Hace unos meses tuve la oportunidad de visitar a los “indignados” en la Puerta del Sol en Madrid y, por motivos de trabajo, también conocí la acampada en la Plaza de España de Barcelona. Simpatizo con el manifiesto que publicaron porque está lleno de buenas intenciones. Por aquellas fechas, cuando el llamado “Movimiento 15-M” era ‘la novedad’, publicaron un reportaje en el periódico en el que se recogían frases y razones de personas implicadas en ese movimiento. Cosas como:
“Estamos cansados de tanta manipulación, engaño y robo…”
“Apoyo este movimiento para que el sistema cambie…”
“Estamos aquí (comentaba una pareja con sus dos hijos), para luchar por nuestros derechos y por un futuro para nosotros y nuestros hijos…”
Las dos acampadas estaban llenas de carteles a cual más ingeniosos. En Madrid leí uno muy simpático: “Si viene la policía, cojo una bolsa con uvas y disimulo…”
Esto no es nuevo. A lo largo de la historia ha habido miles de movimientos con el mismo objetivo: Que todo cambie. Muchas mejoras sociales se consiguieron para los trabajadores con este tipo de movimientos, mejoras que hoy nos parecen normales, como trabajar 8 horas diarias, tener Seguridad Social, librar (los que libran) los fines de semana, vacaciones, permisos, etc. etc., mejoras que para conseguirlas costaron muchas luchas y, a veces, hasta vidas.
Pero también a lo largo de la historia podemos comprobar que el mundo está lleno de injusticias, que hay gente que tiene tantas riquezas que despilfarra el dinero mientras que otros se mueren de hambre; que hay gente que roba millones y no visita ni una cárcel, mientras que otros por robar para comer, son inquilinos asiduos de los “hoteles con rejas”; que hay gente que los echan de sus casas por no poder pagarlas, aunque demuestren que no pueden, o que son ancianos, o enfermos, y tienen que cargar con sus humildes pertenencias en negras bolsas destinadas a la basura y “quedar en la calle” por orden de una ley dictada por los hombres…
El hombre siempre está intentando “que todo cambie” pero no lo consigue ¿por qué? Los que dicen “creer en el hombre” auguran que con el tiempo, la cultura (la ciencia), la civilización, el hombre conseguirá alcanzar una vida mejor y más justa. Según Dios, por lo que leemos en la Biblia, sólo hay una cosa que puede cambiar el corazón del hombre, porque, pensemos lo que pensemos, el hombre de hoy tiene un corazón exactamente igual que los que miró Dios hace 4 ó 5000 años cuando dice “que toda tendencia de los pensamientos de su corazón era de continuo solo al mal” (Génesis 6:5).
Enseguida surge el comentario: “Muy bien, si Dios nos ha creado y los pensamientos de nuestro corazón son de continuo al mal, ¡Dios nos ha hecho mal!” No es esto lo que podemos leer en el relato de la Creación donde afirma que Dios nos hizo buenos, inocentes, ¡libres! pero que usando nuestra libertad, preferimos ir solos, sin Dios y cuando le desobedecimos y le retamos orgullosamente “¡No te queremos con nosotros!”, el pecado entró en nuestros corazones y… hasta hoy.
Pero en ese mismo capítulo 6 de Génesis hay un atisbo para la esperanza: En medio de esa mirada de Dios a la humanidad descubriendo nuestra tendencia a preferir el mal, aparece un personaje, un hombre, Noé, del que dice que era “justo y cabal” y además “Noé caminaba con Dios” en el sentido antropomórfico de la expresión, Noé seguía y obedecía a Dios. ¿Cómo invita Jesús a la gente? “Niégate a ti mismo, toma tu cruz cada día y… ¡sígueme!” Y los discípulos seguían a Jesús, andaban con Él. Y a los ‘cristianos’ se les llama así porque siguen a Cristo.
Seguimos a Cristo porque es nuestro Señor por que Él ha cambiado nuestro corazón, cambio clave para “que todo cambie”. Jesús restaura la amistad que hemos perdido con Dios. Él envió a su Hijo para eso. Dios quiere ser nuestro Padre, hablarnos como nuestro Padre, cuidarnos y enseñarnos como tal. Jesús le dijo al erudito Nicodemo: “A menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios.” Y ese “nacer de nuevo” implica ser esa nueva persona igual a la que Dios creó al principio de esta Historia del Mundo, que “se paseaba con Dios por el huerto”, como después lo hizo Noé, como luego lo hicieron los que creyeron a Jesús, como ahora lo hacemos los que hemos decidido, con su ayuda, negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz diaria y seguirle. El fruto de ese corazón renovado por Cristo, son las buenas obras. ¡Ah si todos los hombres le pidieran a Dios que renovara su corazón! Pero, tristemente, todos no lo desean y, cuando llegue el final, Dios les dirá: “¿Queréis vivir sin mi? Pues muy bien, ya lo habéis conseguido.”
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