seguir adelante lo mejor posible. Para personas creyentes como nosotros supone un motivo de oración importante, cercano, que nos puede generar algo de ansiedad e incomodidad pero que, como creyentes, adquiere un enfoque diferente desde la perspectiva que nos da el saber que Dios tiene el control y un propósito para cada uno de sus hijos lo que nos da una tranquilidad basada en la fe en Él y en la certeza de que suceda lo que suceda estamos en Sus benditas manos, bajo Su propósito, viviendo dentro de Su eterno Plan.
Hay una palabra de Jesús que nos ayuda a reafirmar nuestra fe en Él y en Sus promesas: ¡Confiad!Si hacemos una búsqueda en la Palabra de Dios encontramos la frase “confiad en el Señor” desde el Antiguo Testamento, repetido y verificado en las muchas respuestas a nuestras inquietudes y ansiedades fruto de una de esas sorpresas que nos depara la vida. Algunos ejemplos: “Confíen siempre en el Señor, porque el Señor Dios es la Roca eterna.” (Isaías 26:4). La imagen gráfica de la roca nos da una idea de seguridad, firmeza, estabilidad. Esa seguridad es la que necesitaban muchas veces los discípulos que convivieron con Jesús durante su paso por la Tierra y que recordaba a los ‘confiad’ del AT. Dos ejemplos: “No tengan miedo, ¡tengan ánimo! ¡yo estoy aquí!” (Mateo 14:27); “Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense porque yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33). Suena tan cercano, tan seguro, increíblemente cariñoso. En ese tiempo Jesús les demostró a sus discípulos con evidencias que podían confiar en Él. En este tiempo sus palabras eternas llegan a nuestros oídos con la misma fuerza y seguridad. Jesús no cambia, es el mismo ayer, hoy y por los siglos y nada nos puede quitar la certeza de que su disposición de ayudar a los que le siguen es la misma. Por eso que comprobada nuestra vulnerabilidad, pequeñez, indefensión ante lo que se ve y lo que no se ve, tener la certeza por la fe en Jesús de que estamos bajo su protección, nos da una paz que solo el que cree en Jesucristo puede tener. Él no dice que estemos libres de las sorpresas desagradables (y agradables); nos dice que confiemos, que “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.” (1 Juan 4:4).
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