Ayer ha sido un día especial en
nuestro país, se celebraba el sorteo de lotería de Navidad, una “cantinela” que
recuerdo desde siempre por estas fechas y que machaconamente repite cientos de
veces la palabra “euros” (antes era “pesetas”) que a mí me suena a una especie
de rezo cantado y repetido para gozo y deleite del dios de este mundo “don
Dinero”.
Luego, en los informativos, se
repiten las imágenes de los “afortunados” ganadores, abriendo botellas de cava,
esparciendo éste sobre los sonrientes e histéricos coristas que rodean al
sufrido reportero, y repitiendo ante la cámara la lista de parientes y amigos a
los que les ha “repartido” su número agraciado. En el tiempo que nos está
tocando vivir, con tanto paro laboral y con la presión añadida de la crisis
económica, es agradable ver la felicidad espontánea que traen estos premios
entre los más necesitados y nos congratulamos unos a otros repitiéndonos las
frases de todos los años: “ Al menos le ha tocado a gente necesitada…, a
trabajadores en paro…, a algún inmigrante en apuros…, estos premios están muy
repartidos…” Y por unos instantes, parece que la justicia ha actuado sin mirar
categorías…, al menos hasta el próximo noticiario.
Pero hay una frase que he oído ya
varias veces en la radio, que me golpea como si de un directo al mentón se
tratase y que, creo, ha sido la chispa que me ha impulsado a escribir esta
meditación. El locutor dice muy convencido: “… y este sorteo marca el inicio de
la Navidad… ¡ahora sí! ¡ya estamos en Navidad de lleno! Hoy se da el banderazo
de salida a estas fiestas que en nuestro país finalizan el día 6 de Enero “el
día de Reyes.”
Ante esto, que es aceptado por la
gran mayoría como lo evidente, lo esperado, “lo de todos los años”, me niego a
aceptar que el “rezo repetitivo al dios don Dinero” marque el inicio de la
Navidad. Eso es lo que el príncipe de este mundo, Satanás, desea y se sonríe
maliciosamente al comprobar el convencimiento de esa mayoría, pero, desde estas
humildes líneas, proclamo: ¿Cómo la fiesta al dinero va a iniciar la
celebración del aniversario del nacimiento de Jesús quien, en su pobre
condición, ni siquiera pudo nacer en un lugar digno, en la habitación del mesón
o de alguna de las casas que misericordiosamente los acogiese ante el estado de
María, su madre, a punto de dar a luz? El mismo Jesús, ya adulto, comentó: “Las
zorras tienen cuevas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del
Hombre no tiene donde recostar la cabeza.” Las palabras y la vida de Jesús
dejaron patente que su relación con el dinero era la justa para cubrir sus
mínimas necesidades y las de sus discípulos, porque su predicación tenía que
ver con la riqueza espiritual y no con la material: “No acumuléis para vosotros
tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corrompen, y donde los
ladrones se meten y roban. Más bien, acumulad para vosotros tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el óxido corrompen, y donde los ladrones no se
meten ni roban. Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón.”
Para el mundo, el aniversario de
la Navidad es una fiesta, a veces apreciada, otras denostada, que coincide con
la finalización del año y por tanto, con la finalización de proyectos,
temporada, todo un año cumplido con más o menos éxito; una fiesta que justifica
el recuerdo de su celebración con algunos belenes que representan al pobre
establo donde dio a luz María a su hijo Jesús, ayudada por su esposo José y
acompañada por algún animal doméstico que allí tuviese su morada y que puede
que arropase con su presencia, el milagro que allí se estaba
produciendo: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos
su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Una situación inexplicable, difícil de entender, que resume magistralmente el
escritor inspirado de Filipenses: “Cristo Jesús existiendo en forma de Dios, él
no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó
a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y
hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente
hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! La Navidad recuerda ese momento, el acto
glorioso y misericordioso de Dios quién, por amor a nosotros, enviaba a Su Hijo
al mundo para darnos una solución divina al problema que tenemos, en nuestra
soberbia y desobediencia, de enemistad con el Creador. Es un acto tan lleno de
amor que rebosa Amor y, en parte por eso, por ser el acto histórico más
grandioso que afecta a toda la humanidad, la ternura que brota ese día inunda y
aún conmueve al mundo que se siente tocado en su interior, casi siempre sin
pretenderlo, de manera que los más “duros”, los que aseguran no creer, los que no
quieren ser tildados de religiosos o “blandos”, enseguida se atrincheran en sus
torres de plata para proclamar, a quien los quiera oír, que a ellos la Navidad
no les gusta: “La odio”, afirman, “No me gustan nada estas fechas”, dicen
frunciendo el ceño esperando comprensión y apoyo en sus contertulios.
¿Qué se esconde detrás de todo
esto? Muchas cosas: Creo que es normal que si la mayor parte del año rechazan a
Dios y a todo lo que tenga que ver con Él, no tienen ningún interés en volverse
“cristianos” la última semana del año. En otras ocasiones, si se profundiza un
poco, hay malos recuerdos de fechas navideñas pasadas, seres queridos que ya se
han ido, enfados o peleas entre familiares, cosas desagradables totalmente
opuestas a lo que es el llamado “ambiente navideño de amor y paz”. Pero, si la
gente se parase a pensar un poco en la historia, los acontecimientos
extraordinarios que la rodean, lo que ha perdurado a través de los siglos y lo
que nos ha llegado hasta aquí, tal vez percibirían algo de la grandiosidad y la
profundidad que encierra la Navidad, el nacimiento de Cristo el Mesías
prometido, Emanuel, Dios con nosotros. ¿Podremos describir con nuestras pobres
palabras el inicio del cumplimiento del Plan Divino de la Redención? La
majestuosidad de ese instante sólo la describe magistralmente el capítulo 1 del
escritor inspirado de San Juan. ¡Sublime!
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