Este año el mes de Diciembre ha sido más especial. Estamos a
día 22 y apenas hemos visto
llover, ¿y frío?, no ha hecho, así que acaba de
entrar el invierno y parece que estamos en primavera. No es ésta una buena
noticia, hay mucha contaminación ambiental y mientras se mantengan estas
temperaturas, no llueva ni haga viento, no hay manera de limpiar lo que tan
rápidamente ensuciamos.
Ha sido un mes especial porque han coincido las elecciones
al Parlamento y al Senado. No es habitual ir a votar en 20 de Diciembre pero
este año ha coincidido así y hemos podido ejercer libremente el tan rimbombante
llamado “derecho al voto”, por la sencilla razón de que todavía, en algunos
lugares, no existe esta posibilidad.
Ahora los políticos están enzarzados en valoraciones,
análisis, pactos y no sé cuantos tecnicismos más… el caso es “dar la vara”. Es
que llevamos un añito entre las elecciones municipales con su pre-campaña,
campaña y luego la ‘pre’ y la ‘campaña’ de las actuales, todo el año escuchándolos,
cansa un poco, aunque bien sabemos que es su trabajo: ¡politiquear!
Podría añadir algunos “asuntos personales” que lo han hecho
especial, pero no viene al caso hacerlos públicos, básicamente porque para los
que puedan leer esto les parecerán nimiedades aunque para mi sean realmente
importantes.
Como todos los diciembres, ya hemos pasado por el ajetreo de
los “programas especiales de Navidad” y digo programas porque como tenemos dos
iglesias pues hay que hacer dos programas en los que colaboran los niños,
jóvenes y mayores de ambas. En fin, ya han pasado y han salido bastante bien,
dentro de lo que se espera de un programa de estas características, gracias a
Dios lo bueno ha sido el poder contar entre las personas invitadas que no vemos
muy a menudo y que en estas ocasiones especiales, si aparecen y eso ya es una
bendición y un regalo de Dios.
He vuelto a recordar lo que es la Navidad desde la
perspectiva del capítulo 1 de San Juan, una perspectiva que a mí me gusta en
especial porque este evangelista le da una profundidad y una gloria al
significado de la Navidad que supera, con creces, cualquier palabra que pueda
salir del mejor y más premiado literato. De hecho, para contestar a la pregunta
¿Qué significa realmente la Navidad? no hay más que leer Juan 1:1-14.
Juan 1:1 nos lleva al principio de los tiempos, antes de que
el mundo existiese, y allí nos muestra quién era Jesús y dónde estaba: “En el principio era el Verbo, y el Verbo
era con Dios, y el Verbo era Dios”. ¿Qué significa esto del Verbo que era
Dios en el principio? El Verbo viene del griego logos que se traduce como “la palabra”, pero Juan no está hablando
de “un lenguaje”, sino del Señor Jesucristo. ¿Cómo podemos entender esto?
Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada, la Palabra viviente de Dios al
hombre, la expresión palpable de los pensamientos y el carácter de Dios. Dios
se ha revelado plenamente a la humanidad en la persona de Jesucristo quién a su
vez, nos ha mostrado perfectamente quién es Dios (“Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30); “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9)). Todo lo que la Palabra (Verbo) de
Dios dice que es, que hace y que quiere, se encarna perfectamente en la persona
de Jesucristo. Y este Jesucristo, según nos revela Juan 1:1, existe desde
siempre. Cuando en ese texto leemos “en el principio”, nos está diciendo “hasta
donde tu mente alcance, hasta donde pueda llegar la mente humana, atrás, atrás,
atrás… Jesucristo ya estaba ahí ¿por qué? Porque Jesucristo, el Verbo, es Dios.
La Biblia nos revela en
distintos pasajes que hay un solo Dios y que hay 3 personas en la Deidad: el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En este texto aparecen 2: el Padre (el
Verbo era con Dios) y el Hijo. Es una de las primeras declaraciones que se
pueden ver en este Evangelio de que Jesucristo es Dios.
Pero
volviendo a la pregunta que nos ocupa, ¿qué significa realmente la Navidad?,
llegamos al versículo 14 de Juan 1 que nos lo explica muy bien: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó
entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno
de gracia y de verdad.”
Juan,
uno de los testigos junto con Pedro y Jacobo, de la transfiguración de Jesús
(Mateo 17:1-3), nos habla de algo que pudo “vivir” en aquel monte y que vió en
todo su esplendor: la gloria; algo de lo que fue testigo presencial y no puede
callar porque no puede olvidar algo que ningún ser humano haya experimentado
antes y que, cualquiera que llegase a esta experiencia, proclamaría por todos
los medios por lo grande y tremendo que debió de ser. Pero, a continuación, va
al meollo del asunto para ‘revelarnos’ que “aquel Verbo se hizo carne…”,
palabra que viene del hebreo ‘basar? Y que se refiere a “carne”, no a “hombre”,
en el sentido de la fragilidad del ser humano, de la transitoriedad de su ser,
de sus mil y una flaquezas, enfermedad, muerte. Pablo lo explicó así: “Cristo Jesús… el cual, siendo en forma de
Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8). Esto es lo que
significa que el Verbo se hizo carne.
Juan da
más detalles en ese maravilloso capítulo 1 de ese Verbo encarnado en la persona
de Jesucristo: “En él estaba la vida, y
la vida era la luz de los hombres… aquella luz verdadera, que alumbra a todo
hombre, venía a este mundo.” (Juan 1:4, 9) Fijémonos que dice la luz verdadera. Otros han llegado
diciendo que ellos eran la luz, que ellos conocen otros caminos, sin embargo,
la Palabra de Dios nos dice que aquella luz que llegaba a la pequeña aldea de
Belén hace más de 2000 años, era la verdadera, era la luz que iba a penetrar en
las tinieblas en las que se encuentra sumido al hombre y nos iba a descubrir
cuan imperfectos somos, ¡ah!, pero eso el hombre no tiene ningún interés en que
se descubra… “el mundo no le conoció” (Juan
1:10). Esta es la realidad de la Navidad. El máximo acercamiento que Dios podía
hacer a su criatura, a todo lo que Él había creado, lo hizo por medio de Jesús:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de
muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros
días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1-2). El propósito final de
Dios es el ofrecer la reconciliación al hombre, por tanto nunca ha estado
callado, siempre se ha manifestado. En el pasado, a través de los profetas.
Luego mandó al Hijo, su heredero, la luz verdadera y lo hizo de la forma en la que
el hombre podía llegar hasta Él, haciéndolo igual a nosotros, naciendo,
creciendo, viviendo todo lo que vivimos nosotros, pero desde lo más humilde;
por eso su nacimiento fue humilde, en un pesebre como nos cuenta Lucas, y su
vida fue humilde, siempre cerca de los necesitados, accesible, cercano; por su
importancia, por ser quien era, podría codearse con los más importantes, tener
multitud de siervos, palacios…pero no
estimó el ser igual a Dios como algo de lo que podía echar mano.
Cuando
vino al mundo, no le recibieron. Pero no habría ninguna esperanza si todo se
acabase ahí. Hubo gente que le recibió y le sigue recibiendo: “Más a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios” (Juan
1:12). Para ser realmente ‘hijo de Dios’ hay que recibirle ¿cómo? Pidiéndoselo de
corazón, sinceramente, convencido de pecado, arrepentido e inclinado en adoración
ante Él, la luz verdadera, el único camino y, si verdaderamente lo hacemos así,
Él entra a formar parte de nuestra vida a través del Espíritu Santo: “Todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14). Esta es la nueva vida que
trajo Jesús el día de su nacimiento, este es el mejor regalo que nos podía
hacer Dios, el más caro porque supuso la muerte de Jesús, supuso el derramar su
sangre en el sacrificio perfecto, que pone un puente de comunión entre el
hombre que no le ha querido recibir y Dios.
El
regalo está ahí: A ti te toca abrirlo, vivirlo, creerlo o despreciarlo. Que el
Señor te ayude a tomar la mejor decisión. Amén.