“Enséñanos a contar nuestros días, de tal manera que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12)
Finalizamos un año más, pero no
un año cualquiera: por causa de la crisis financiera, fundamentalmente, va a
ser un año que perdure en la historia y mucha gente no lo olvidará fácilmente,
aunque dicen que el tiempo todo lo cura (y lo olvida). Pero el año ha
finalizado con anécdota y expectación mundial: se ha hablado, una vez más, del
fin del mundo. Alguien divulgó que el “calendario maya” finalizaba el 21 de
diciembre del 2012 y eso se podía interpretar como el fin de una era o el fin
del mundo, según como se quisiese ver, aunque el sensacionalismo de los
noticieros, prefirió decantarse por lo segundo. La mayoría de la gente se
dedicó a bromear sobre el asunto; no sé si por dentro correría algún tipo de
inquietud, pero dicen que hubo algunos más aprensivos, supersticiosos o ingenuos
que, por si acaso, se dedicaron a proveerse de un bunker o similar, anti
catástrofes y a llenarlo de víveres para resistir lo que pudiese echársenos
encima. Yo no sé si esto es cierto porque no tengo forma de comprobarlo, pero
sí sé que la noticia hizo correr “ríos de tinta” y dio la posibilidad de poner
sobre la mesa las mil y una teorías de cómo será el fin del mundo si es que
llegase ese fin.
Como ya ha pasado la fecha y no
ha ocurrido nada, ahora se hacen bromas sobre el asunto, se recuerda que “seguimos
aquí”, y se pierde la preocupación sobre qué pasaría si se acabase el mundo, lo
que deriva en despreocupación por el más allá, “a otra cosa mariposa”, “hablar
de esas profecías es perder el tiempo”, etc., etc., aunque para no perder del
todo el interés, ahora se está hablando, aunque menos, que dentro de
veintitantos años, una roca que viene viajando por el espacio tiene alguna
posibilidad de chocar con la Tierra y, como resultado del impacto, desaparecerá
la vida de su superficie tal y como la conocemos ahora.
Como siempre, el Señor va más
allá de nuestros pequeños pensamientos y nos anima a ser sabios y prudentes en
aprovechar el tiempo del que disponemos, tal y como podemos leer en el texto
del encabezado. Sabe que si nuestra vida está en Sus manos, nuestro futuro, sea
como sea, está previsto por Él, por tanto, como dijo Jesús, no seamos ansiosos,
cada día trae su propio mal, no os afanéis por el día de mañana. Más bien,
aprovechad el tiempo, y si no sabemos cómo, pidámosle que nos enseñe para
aprovecharlo sabiamente… eso parece ser que es lo que nos indica el salmista.
Richard Pigot escribió: “Usa bien el tiempo en tanto que dura, porque deja de
ser tiempo cuando se vuelve pasado.”
Encontramos muchas referencias en
la Biblia recordándonos lo corta que es nuestra vida. En el mismo Salmo 90
dice: “Los días de nuestra vida son
setenta años; y en los más robustos, ochenta años. La mayor parte de ellos es
duro trabajo y vanidad; pronto pasan y
volamos.” En el libro de Job se nos dice: “El hombre… es corto de días… brota como una flor y se marchita; huye
como una sombra y no se detiene.” Claramente y dramáticamente también se
nos da a entender lo efímera que es la vida humana. Lo triste muchas veces es
observar a la gente viviendo en un hastío, sin disfrutar ni de lo que les
rodea, sin un objetivo, sin una esperanza más que la de mirar el minutero del
reloj como avanza inexorable camino de la hora de la muerte. Algunas tal vez
privadas de bienestar, salud, felicidad…, su vida pasa triste, cargada de
amargura y sinsabores. Bien es verdad que para todos la vida es corta, aunque
ahora nos animan diciéndonos que ha aumentado la esperanza de vida,
especialmente en el “primer mundo”, pero para el creyente, para el que tiene
esperanza por su fe en Cristo, este breve paso puede estar pletórico de
potencial. Nuestra vida es un soplo en la tierra, pero es un “estar de paso”
hacia la eternidad, así que, lo que nos sugiere el salmista es que ya que
estamos poco tiempo, vivámoslo sabiamente, trabajemos para Dios; una vida
dedicada al Señor puede cambiar el mundo. Siempre pienso que el tiempo más
desperdiciado es aquel en el que me mantuve de espaldas a Dios. Stuart Park
escribió: “Los tristes días de Job han dejado huella en un número incalculable
de lectores. Su corta experiencia, transida de dolor, nos ha dado el universo
en un grano de arena; de una semilla de mostaza ha crecido un inmenso árbol en
cuyas ramas se cobija todo sufridor. S. Pedro añade la otra parte de esta
realidad: “…habéis nacido de nuevo, no de
simiente corruptible sino de incorruptible, por medio de la Palabra de Dios que
vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).”
Por eso el texto del salmista
encierra tanta sabiduría. Una vida corta debería ser empleada con sabiduría. No
sabemos el tiempo que vamos a estar aquí, solo Dios lo sabe, y si Él tiene un
propósito definido para nuestra vida, no podemos malgastarla porque después
tendremos que justificar nuestro despilfarro; San Agustín decía: “No podemos
hacer esto a menos que consideremos que cada uno de los días que vivimos puede
ser el último.”
Aunque sepamos contar bien, lo
más difícil de contar son nuestros días porque nos parece que disponemos de
muchos y nunca tenemos prisa, ni interés, en empezar a contarlos. Con Cristo
tenemos esperanza y desde el momento que Él entra en nuestra vida, empezamos a
contar para la eternidad. Habrá un momento para “dormir”, si Él no viene antes
a rescatar a Su Iglesia, pero luego seremos por Él despertados para la
eternidad. Pero, entre tanto sucede todo esto, vivamos sabiamente, “aprovechando bien el tiempo, porque los
días son malos.” (Efesios 5:16).
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